Sunday, November 22, 2015

El EI y las dictaduras deseables del Medio Oriente

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Los movimientos baazistas, con su trazo nacionalista, demostraron que eso no siempre fue cierto. Intentaron dibujar una esperanza poscolonial consumiendo insumos anarquizados del socialismo y proponiendo un desarrollo político que atendiera a lo local



Existente sobre todo en Siria e Irak, el Movimiento baazista, o Partido Baaz, ha sido una corriente política laica, socialista, de vocación panarabista, que en sus contenidos y modales pudo haber guardado algunas similitudes con las fórmulas clásicas del populismo latinoamericano. Hoy está acorralada con la guerra, pero sigue siendo popular.
La consigna del panrarabismo ha sido muy común en los pensadores políticos árabes, sean o no islamistas, así como la cosmovisión latinoamericana es una convención en el laico universo este lado del mundo.
Como también ocurrió en América Latina, el estancamiento social y la frustración crónica alimentaron una visión de la realidad de esas naciones que, por definición, quería ser opuesta a la que tenía lugar en el hogar del conquistador. Siempre se ha dicho que el islamismo es un articulador natural en la política y la sociedad de las naciones árabes, y musulmanes en general. Los movimientos baazistas, con su trazo nacionalista, demostraron que eso no siempre fue cierto.
Intentaron dibujar una esperanza poscolonial consumiendo insumos anarquizados del socialismo y proponiendo un desarrollo político que atendiera a lo local. Esto tuvo lugar en un espacio cultural en el cual la religión sigue dominando los aspectos centrales de la vida y donde el populismo en la política se afinca en la religión para obtener popularidad.
Liquidado el colonialismo, los movimientos socialistas y anticoloniales árabes llegaron a tener prestigio. El tercer mundo era una esperanza y una alternativa. El marxismo revolucionario latinoamericano y los movimientos socialistas y baazistas llagaron a coincidir con frecuencia en las famosas “Conferencias Tricontinentales”, Asia, África y América Latina, de inspiración tercermundista y presumiblemente no alineada, que llegó a organizar Fidel Castro en su momento de mayor credibilidad.
Corrientes no islamistas de la vida pública de estas naciones, que tiene otros capítulos, como el Palestino Yasser Arafat, o como Gamal Adbel Nasser en Egipto. 
Muchos de ellos rápidamente fueron deviniendo en tiranías miserables y unipersonales. Baazista fue Saddam Hussein, dictador de Irak desde 1968 hasta 2003, año en el cual fue depuesto en una invasión multinacional promovida por los Estados Unidos. También Hafez Al Assad, y ahora su hijo Bachar, en Siria, los absolutos dueños de la nación durante más de 4 décadas.
Se comete un error conceptual cuando, por ejemplo, se le atribuyen a Tarek El Aissami, o a cualquier militante chavista, conexiones con movimientos islamistas como Al Qaeda por ser éste de origen sirio. Las relaciones de El Aissami, o del chavismo, con Siria, tienen lugar con los baazistas laicos de Al Assad, que hoy controlan apenas poco más del 20 por ciento del territorio sirio, y que en este momento son enemigos a muerte de las milicias del Estado Islámico.
Pasada la cándida expectativa que llegó a tener Occidente en torno a los efectos de la “Primavera Árabe”, lo que la humanidad entera ha terminado por descubrir es que el despiadado y corrupto Al Assad ha terminado por constituirse en un mal deseable en la zona, una oportunidad de estabilidad y orden, necesitado de ayuda por parte de Rusia, apurados todos, con los Estados Unidos, para colocarle un muro de contención a una horda de fanáticos de comportamiento nazi e inspiración medieval que ya anda asesinando gente en Paris.
Los milicianos del Estado Islámico incuban sus células, organizan sus redes y propagan sus mensajes justo ahí en donde reina la frustración, la anarquía y la sensación de abandono. El odio a Estados Unidos. El Baazismo fue triturado en Irak, con la polémica invasión promovida por George W Bush, y muy atacado ha sido en Siria, luego de la revuelta popular contra Al Assad.
Muchos llegaron a afirmar que “el mundo está mejor sin Saddam Hussein”. Este espantoso dictador que no podemos dejar de apreciar a la distancia como una amenaza mediana si la comparamos con lo que parecen estar dispuestos los de las milicias de Al-Bagdadí, el jefe supremo de EI.
La mecánica que intento describir no sólo ha tenido lugar en estas naciones. Cuando las potencias occidentales quieren acabar con dictadores revolucionarios que le han repartido armas a personas a plomo limpio, terminan generando un fermento que lo que ha hecho es disparar la violencia resentida con otros cartuchos, los del empaque islamista.
Fue al derrumbarse la ficción soviética que los talibanes comenzaron a tomar aliento en Afganistán. Sobre sus redes pudo afianzarse la internacional saudí de Al Qaeda. La dictadura Yamahiriya, Islámica y Socialista de Moamar Al Khadaffi, había logrado concretar la paradoja de un país próspero en medio del caos, con sorprendentes logros sociales, los mejores de toda África, y una infraestructura de nación petrolera, harto superior a la de todo su entorno en el Magreb y el Sahel. Hoy, sobre su incierto gobierno, en Libia también crecen las milicias de Estado Islámico.
De lo mismo se trata Boko Haram, en Nigeria, y Al Shabbab, en Somalia, ambos ya, no en el mundo árabe, sino en los dominios del África subsahariana. Ellos sueñan con califato islámico en sus dominios y llaman “cruzados” a sus enemigos, los Occidentales e Israel.

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