Editorial El Nacional
Triunfó Mauricio Macri en una elección presidencial que pone término a 12 años de kirchnerismo, una de las manifestaciones del populismo que en Argentina va y viene bajo la sombra de Perón, sus tenebrosos áulicos (Patricio Kelly, López Rega) y sus influyentes mujeres (Eva, María Estela) y que, enriquecido con dólares petroleros, logró hacerse de espacios importantes en Iberoamérica, gracias sobre todo a la crueldad de gorilatos sin ideas y a la obstinación de anacrónicos caudillos de quita y pon. Ese populismo, pasteurizado y homogeneizado por Chávez, con autoritario pregón fidelista, que campeaba amenazante por Iberoamérica —como decía Marx que recorría Europa el fantasma del comunismo—, parece que llegó a su llegadero al demostrar que sus promesas de redención no eran más que demagógicas golosinas difíciles de administrar y digerir cuando no hay respeto por los derechos humanos.
La derrota de Scioli, que debe tener a Maduro bailando el tango de la decepción con Evo Morales y Vladimir Putin en Irán, ha dejado en claro que es mentira —falsa de toda falsedad— la tesis sustentada por las pandillas rojas según la cual el cambio democrático supone un retorno a propuestas del pasado. No fue un espectro del ayer quien se impuso en Argentina, sino un político emergente que ha sabido gobernar una ciudad como Buenos Aires, una de las mayores capitales de la América Latina y que, como apunta Héctor Schamis en una trabajo aparecido ayer en El País de España, “ha hecho historia en varios sentidos”, comenzado por la que escribe su partido, PRO, que en poco menos de una década ha alcanzado lo que es razón de existencia para cualquier tolda política y porque el responsable de ello —por vez primera en casi un siglo— no proviene del radicalismo ni del peronismo.
El articulista sostiene que “esta elección también viene a resolver un cierto talón de Aquiles de la democracia argentina. Para muchos, el origen de los recurrentes golpes militares obedecía a que, a partir de la crisis de los treinta, la burguesía no tuvo un partido con chances concretos de ganar.
Así, transformó la institución militar en su partido político”. Esta perspicaz anotación debería llamar la atención a los venezolanos que hemos visto cómo, bajo el mandato del eterno —que a fin de cuentas era milico— y en el gobierno residual de su torpe lazarillo, se ha operado un alarmante proceso de degradación de la institución armada para convertirla en plataforma del régimen escarlata y transformar a oficiales y suboficiales en cuadros partidistas al servicio de un proyecto ajeno a la naturaleza libertaria de nuestra gente y que dista mucho del ideal democrático que, por lo vientos que soplan, se habrá de imponer en esos cada vez más cercanos comicios decembrinos a los que tanto teme el oficialismo.
Haría bien la pandilla roja en asomarse al espejo rioplatense para caer en cuenta de que nada es para siempre, ni mucho menos el poder... El kirchnerismo se agotó en 12 años… y Maduro no es Cristina.
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