Eduardo López Sandoval
Voy a contarles una historia muy mentada.
Bien pudiera decir algún docto que es una historia plagiada.
En mis viejos tiempos de estudiante, en la UCV, le decíamos “historia fusilada”.
Digamos hoy que es la invasión a una historia burlesca, de anónimo autor, -de la red.
La adaptamos a un pueblo del Llano Colombovenezolano, por ventura Guayabal; que puede ser cualquier pueblo pequeño, con los favores de sólo una emisora de radio, que tenía sólo un médico y dos abogados, hasta que inventaron una máquina para hacerlos en la última década, que tiene una iglesia católica y otra protestante, donde hay sólo una estación de servicios que vende gasolina, sólo hay una dama que hace favores a los hombres que adolecen de cariños sexuales, que es alegremente reforzada, con la visita, uno que otro fin de semana, de varias muchachas que cruzan el Apure.
Hay sólo un Banco, público por más señas. Una plaza.
A este poblado llega un visitante europeo, con un muy precario manejo del idioma de Aquiles Nazoa, entra al único hotel y se hace entender que quiere una habitación, el dueño lo atiende personalmente, la nómina está corta como el país, se entiende que el pago con tarjetas no es posible porque no hay servicio de energía eléctrica, por ahora. Tampoco se reciben billetes de cien bolívares, por siempre.
El pueblo vive la más aguda situación económica que el más centenario de los viejos pueda recordar, y que cualquier historiador pueda escribir. La ya existente debacle económica la ha agudizado la reciente decisión gubernamental que recoge el billete más grande. Los empleados públicos, que son casi todos los asalariados del pueblo, habían pasado semanas sigilosamente retirando los billetes de cien de la única agencia bancaria en bultos de 2 o 3 mil bolívares, que era lo único que les entregaban, -para los gastos decembrinos.
Ahora en tres días fueron obligados a depositarlos en la misma taquilla donde tenían un mes retirándolos, para quedarse sin un centavo. El primer día todos se agolparon a las puertas del Banco, se formó una trifulca que tumbó la puerta de la institución, intervino la autoridad militar. Ahora no tienen Banco. Ni dinero. No hay alimentos que comprar. El pueblo vive del crédito, aunque no hay muchas cosas para fiar.
Antes de entrar el visitante al local, don Jorge, el propietario, había visto a través del vidrio de la puerta del hotel a Sapo di Franco, el musiú que le fía los insumos básicos para el funcionamiento del dormidero, con el pié izquierdo que apuntaba a cruzar la calle y realizar la diaria e infructuosa gestión de cobro. También ese mismo vidrio hacía espejo para contemplar por largas horas su caja registradora, que no se había movido desde septiembre, con ocasión del día del santo patrono del pueblo.
El extranjero habla un idioma que no es inglés, francés, ni portugués. Quizás sea polaco, piensa el propietario. Le indica con señas que se quedará por lo menos tres días, que quiere ver la habitación. Le entrega un billete de cien euros, toma la llave, ve el número y se desplaza hacia allá…
El llanero nunca había visto esta moneda, absorto la contempla, como enamorándose. La compara con la moneda venezolana de la misma cantidad de ceros y concluye que ese billete debe ser equivalente a 10 mil, o quizás 100 mil bolívares. Ya se estaba asociando con el cuento venezolano de la cucarachita Martínez, que se creyó rica porque encontró una monedita… elucubraba pensando en cuál acreedor… cuando levantó la vista y vio al musiú que a un metro y cuarenta centímetros lo contemplaba, sonriente desde mucho tiempo ha…
El italiano sí conocía este billete. Realizaron una conversación de miradas y gestos, -sin palabras-, donde por consenso se decidió el destino de los cien euros…
-¿Este billete alcanzará pa…? –intentó preguntar Jorge.
El musiú cortó:
-Por lo menos para un abono alcanza,… después sacamos cuenta.
Y el papel hizo un ligerísimo silbar al salir de entre los dedos de don Jorge.
El musiú cruzaba la calle volando sobre la energía del billete de cien euros, cuando interrumpía su caminar el pasar de un vehículo que no es del pueblo. Le dio paso al peatón, pero más que eso, al identificarlo como el cobrador de la casa distribuidora de víveres de San Juan, se le acerca con la sonrisa que dice que el viaje de hoy no fue en vano. Le abonó 100 euros…
El vendedor de víveres debe aún el chigüire salado de la semana santa, y paga. Así el billete, en este pueblo que moría de hambre financiera, pasó por tres o cuatro manos más, hasta llegar a un paisano que debía a la prostituta del pueblo. La señora lo recibió sin miramientos, pues sabía que tenía acumulado suficientes servicios de hotel, que era urgente el resarcirlos. Lo tomó sin sacar muchas cuentas, fue y se los entregó a Jorge disimuladamente para que el musiú con el que discutía, más con señas que con palabras, no se diera cuenta…
-No contrata,… no interesar cama. Voy por yo puente Apure río… -Remató el extranjero.
Jorge entregó el billete y no hubo negocio con el visitante. Y Guayabal puede ser prospera, pues su economía fue saneada por el paso de mano en mano de un billete europeo.
La moraleja: el dinero sano cuando circula robustece la economía…
No más un comentario que se relacione con la socialista, bolivariana, revolucionaria e insana privación de dinero circulante que ha sufrido la economía venezolana…
Nota importante: ¿Cómo se le acierta a un conejo en la carrera? Después de redactar el presente, el gobierno de Venezuela ha cambiado un par de veces la medida que pone un plazo a la validez del billete de cien bolívares, primero lo encogió y luego lo alargó. Posiblemente cuando lo leas lo habrá cambiado otras tantas veces. Contextualizar, por favor. Saludos, desde la capital del Llano Integral Colombovenezolano.
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