La decisión –desproporcionada e
ineficiente– de decretar un estado de excepción en la frontera con
Colombia, ha vuelto a traer al tapete la pregunta de si el
madurocabellismo, aterrado como está ante lo que se anuncia como una
derrota aplastante, que daría inicio a un ciclo de cambios políticos y
sociales imprescindibles para el país, estaría realmente considerando la
posibilidad de huir de las elecciones de diciembre. A pesar que los
“estados de excepción” no permiten constitucionalmente suspensión de
elecciones, la propia Mesa de la Unidad Democrática alertó sobre esto en
un comunicado titulado “Estado de excepción, globo de ensayo del
régimen para intentar suspender elecciones ante su derrota inminente”.
En
política, como en otras muchas cosas de la vida, el hacer algo está
asociado con sus consecuencias y sus costos. El gobierno en teoría
“puede”. Es más, estoy seguro de que lo desea. Pero una cosa es querer y
otra poder. Porque tal decisión está asociada con unos costos políticos
muy caros, en especial de cara a tres audiencias claves:
1)
La comunidad internacional, ante la cual el régimen perdería la última
“hoja de parra” democrática que cubre su desnudez autoritaria; 2) la
propia militancia oficialista, que observaría con estupor cómo la
formidable fuerza electoral del pasado queda reducida a un ratoncito
asustado que no puede ni siquiera contarse; y 3) la Fuerza Armada, la
cual se vería forzada a revisar su conducta frente a un gobierno que
pasaría a ser abiertamente ilegítimo y sin apoyo popular.
¿Qué
ayudaría al gobierno a que estos costos no sean tan altos? Pues, que la
decisión de no contarse sea percibida como inevitable o necesaria (por
ejemplo, para la paz del país). En otras palabras, el éxito de su
estrategia, que consistiría en huir de las elecciones sin pagar el costo
por eso, radica en ocultar la intencionalidad política de esa jugada, y
camuflarla bajo otras supuestas intenciones más aceptables.
Frente
a esto, la mejor forma de combatir tal estrategia es desnudándola antes
de que ocurra. La alianza opositora ya ha comenzado a alertar de estos
planes. Ahora bien, ¿qué puede hacer usted, como venezolano angustiado,
ante la pérdida acelerada de su país? Pues bien, la tarea es ayudar a
elevarle el costo político al madurocabellismo de querer huir
cobardemente de las elecciones y no contarse.
Esto
pasa por dos conductas concretas, a ser asumidas por cada uno: 1) dejar
de plantear la posibilidad de que el gobierno se escabulla de las
elecciones en términos de adivinanza sumisa o de anticipación resignada
de futuro, y limitarse a ver si tal predicción se cumple o no. Es el
proceder de quienes sueltan frases como: “Yo creo que ellos no se van a
contar”, con actitud de profetas amateurs. Esta postura –la de plantear
la huida electoral del régimen como algo que simplemente puede pasar,
“porque así son ellos”– es la menor manera de legitimar por adelantado
la obscena jugada del gobierno, y de quitarle la importancia de
escándalo que tendría que tener si ocurriese.
2)
Por el contrario, debemos desde ya, en todas las instancias de nuestro
acontecer diario, plantear que cualquier suspensión de las elecciones es
absolutamente inaceptable, y que si ello llegase a ocurrir, la única
explicación –por más que se busquen otros disfraces argumentales– es
el cobarde terror del madurocabellismo a contarse. Que la equivalencia
suspensión de elecciones = pánico político sea la única matriz
perceptual posible para la opinión pública. Insistir, propagar,
comunicar, hasta que esta sea la explicación popular dominante. Si el
gobierno sabe que la gente no le va a comprar ningún cuento basado en
ridículos “estados de excepción”, cursis alusiones a la “soberanía
amenazada” u otros inventos por el estilo, lo pensará más de una vez
antes de lanzarse por ese barranco.
En
síntesis: el régimen puede verse tentado a una medida extrema como esta
solo si sus costos son bajos. Es tarea de todos elevarles el precio
político de siquiera intentarlo.
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