RUBÉN
OSORIO CANALES
Con el
debido respeto, yo que soy católico, apostólico y romano, tal y como me lo
enseñaron los hermanos de La Salle cuando hace ya 78 años pisé por primera vez
un colegio, no entiendo el silencio ni del papa Francisco, ni del
Vaticano sobre la violación continuada de los derechos humanos en mi país y
mucho menos sobre el trato que recibe la disidencia política en Venezuela. Veo
con más cautela que entusiasmo las nuevas líneas maestras que impulsa el papado
populista del jesuita argentino empeñado como está, con algunos logros a la
vista hay que reconocerlo, en rescatar la influencia política del Vaticano en
el mundo, pero somos muchos los que no dejamos de sorprendernos ante
ciertas posiciones que no encuentran explicación sobre todo en un hombre que
conoce profundamente a América Latina, que maneja un lenguaje inmediatista con
el que vive dejando mensajes de cierta contundencia contra los excesos del
capitalismo, pero guardando un sospechoso silencio sobre los excesos de la
izquierda en el poder, en especial la latinoamericana, y su continua
violación de los derechos humanos, especialmente los que ocurren en países como
Cuba y Venezuela que son todos de antología y merecen estar en capítulos
especiales de la historia de la crueldad.
La criminal sentencia
contra Leopoldo López, surgida de una violación continuada del debido proceso,
de un juicio que no fue juicio, en el que privó el ensañamiento del
régimen contra el procesado, algo muy propio de los tribunales del horror,
pareciera que ha conmovido al mundo entero, menos al papa Francisco y su corte
de expertos. No es posible que mientras el clero venezolano toma una posición
inequívoca ante un atropello tan desquiciante como ese, cuando hombres
como el cardenal Urosa ha hecho pública su crítica a la criminal sentencia,
cuando la reciedumbre y la verdad del lenguaje crítico de la Conferencia
Episcopal y la voz de prelados de alto vuelo a la hora de reclamar justicia
y libertad como las de monseñor Diego Padrón y el arzobispo Roberto Lücker han
condenado abiertamente la sentencia contra López es, para decir lo menos,
bastante extraño que de la boca del papa Francisco no se escuche, ni se lea,
una posición que trascienda el confuso y a veces oscuro lenguaje de lo que
llaman la diplomacia vaticana. Y esto no es de ahora, ya tenemos tiempo en los
que nuestra Iglesia se bate por los derechos humanos, las libertades públicas,
la igualdad social, la verdad como guía y todo lo que requiere la ciudadanía de
un país para su mejor desarrollo, sin tener el eco correspondiente de la cúpula
vaticana entre cuyos integrantes se encuentra su secretario de Estado, Pietro
Parolín, quien vivió y ejerció como nuncio en nuestro país y es por lo tanto
conocedor a fondo de los métodos no santos de este régimen.
Desde mi personal posición de
católico consciente y crítico, defensor y militante de la doctrina social de la
Iglesia, me pregunto el porqué de ese silencio. No es posible que una organización
como la del Vaticano, con más ojos y oídos en el mundo que cualquier otro
Estado, no haya tomado una posición clara ante lo que ocurre en un país como
Venezuela, en momentos en los que con toda justicia la conciencia democrática
del mundo hace críticas profundas a un régimen autocrático, que exige el
pensamiento único, que no respeta los derechos humanos y viola las leyes a su
antojo. Hemos leído y escuchado posiciones y voces de alerta desde los más
remotos países, hemos constatado cómo se ha hecho sentir en el caso de los
líderes presos la solidaridad de los líderes demócratas del mundo al igual que
la de parlamentos de distintos países, sin embargo, la voz del Vaticano,
cuyo poder político trata de rescatar Francisco, no se ha pronunciado. Algunos
analistas piensan que esa materia formará parte de la agenda del papa en La
Habana y que ocupa una posición importante en la agenda Obama-Castro, y por
supuesto en la reunión Francisco- Castro y en su programada visita a Nueva
York, cuestión que es posible, pero como venezolano preferiría que un tema de
tanta importancia fuese parte de una agenda única jamás vinculada a lo que
pueda ser el destino de Cuba. La soberanía nuestra no puede andar guindada de
la soberanía de Cuba. Venezuela es Venezuela y Cuba es Cuba. El clero nuestro
es nuestro, bien venezolano con tradición libertaria y sin duda nuestro mejor
vocero y no requiere vinculación de ningún tipo y menos con el clero cubano tan
complaciente con los Castro que el cardenal Jaime Ortega llegó a afirmar que en
Cuba no había presos políticos, lo cual fue rechazado con fuerza por las
propias víctimas del maltrato.
Es posible que en esta
nueva visita a La Habana Francisco pueda comprobar que los avances
prometidos por el castro-comunismo en materia de derechos humanos no han pasado
de ser promesas incumplidas hechas con el embrujo del engaño y el espejismo,
como esa según la cual el régimen cubano liberará a 3.500 presos entre
los cuales, aseguran los expertos cubanos en la materia, no figuran
aquellos disidentes que el régimen considera “amenaza para la seguridad del
Estado”. Esa supuesta concertación del problema de la que repetidamente nos
hablan voces supuestamente expertas e informadas, por la Unión Europea, Estados
Unidos, Canadá, el Vaticano y Cuba en la que se estaría barajando su
“capitulación” y por ende la de Venezuela, a la luz de la realidad, ha tomado
las características de un cuento para nada creíble, si tomamos en cuenta la
irreductible posición de los Castro, las reacciones violentas ocurridas en el
foro latinoamericano de Panamá, en el que la voz de la disidencia cubana fue
agredida salvajemente por las fuerzas del régimen, y si nos atenemos a las
tribulaciones del alto funcionariado norteamericano, por la cantidad de preso
políticos en Cuba y por la virulenta reacción del régimen contra toda
disidencia.
Por ser Venezuela un país
católico intervenido hoy día por el castro-comunismo somos muchos quienes
pensamos que lejos de merecer el silencio papal, estamos urgidos de saber lo
que piensa el elocuente papa Francisco acerca de esta destrucción en marcha de
nuestros valores y principios.
Vía El Nacional
Que pasa Margarita
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