José Guerra
Dar un vuelco en lo económico y enrumbar a Venezuela en la senda del crecimiento sin inflación es algo perfectamente factible, y quienes no lo ven así es porque están del lado equivocado del problema: no quieren, no saben, no pueden.
De hecho, la campaña del miedo lanzada por el oficialismo busca inútilmente infundir en el electorado el temor al cambio, la necesidad de conservar esto. El problema es que “esto” es la más brutal caída en el nivel de vida experimentada por el pueblo venezolano y, siendo el único país petrolero metido en semejante predicamento, resulta imposible convencer a la gente que no hay alternativas. Al final, lo que logran es transmitir la miopía, el letargo y la desorientación que embargan hoy a la cúpula madurista. Quien está deprimido no ve salida, quien va a caer no ve el hoyo.
Por supuesto, la crisis social que atraviesa el país es compleja, con múltiples retos que requieren la construcción de consensos y no pretendo dar soluciones mágicas a todos ellos, pero sí ilustrar la manera en que podemos salir del atolladero económico en que nos metieron. Para ello, hay que comenzar por el final, trazar a dónde queremos llegar en el mediano plazo y desandar mentalmente los pasos necesarios para llegar allá desde donde estamos hoy. En tal sentido, partimos del hecho que, para darle al país una base económica mínima, debemos duplicar en diez años el ingreso real per cápita, lo que implica crecer en ese lapso a una tasa promedio de al menos 7% interanual, lo que a su vez implica triplicar el valor de nuestras exportaciones (petroleras y no petroleras), lo que solo puede lograrse mediante una virtual reindustrialización del aparato productivo, para lo cual se requerirá atraer una ingente cuantía de capitales y revertir el flujo migratorio.
Trazado el horizonte, ¿cómo llegamos hasta allá si partimos de una economía paralizada, sin acceso al crédito internacional y al borde de un default? ¡Ah!, en este punto es donde los más avezados “analistas” del oficialismo se frotan las manos pensando que sencillamente no se puede y que nos toca calarnos “esto” pues, sacando cuentas, la cosa no cuadra. El detalle está en que lo dicen mirando las cuentas de Maduro, según las cuales se quiere compensar la caída de ingresos a punta de recortar consumo doméstico y donde no figura el principal generador de producto y empleo de cualquier economía: el sector privado. Allí tienen razón, si lo que se quiere es continuar con el legado de ataque, persecución y hostigamiento a la iniciativa privada, aquí lo que nos espera es más pobreza y estancamiento. Pero si por el contrario priva la sensatez y decidimos cambiar para mejor, dar un vuelco en lo económico está al alcance de las manos.
Así, para atraer los capitales y revertir el flujo migratorio se requiere un marco de políticas que garanticen lo básico: que un emprendedor pueda invertir sin temor a ser expropiado, que un productor pueda exportar libremente, que un asalariado pueda vivir dignamente y ahorrar sin temor a la inflación. Por supuesto, no se trata de una mera retórica conciliadora sino de crear las condiciones objetivas y hacerlo pronto. Por fortuna, el marco legal para asegurar el necesario clima de confianza está claramente estipulado en la Constitución, de modo que solo se trata de corregir las desviaciones respecto a la norma. El punto central es que, una vez sepultado el fracasado experimento socialista, al país no le faltarán los recursos para cerrar su brecha externa, saldar la inocultable deuda social, financiar una transición sin traumas al nuevo modelo productivo y devolver el optimismo al venezolano. Esa cuenta sí cuadra.
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