Antonio Sánchez García
Distensión: una mágica palabra. Reconciliación: un término teológico. ¿A qué precio las pronuncia Francisco? Al del ominoso silencio de los que sufren y la alabanza de los que oprimen. Debo confesar mi respeto al valor de la hija del Che Guevara: llamar hipócritas a Fidel y Raúl Castro solo puede hacerlo la hija de quien prefirió inmolarse que ejercer la soberana y cruenta hipocresía del poder.
Luego de leer las airadas protestas de Aleida Guevara, la hija del Che Guevara, contra el llamado del todopoderoso Partido Comunista de Cuba, de la que es una fiel y esforzada militante, instando a todos los miembros del partido a tomar parte en la multitudinaria misa papal celebrada ayer en la Plaza de la Revolución, queda meridianamente claro que la entusiasta asistencia, además de estar cuidadosamente seleccionada y formar parte de la nomenklatura y los cuadros del partido de Fidel y Raúl Castro, era todo menos feligresía piadosa y observante de la sufrida isla caribeña que asistiera espontánea y observante al llamado papal. En otras palabras no era representación de los frágiles de Cuba –acorralados, expulsados, encarcelados o asesinados opositores a la tiranía– y si caben dentro de la calificación de “servidores”, el otro concepto clave de la homilía papal, lo son del Estado cubano, y no de la sufrida humanidad a la que pretendía estar dirigiendo su mensaje Jorge Bergoglio. Servidores del Estado que tampoco sirven por puro amor cristiano, sino como una forma institucionalizada de servirse de la militancia para tomar parte del escuálido festín que les asegura su obsecuencia y ponerse de parte de la tiranía para no verse expuestos a la fragilidad del abuso cruel y prepotente contra los frágiles instaurado hace 56 años en la isla de los hermanos Castro.
Desde luego que Bergoglio, el cardenal, sabía perfectamente lo que el papa Francisco se ve en la obligación de escamotear: que Fidel Castro es uno de los más cruentos e implacables tiranos de la historia latinoamericana. Y que lo ha hecho amparado en la ideología marxista, lo que tampoco puede ser escamoteado por Francisco. Y que reuniéndose con él no le extiende la mano al más frágil de los frágiles cristianos del mundo. Lo hace con un hombre que ha hecho escarnio de la fragilidad, a la que ha condenado con la sevicia y crueldad de una de las más longevas tiranías del mundo y que se ha servido, para su propio servicio del servicio dictatorial. Y como una imagen vale más que mil palabras, la imagen que los retrata frente a frente deshace en cenizas las buenas intenciones papales a favor de los frágiles y los buenos servidores. Le sonríe a un tirano.
Aleida Guevara habla desde el sentido de responsabilidad histórica que le otorga la paternidad de la figura que, junto al comandante Cienfuegos –víctima de los misteriosos asesinatos que se le atribuyen al frágil y servicial Fidel Castro– veló desde una de las fachadas del palacio de gobierno la farsa montada en la Plaza de la Revolución. A la hija del “guerrillero heroico” le pareció una hipocresía del partido, es decir, del Estado, es decir, de Fidel y Raúl Castro mandar a misa a sus ateos militantes. Un juicio inapelable: sabe perfectamente que la misa, muy lejos de serlo, es tanto para los Castro como para el Vaticano y Washington una ostentosa obra de simulación. De la que esperan pasar el gato de la complicidad por la liebre de la reconciliación. Arte de la simulación de la que, bueno es recordarlo, son expertos tantos los Castro como los jesuitas de Bergoglio.
En un acto de inaceptable simulación, el papa Francisco cubrió bajo el manto genérico de los frágiles a los más frágiles: los presos políticos. Que enfrentados en solitario al poder omnipotente del Estado están expuestos a reducirse a lo que, en buen latín, se llama “la nuda vita”: la vida desnuda. Como lo fueran los gaseados de Auschwitz o, sin ir tan lejos en el tiempo y en el espacio, los presos políticos venezolanos condenados en un horroroso acto de injusticia a más de 13 años de cárcel por negarse a arrodillarse ante el sátrapa de la tiranía a la que ayer el Vaticano le ofreció una magnífica puesta en escena de su tradicional parafernalia especular. O los miles y miles de cubanos sacrificados en las mazmorras de “los servidores” o echados a los tiburones escapando tras la esperanza de la liberación.
Distensión: una mágica palabra. Reconciliación: un término teológico. ¿A qué precio las pronuncia Francisco? Al del ominoso silencio de los que sufren y la alabanza de los que oprimen. Debo confesar mi respeto al valor de la hija del Che: llamar hipócritas a Fidel y Raúl Castro solo puede hacerlo la hija de quien prefirió inmolarse que ejercer la soberana y cruenta hipocresía del poder.
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