“Luna de Cumaná, para encenderte la lámpara de arrullo que me duerma y el postigo de voz que me despierte. Luna en el pan de la colina yerma, en el río, en la sabana, pavón lunar de mariposa enferma; y luna en el cocal junto a Chiclana, donde el recuerdo azul de tus amores se echa a dormir como una caravana…”.
Andrés Eloy Blanco
Hoy 27 de noviembre de 2015 se conmemora el aniversario de la capital del estado Sucre, Cumaná; tierra de la cual resulta imposible hablar sobre ella de forma breve, por tratarse de una ciudad cargada de abundante historia.
Por lo anterior, solamente me limitaré a comentar algunos hechos históricos que hablan un poco de ella, específicamente como ciudad y no como la provincia que llegó a ser en determinada etapa de nuestra historia venezolana. Como fuente de información para la presente publicación, me limité a plasmar un poco lo que no acostumbramos a escuchar o a leer sobre la ciudad. En este sentido, haré referencia a las apreciaciones realizadas por el barón Alejandro de Humboldt en su publicación titulada Del Orinoco al Amazonas: Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, escrita entre 1799-1804, cuyo viaje fue realizado en compañía de Bonpland comenzando su itinerario de viaje en tierra firme venezolana, en la población de Cumaná; de igual modo, el contenido de la presente publicación será basado en la obra del explorador de origen francés Francisco Depons, titulada: Viaje a la parte oriental de tierra firme en la América meridional, publicada en 1806.
Nos narra Humboldt que el 16 de julio de 1799 “entre grupos de cocoteros aparecía la ciudad de Cumaná con su fuerte. Fondeamos en el puerto a eso de las 9 de la mañana, a los cuarenta y un días de nuestra partida de La Coruña. Los enfermos subieron como pudieron al puente para gozar de la vista de una tierra que debía poner fin a sus sufrimientos”.
Como parte de sus relatos nos describe al Castillo de San Antonio como “colocado sobre una colina desnuda y calcárea, domina la ciudad y se exhibe de un modo muy pintoresco a las naves que entran en el puerto, destacándose a las claras sobre la cortina sombría de las montañas que hasta la región de las nubes llevan sus cumbres, cuyo matiz vaporoso y azulado se hermana con el azul del cielo. Descendiendo de la fortaleza de San Antonio hacia el Suroeste se encuentran sobre la cuesta del mismo peñón, las ruinas del viejo castillo de Santa María”.
Con relación a los habitantes de Cumaná nos comenta que “prefiriendo los habitantes de Cumaná la frescura del viento del mar al aspecto de la vegetación, casi no conocen otro paseo que el de la Playa grande (…) He visto niños indios, de la tribu de los Chaimas, sacar de la tierra para comerse los cientopiés o Escolopendras de 18 pulgadas de largo y 7 líneas de ancho”. Con relación al río Manzanares, comenta que “de todos los alrededores de Cumaná es la única parte enteramente selvosa; se la nombra llano de las Charas, a causa de las numerosas plantaciones que han comenzado los habitantes desde hace algunos años a lo largo del río. (…) El río Manzanares es de aguas muy claras, y felizmente; no se parece en nada al Manzanares de Madrid (…). Las orillas del Manzanares son muy placenteras, y están sombreadas por Mimosas, Eritrias, Ceibas, y otros árboles de porte gigantesco. (…) Los niños pasan, por decirlo así, una parte de su vida en el agua: todos los habitantes, aun las mujeres de las familias más ricas, saben nadar; (…) Es muy variada la manera de gozar del baño. Todas las tardes frecuentábamos una sociedad de personas estimabilísimas en el arrabal de los Guaiqueríes. Haciendo una bella claridad de la luna, colocábamos sillas en el agua, vestidos ligeramente hombres y mujeres, como en algunos baños del Norte de Europa; y reunidos en el río la familia y los extranjeros, gastaban algunas horas fumando cigarros, y conversando, según la costumbre del país, sobre la extrema sequía de la estación, sobre la abundancia de lluvias en los cantones vecinos, y ante todo sobre el lujo de que acusaban las damas de Cumaná a las de Caracas y La Habana. No era inquietado el círculo por las Babas o cocodrilos pequeños, que hoy son sumamente raras y se acercan al hombre sin atacarlo. Estos animales tienen de tres a cuatro pies de largo, y nunca los hemos hallado en el Manzanares, sino más bien delfines (toninas) que a veces remontaban el río durante la noche y asustaban a los bañistas haciendo saltar el agua por sus narices (…)”.
Por su parte el explorador Francisco Depons deja plasmada en su obra, su perspectiva de la Cumaná de aquellos años. Con respecto a su población, escribió que “Cumaná se compone de blancos criollos, los cuales muestran muchas disposiciones naturales. Son muy apegados a su terruño. Todos, en general, se dedican por entero a la ocupación que les ha asignado su nacimiento o fortuna. Unos eligen la agricultura; la pesca, el comercio, la navegación suministran subsistencia a muchos otros. La abundancia de peces sobre las costas de Cumaná, da lugar a la salazón de una cantidad enorme de pescado y a su exportación para Caracas y otras ciudades de estas Provincias. También se exporta para las islas de barlovento, de donde se traen de retorno herramientas de agricultura, provisiones y mercancías de contrabando. (…) Los criollos cumaneses dedicados a las letras se distinguen por su penetración, juicio y aplicación. No es que tengan esa vivacidad de espíritu propia de los criollos de Maracaibo, pero los de Cumaná la reemplazan con una mayor dosis de solidez y buen sentido”.
Como podemos apreciar del legado de estos grandes personajes de la historia universal, a la tierra cumanesa también le tocó una parte de esa vivencia y de ella se llevaron parte de nuestra historia para ser difundida al mundo, dejándonos sus registros a las generaciones venideras. El sentido del presente artículo ha sido precisamente recordar que Cumaná es más que la representación de la figura del Gran Mariscal de Ayacucho o de Andrés Eloy Blanco, se trata de todos aquellos ciudadanos que día a día luchan por hacer grande nuestra tierra, no solamente a través del trabajo sino también con la práctica de los más refinados valores ciudadanos.
A la memoria de Ana Mundarain (abuela), quien fue de las mejores motivaciones para el constante retorno a mi tierra natal.
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