Tenemos candidatos presidenciales que hacen que
Bush parezca Lincoln
He estado
repasando lo que se dijo el miércoles en el debate republicano y estoy
aterrado. Ustedes también deberían estarlo. Después de todo, dados los
caprichos de las elecciones, es bastante probable que una de esas personas
acabe en la Casa Blanca.
¿Por
qué da tanto miedo? Podría argumentar que todos los candidatos del Partido
Republicano demandan políticas que serían tremendamente destructivas dentro del
país, fuera de él, o en ambos. Pero aun cuando les guste el carácter general de
las políticas republicanas actuales, debería preocuparles el hecho de que los
hombres y la mujer en el escenario estén viviendo, sin lugar a dudas, en un
mundo de fantasías y ficciones. Y algunos parecen dispuestos a hacer realidad
sus ambiciones recurriendo a mentiras descaradas.
Empecemos
por el menor de los problemas, la economía fantástica de los candidatos
oficiales del partido.
Probablemente
estén cansados de oír esto, pero el discurso económico del Partido Republicano
moderno está completamente dominado por una doctrina económica —la importancia
soberana de unos impuestos bajos para los ricos— que ha fracasado completa y
absolutamente en la práctica durante la generación anterior a la nuestra.
Piensen
en ello. La subida de impuestos de Bill Clinton fue seguida de una enorme
expansión económica, y las rebajas de impuestos de George W. Bush, de una
recuperación débil que terminó en un desastre financiero. El aumento de los
impuestos de 2013 y la llegada de Obamacare en 2014 han estado vinculados al
mayor crecimiento del empleo que ha habido desde la década de 1990. La
California de Jerry Brown, que recauda impuestos y respeta el medio ambiente,
crece con rapidez; la Kansas de Sam Brownback, que recorta drásticamente los
impuestos y el gasto, no.
Pero el
control que ejerce este dogma fallido sobre los políticos republicanos es más
fuerte que nunca, y están prohibidos los escépticos. El miércoles, Jeb Bush
afirmaba, una vez más, que esta economía vudú duplicaría la tasa de crecimiento
de Estados Unidos, mientras que Marco Rubio insistía en que un impuesto sobre
las emisiones de carbono “destruiría la economía”.
El único
candidato que habló con sensatez sobre la economía fue, sí, Donald Trump, que
declaró que “hace ya muchos años que tenemos impuestos progresivos, así que de
socialista no tiene nada”.
Si el
debate económico era preocupante, el relacionado con la política exterior era
casi de locos. Casi todos los candidatos parecen creer que la fuerza del
Ejército estadounidense puede impresionar e intimidar a otros países para que
hagan lo que queremos sin necesidad de negociaciones, y que ni siquiera
deberíamos conversar con los dirigentes extranjeros que no nos gusten. ¡Nada de
cenas con Xi Jinping! Y, por supuesto, nada de pactar con Irán, con lo bien que
ha ido usar la fuerza en Irak.
De hecho,
el único candidato que parecía remotamente sensato en lo relativo a la
seguridad era Rand Paul, lo que resulta casi tan inquietante como el
espectáculo de Trump convertido en la única voz de la razón económica.
Sin
embargo, la verdadera revelación del miércoles fue el modo en que algunos
candidatos fueron más allá de la exposición de malos análisis y la difusión de
historias falaces como justificación de afirmaciones claramente erróneas. De
hecho, probablemente lo hicieron de forma consciente, lo que convierte dichas
afirmaciones en lo que técnicamente se conoce como “mentiras”.
Por
ejemplo, Chris Christie aseguró, como ya hizo en el primer debate republicano,
que fue nombrado fiscal de Estados Unidos el día antes del 11-S. Sigue sin ser
verdad: su selección para ese cargo ni siquiera se anunció hasta diciembre.
La
mendacidad de Christie, no obstante, palidece en comparación con la de Carly
Fiorina, aclamada por todos como “ganadora” del debate.
Una de
las mentirijillas de Fiorina consistió en repetir afirmaciones probadamente
falsas acerca de su trayectoria empresarial. No, no fue la responsable de un
gran aumento de los ingresos. Hizo crecer Hewlett-Packard comprando otras
empresas, principalmente Compaq, una adquisición que fue un desastre
financiero. Ah, y si su vida es la historia de una “secretaria que llegó a ser
consejera delegada”, la mía es la de un cartero que llegó a ser columnista y
economista. Lo siento, pero haber tenido trabajos de poca monta en la época de
estudiante no convierte nuestra vida en una historia de Horatio Alger.
Sin
embargo, el momento verdaderamente asombroso tuvo lugar cuando afirmó que en
los vídeos que se utilizaban para atacar a Planned Parenthood aparecía “un feto
completamente formado sobre una mesa, pataleando y con el corazón latiendo
mientras alguien decía que había que mantenerlo vivo para extraerle el
cerebro”. No es así. Los activistas contrarios al aborto han proclamado que
esas cosas suceden, pero no han aportado ninguna prueba, solo afirmaciones
mezcladas con grabaciones de archivo de fetos.
De modo
que ¿está Fiorina tan metida en la burbuja que no puede discernir la diferencia
entre los hechos y la propaganda política? ¿O está propagando una mentira a propósito?
Y lo fundamental, ¿importa eso?
Empecé a
escribir para el Times durante la campaña de las elecciones de 2000, y lo que
recuerdo sobre todo de aquella campaña es el modo en que las convenciones de la
información “imparcial” permitieron al entonces candidato George W. Bush hacer
afirmaciones claramente falsas —sobre sus rebajas de impuestos, sobre la
Seguridad Social— sin pagar por ello. Como escribí en aquella época, si Bush
hubiese dicho que la Tierra era plana, habríamos leído titulares de este estilo:
“La forma del planeta: ambas partes tienen razón”.
Ahora
tenemos unos candidatos presidenciales que hacen que Bush parezca Lincoln.
¿Pero quién va a contárselo a la gente?
Paul Krugman
es premio Nobel de Economía de 2008.
Vía El País. España
Que pasa Margarita
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