Votaré el el próximo domingo 6, en las elecciones legislativas, porque desde que tengo la edad establecida nunca he dejado de hacerlo. Votaré por la razón fundamental asociada a la naturaleza de la elección. Para tratar de recuperar una de las condiciones fundamentales de la democracia, la autonomía de poderes. La posibilidad de que un poder, el legislativo, pueda hacer contrapeso a otro poder, el ejecutivo, de manera que tenga controles, supervisiones, evaluaciones para que el segundo no actúe impunemente. Para que el presidente y los ministros rindan cuentas. Sean interpelados cuando sea necesario. Para que cuando violen las reglas de juego establecidas en la Constitución reciban el castigo que necesario.
Votaré el domingo 6, pensando en los más de 70 activistas políticos que están presos arbitrariamente sólo por disentir del grupo en el poder. Pensaré también en los miles de venezolanos que han estado detenidos por participar en manifestaciones de protesta. En los centenares que han sido violados sexualmente por guardias nacionales, en lo que han sido torturados implacablemente, escupidos, golpeados, vejados, ofendidos, agraviados.
En el momento cuando toque la tecla “Todos”, lo haré en solidaridad con los enfermos de parkinson que han vivido momentos difíciles por ausencia de medicamentos, con los epilépticos que sufren ataques en las calles por la misma razón, por los enfermos de cáncer que no tienen los químicos para sus terapias y por mi mismo que he pasado días sin encontrar las pastillas la hipertensión sólo porque un gobierno pervertido monopoliza los dólares y los asigna a su capricho.
Cuando deposite en la caja de cartón el papelito que registra mi voto pensaré en los miles de productores venezolanos, unos del campo, otros industriales o comerciantes, que han visto como en minutos se esfuman sus esfuerzos de años. En todos aquellos que han sido expropiados por un Estado hambriento de poder pero incapaz de conducir con éxito las unidades productivas que estatiza. Pensaré en la granjera que hizo circular el video en donde muestra las gallinas ponedoras que se van muriendo porque no tienen alimento y llora por ellas como si fueran sus mascotas.
El 6 de diciembre, cuando me despierte y me vista de domingo, o de novio de la democracia, pensaré en los más de 100 mil venezolanos que han sido asesinados desde 1999. La mayoría a balazos. Sin que el gobiermo haya hecho ningún gesto grandioso para contener el fenómeno más grave que sacude a Venezuela, la perdida del valor sagrado de la vida, la banalización del derecho más importante, el derecho a estar vivos. Recordando que es al estado a quien le corresponde hacer cumplir los derechos fundamentales.
Ese día, mientras esté en la cola aguardando por ejercer mi voto, pensaré que con una nueva Asamblea Nacional tal vez podremos investigar a fondo los 800 mil dólares que Antonini le llevó en un avión de Pdvsa a la derrotada Krichner, en los miles de millones de dólares asignados por Cadivi a empresas de maletín, los misterios ocultos en los asesinatos del fiscal Anderson y el diputado Serra, las relaciones entre la familia presidencial y los narcosobrinos detenidos, se supone que para e resto de su vida, en los Estados Unidos.
Al regresar a casa pensaré que he votado por todos los venezolanos que estamos en contra del populismo autoritario y desde hace quince años, todos los días, hemos sido insultados desde los medios cada vez más controlados por los rojos. Recordare todas las veces que nos han dicho traidores, enemigos de la patria, pitiyanquis, malditos, escuálidos, disociados, hijos de puta, sólo por que no estamos de acuerdo con la manera autoritaria y errática como conducen al país.
Y por la noche, cuando la nueva mayoría de la Asamblea sea un hecho, brindaré hacia el cielo esperanzado con la certeza de que, como decía Manuel Caballero, una no sale de una pesadilla cambiando de monstruo, uno sale de una pesadilla despertándose.
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