Leandro Area
El 27 de julio se celebra,
desde el año 2011 y por iniciativa del chileno Ignacio Gac, el Día
Internacional del Perro Callejero. Hablamos de aquél otro prójimo abandonado a
su suerte de olfato y dentadura que sin humana y solidaria compañía encontrará,
bien de seguro, un final marcado por la crueldad. Agreguemos además y no de
paso los problemas sociales y de salud pública que acarrea su trajinar
trashumante por ciudades y demás descampados. En deuda con ellos estamos pues
también, instituciones y personas.
Los ojos de esos perros
perdidos, de tan melancólicos que son, reflejan su caminar anónimo a través de
asfalto y espinares. Qué no diéramos por darles una mano o llevarlos a casa,
pero pocos se dejan de ariscos que se han vuelto ante su angustia de pellejo o
de migaja al menos. O insensibles nosotros, quizás. Explicaciones todas
exculpatorias pueden serlo y no lo niego, o miedo atávico a la rabia ancestral
y contagiosa del mordisco in fraganti de su hocico espumante.
Idealizados, los perros todos
son los seres más maravillosos que la imaginación ha podido concebir. No existe
en el cosmos un extraterrestre más gentil y noble compañero, y no es
casual que más de una vez los frecuentemos equivocadamente como hermanos y los
tratemos de tal cuales, pues esta connotación viene y va naturalmente cargada
de afecto y cercanía, aunque ello no obste para que quienes abusan de todo lo
posible, nosotros quién si no, los hayamos convertido en objetos de circo, en
mercancía, en negocio, en tienda irrespetuosa de disfraces cuadrúpedos.
Lo cierto es que el perro,
cuyo origen remoto está en el lobo, convive con el humano que hemos llegado a
ser a fuerza de apoyo y mutua protección. Amigo, es el mejor, después viene el
caballo por razones distintas, pues ante todo trance y prueba, en una relación
que es tanto utilitaria como afectiva, da muestras de lealtad suprema y
sacrificio desmedido.
Ahora divago y anoto que los
perros parecen pertenecer a un estadio de existencia superior, cuyo propósito
es el de servirnos de apoyo, guía y reflexión en el interminable camino hacia
la superación espiritual y personal.
Ellos son ángeles de luz o
seres en tránsito, venidos también y al mismo tiempo a aprender y a enseñar, a
humildes dar y recibir, a facilitarnos ejemplo y protección para que
podamos descubrir y perfeccionar nuestras sensibilidades y a disolver nuestros
miedos y padecimientos más profundos entre los que destaca la falta de
comunicación de bondades, sean éstas desconocidas o reprimidas y por lo tanto
desaprovechadas. Somos en todo caso energías complementarias y comunicativas.
Quien ha querido a un perro, amarlo diría yo, lo sabe plenamente.
Por ahí oigo a Susi, pastor
alemán ella, jugar con mis otros hijos, que corren, se persiguen y muerden, y
toman agua casi del mismo cuenco. Registro sus gritos y ladridos, alborozo
común, y me transporto a través de su coro a mi pasado más remoto, donde
descalzo, corriendo entre las breñas y jadeando en jauría, perseguía a
nerviosos venados en las faldas del Ávila con el sol reverberando en sus
miradas, impávidas de asombro.
Los perros nos delatan y si
callejeros y huérfanos más aún todavía. Almas en pena, seres desorientados como
tú, como yo, ladrando de emoción o de miedo, pidiendo misericordia por favor.
Menos mal que no hablan, se rompería el encanto, se acabaría el hechizo, se
ocultaría la verdad de ese amor verdadero.
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