Tuesday, December 27, 2016

El obstáculo más grande

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Ángel Oropeza

27 DE DICIEMBRE DE 2016 12:44 AM
Hay un fenómeno pernicioso, una especie de “efecto halo” negativo muy común en estos días, que consiste en concluir que como el gobierno es pésimo, y en el país –su economía, infraestructura, salud, servicios– todo es malo, entonces el venezolano también lo es. Y este, como todo sesgo, no solo es simplista, sino además falso.
Empecemos por una distinción obvia pero que alguna gente, por descuido o manipulación, olvida con excesiva frecuencia, y es que una cosa es el gobierno y otra muy distinta el país. La confusión de ambos por descuido es consecuencia de un proceso de generalización indebida de rasgos negativos ampliamente estudiada por la psicología del aprendizaje y la percepción. Según este proceso de simplificación perceptiva, las personas suelen atribuir de manera inadecuada características negativas o desfavorables a todo el conjunto de elementos de una serie aunque solo una parte de ella objetivamente las posea.
Pero también existe la confusión por manipulación, que ocurre cuando aquellos que son responsables de las penurias colectivas necesitan desviar la atención sobre sus culpas propias y tratar de adjudicarlas a terceros. Tanto el discurso del decadente establishment como el imperio mediático oficialista suelen repetir los mismos clichés de esa conocida estrategia: si no hay agua es porque los venezolanos se bañan en demasía; si no hay comida es porque los venezolanos inconscientes comen mucho; si no hay papel higiénico es porque los venezolanos desobedientes defecan más de lo que el gobierno les ordena. Lo único común a todos estos mensajes es que –al final de cuentas– el problema no es el gobierno ni su fracasado modelo, sino el venezolano.
Una modalidad de esta estrategia es afirmar que el venezolano “ha perdido los valores”, lo cual es una forma “light” de sumarse al discurso oficialista y cargar las culpas sobre quien no es responsable sino víctima. Quienes así opinan confunden valores con conductas. Una cosa es que el venezolano haya tenido que desarrollar conductas de supervivencia y adaptación a un entorno hostil y cambiante, y otra que ya no sepa qué es lo bueno y qué lo malo, definición última de lo que es un “valor”.
Universalmente, las crisis disparan ambos tipos de respuesta: las de ensimismamiento y las de apertura, las de egoísmo y las de solidaridad. Lo que pasa es que las conductas negativas e inadecuadas, dado que nos afectan, son más visibles y les prestamos mayor atención. Se genera así un fenómeno de “correlación ilusoria” y se les percibe más numerosas de lo que en realidad son. Pero lo cierto es que las conductas de generosidad, de compromiso con otros y con el país, y hasta de heroísmo frente a una situación de crueldad sistemática y de sufrimiento, son no solo más numerosas, sino que caracterizan a la mayoría de los venezolanos de este tiempo.
Hoy por hoy, y a pesar de la insoportable incertidumbre y confusión, nuestra esperanza mayor es el venezolano, este de hoy, con sus valores, con su espíritu libertario, con su talante solidario. Ese venezolano que la llamada revolución quiso destruir pero no pudo y hoy es su mayor enemigo y su mayor obstáculo de permanencia.
Lo quisieron cambiar por un conveniente “hombre nuevo”, mucho más dócil y arrodillado, y hoy se le planta al gobierno desde su dignidad intacta. Engañados durante un tiempo, a punta de dádivas y promesas, ya es difícil conseguir –más allá de algunos ingenuos y de los corruptos que viven de la dominación– algún venezolano que no haya renunciado ya a esos afectos pasajeros y clame por un cambio en la conducción del país.
Por eso, porque el venezolano se ha convertido en la mayor amenaza a los corruptos que nos gobiernan, es que no se les deja que voten y se expresen. Por eso el pánico al pueblo, el terror cobarde a la gente.
Ciertamente, en Venezuela hoy se puede decir que nada funciona y que todo es malo. Menos el venezolano. El mayor obstáculo para la putrefacta oligarquía roja, y nuestra mayor esperanza para 2017.

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