Friday, December 30, 2016

La felicidad de Nicolás

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Editorial El Nacional


Nicolás está feliz. No cabe de gozo. Puede reventar de alegría. Así lo ha dicho en sus últimas intervenciones. Cualquiera diría que está loco, debido a que las calamidades de la sociedad son tan gigantescas que no pueden conducir a ningún tipo de regocijo, especialmente en los comentarios de quien las ha producido. Sin embargo, al señor jefe del Estado le sobran las razones para proclamarse como el más venturoso de los venezolanos. No está loco, sino en sus perfectos cabales.
A Nicolás Maduro no le interesa que Venezuela marche de mal en peor, que el hambre se haya adueñado de la vida de las mayorías, que la gente se muera por falta de medicinas, que los hospitales sean una ruina, que la violencia haya ascendido a escalas inéditas, que el comercio esté paralizado, que la propiedad privada sufra cada vez más estrecheces y que la gente, sobre todo la más joven y prometedora, se marche del país en busca de mejor destino. Todo eso le tiene sin cuidado. Nada de eso entra en sus cálculos de administrador de la vida de todos.
¿Qué le interesa, entonces? Permanecer en las alturas, aferrarse al poder a cualquier costo, monopolizar las decisiones, repartir favores entre los suyos y fastidiarle la vida a los ajenos, acabar con la libre expresión del pensamiento, impedir la autonomía de los poderes públicos, aniquilar al adversario, reinar por sobre todas las cosas y hasta cuando llegue a viejo. Como lo logró en 2016, le sobran las razones para sonar panderetas festivas.
Maduro hizo todo lo que pudo para llegar a semejante grado de felicidad, no hay duda. Estuvo pendiente de cualquier reacción que pudiera fastidiar su personal autocracia y logró detener las amenazas, reales o supuestas. No descuidó ningún detalle, aquí y en el extranjero. Y todo le salió a la perfección, hasta el punto de que pueda mirar hacia 2017 con la más tranquila de las miradas, con la más apacible de las expectativas, con una pachorra que ya hubieran deseado el general Gómez y el general Pérez Jiménez en sus noches más negras y pesadas. Nicolás duerme como un bebé, por consiguiente, sin ruidos que perturben su merecido reposo.
Pero no ha sido su obra personal, su individual victoria. Las horas de sosiego de Nicolás, y su cómoda manera de pensar en el futuro, le deben mucho a la oposición. Las erráticas conductas de la MUD aportaron cuotas valiosas para la tranquilidad de quien ya no otea peligros en el horizonte.
Las vacilaciones y las poses irrelevantes de la AN se convirtieron en uno de los bastones esenciales de su predominio. La idea de dejar al pueblo de su cuenta, sin activarlo para que el sosegado mandamás encontrara motivos de preocupación, adquirió cuerpo en la acera contraria.
La pasividad de los políticos, mientras el Ejecutivo manejaba a su antojo los poderes públicos, fue pilar de mármol en lugar de granito de arena. El invento de los opositores, de ponerse a dialogar con sus voceros como si cual cosa, tendió el mantel de su mesa y las sábanas de su cama. Por eso Nicolás no cabe en su felicidad.

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