Manuel Malaver
Fueron tres quinquenios de desorden, caos, anarquía, disolución, y al final, la evidencia de que conocían cualquier cosa menos el arte o ciencia de gobernar. Que recomienda, por sobre todo, darle respuesta a quienes te sustentan en el poder, que son siempre los más necesitados, los menos favorecidos, los que no te apoyaron para que pretendas distraerlos con discursos, promesas y fantasias.
La vida es real, concreta, efectiva y las urgencias no pueden aplazarse por la espera de “paraísos terrenales” que, si alguien sabe que no existen, son los más pobres. Sobre todo si el mensaje de los gobernantes está centrado en que somos un país rico, escaldado por funcionarios corruptos, inútiles y burgueses, y llegó el redentor con la vara mágica de la revolución a hacer realidad el milagro de los panes y los peces.
Discurso de adolescentes tardíos, formados en manuales de la “Academia de Ciencias de la URSS” o de aquellos folletones que se llamaban “El Marxismo, o la Revolución Rusa, o el Che Guevara para principiantes”, y tantos otros disparates que inhibían las dudas, la inteligencia y la realidad.
Y así llegaron un día a la Venezuela democrática, en el peor vehículo y con el peor conductor que se podían imaginar, un golpe de Estado y un militar de baja graduación, caído de las guerras civiles del siglo XIX, y contaminado de mitos, leyendas y fantasías que solo existieron en la mente de un historiador que había confundido la “Guerra de Independencia” con la de los aqueos y los troyanos: don Eduardo Blanco, y su “Venezuela Heroica”.
Por tanto, pasto abundante y nutritivo de estafadores, de náufragos de culturas y nacionalidades, de saltimbanquis y filósofos de escasa o nula escolaridad que se hicieron pagar, con petrodólares contantes y abundantes, las locuras que trasmitieron a este “Alejandro Magno” tropical, folklorizante y etnocentrista.
Y, primero en la lista, aquel Norberto Ceresole, argentino, nacido de la ubre del peronismo, amamantado por Velasco Alvarado, y terminado de educar por los ayatolas de la República Islámica de Irán, quienes lo hicieron fundamentalista, terrorista y antisemita.
Está documentado que Chávez lo conoció, tan pronto salió de la cárcel de Yare en 1994, por intermedio de un ex ministro del gobierno de Luis Herrera, Manuel Quijada, y que, a raíz, se inició una comunicación y colaboración maestro-discípulo que culminó con un folleto escrito por Ceresole para el nuevo Perón: “Caudillo, Pueblo, Ejército”.
Conviene revisar el opúsculo, de no más de 141 páginas, en octavo, rústica, pero sin pie de imprenta, lo que no permite determinar la fecha de publicación, pero dejando evidencias de que contiene trabajos prechavistas del autor para darle fuerza a la tesis central, que resulta muy inspirada, puesto que Ceresole sugiere repetidas veces que se encontró al nuevo Perón, al caudillo con las condiciones apropiadas para llevar “un ejército” al poder, pero con la sagrada legitimidad popular y la misión de conquistar al mundo.
Es, si extremamos las asociaciones, una reactualización de las tesis de Carl Schmitt para darle historicidad y juridicidad a Hitler y al nazismo, con ecos de De Maistre y Donoso Cortés, pero de indudables acentos sudamericanos. Por todo el texto se respira la intrigante frase de Donoso: “Prefiero la dictadura de los fusiles, a la de los puñales”.
Un detalle en el ceresolismo son sus desconfianzas con el marxismo y la revolución cubana, al primero de los cuales despacha con la tesis de que es, intragablemente eurocentrista, y a la segunda, por ser movimiento ateo y de escasa penetración en el alma latinoamericana.
Pero hubo un cálculo que falló, o no se planteó, Ceresole: Chávez no pensaba en términos europeo-argentinos, ni siquiera hispánicos, y más bien estaba muy pagado de sus orígenes indocaribeños y afrodescendientes. Siempre los esgrimía, y a las murallas hispanizantes e incaicas, oponía la macana de Guaicaipuro y el Negro Miguel.
De joven le fascinó y se identificó con la frase de Bolívar en el Discurso al Congreso de Angostura: “Nosotros ni aun conservamos los vestigios de lo que fue en otro tiempo; no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles”, pero matizándola de cantos y gritos africanos.
Para el partido que fundó en el Ejército, MVR-200, Chávez creó, o intentó crear, una filosofía etnocentrista, el “Árbol de las Tres Raíces”, que se nutría de ideas bolivarianas, escarceos simónrodrigistas, referencias a la resistencia de los indios y los negros, y evocaciones de diverso signo de la Revolución Federal y Ezequiel Zamora.
Por eso, resultó imposible que no oyera las tamboras de la revolución cubana, los llamados al estalinismo de Fidel y Raúl Castro, que condimentados de rezos santeros, empezaron a ofrecerle los dos caudillos tan pronto salió de la cárcel de Yare, y a través de agentes muy eficaces como José Vicente Rangel y Alí Rodríguez.
Ya para los años en que Chávez toma el poder, 1998, Ceresole está en declive, y un Rangel ávido de que sus amigos isleños pasen a ser los verdaderos beneficiaros de la lotería venezolana, destruye al filósofo rioplatense, por “proiraní y antisemita” en la prensa y la televisión.
Norberto Ceresole murió en Argentina (no se sabe si en Buenos Aires, Rosario y Mendoza) el 4 de mayo 2003, a los 60 años, con mucha decepción y muchísima amargura, abandonado por Chávez y Manuel Quijada y por los revolucionarios venezolanos cuya amistad cultivó y estimó como Freddy Bernal, Eliécer Otaiza y los hermanos Hermann y Carlos Escarrá, pero no sin antes hacer una predicción tan espeluznante, como perturbadora:
“La cubanización de la revolución bolivariana es el fin del sueño de una Latinoamérica popular, nacionalista y antiimperialista. Definitivamente, el tigre llanero fue devorado por los caimanes barbudos”.
Pero, frases aparte, vale la pena preguntarse qué habría pasado si el proyecto chavista, en lugar de cubanizarse, hubiera seguido el rumbo que le trazó Ceresole hacia el sur, hacia una alianza poderosa entre los populistas argentinos y brasileños, que se preparaban a tomar el poder, y con los Kirchner en Buenos Aires, Lula y Dilma Rousseff en Brasil, y Chávez en Venezuela, sería un cortafuego eficaz a la penetración yanqui en América Latina.
Y no es que Chávez, no continuara sellando una alianza útil y posible con argentinos y brasileños, pero haciéndola parte de un redireccionamiento hacia el Caribe y Centroamérica, y bajo el bastón de mando cubano que, de paso, le entró a saco a las riquezas venezolanas.
En otras palabras, que la gigantesca dilapidación que se hace entre el 2004 y el 2012 del ingreso petrolero del ciclo alcista de los precios del crudo venezolano, no se efectúa solo por mandato de los dictadores Raúl y Fidel Castro, sino con el objetivo de convertirlos en sus principales beneficiarios.
Cantidades de petrodólares difíciles de cifrar viajan de Caracas a La Habana para la construcción de viviendas, termoeléctricas, financiamiento de la recuperación de refinerías de petróleo obsoletas del período soviético, proyectos agrícolas, petroquímicos, de infraestructura y plata líquida que los dictadores vieron con la sorpresa de quien se encuentra, de repente, con las “Minas del Rey de Salomón”.
Del período de incautación de la revolución bolivariana por la cubana data la presencia en Caracas de otros “pensadores, filósofos y profetas”, de América y Europa, empujándose por participar en el festín de la revolución castrochavista.
La lista es larga y es difícil precisar los límites de acercamiento al caudillo Chávez, así como las áreas en que se desempeñaron, o si lo hicieron personalmente o a través de compañías y fundaciones.
Pasaron por Caracas Heinz Dieterich, Ignacio Ramonet, Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Gianni Vattimo, Istvan Meszaros y Alan Woods, para solo nombrar los más notariados.
De Dieterich se conoce que participó con Chávez sentando las bases de la marca del “Socialismo del Siglo XXI”, de Ramonet que dio ideas cuantiosas para establecer la llamada “Hegemonía Comunicacional” que acabó con la libertad de expresión en Venezuela, de Iglesias y Monedero que prestaban servicios a través de fundaciones en el área de encuestas y estadísticas, y Vattimo, Meszaros y Alan Woods pudieron ofrecer consultorías en política y economía.
¿Cuánto ganaron, cuál era el alcance de sus honorarios por consultorías, asesorías y managament? No se ha precisado, pero la factura del Ramonet podía alzarse a 50.000 dólares por visita a Caracas y la fundación adscrita al partido “Podemos” tiene un juicio es España por no declarar ingresos por millones de euros.
Tampoco es posible saber si mantuvieron siempre los mismos niveles de acercamiento al “Comandante Eterno”, o si, una vez fallecido, se distanciaron de Maduro, salvo en el caso de Dieterich que había roto con Chávez antes de su deceso.
Pero hoy, cuando la muerte y entierro del castrochavismo es cuestión de la duración de sus exequias, es posible que la mayoría opte por decirle adiós desde muy lejos… lejos.
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