Humberto González
28 DE DICIEMBRE DE 2016 12:38 AM
En enero de 2016 pensábamos que para lograr el cambio político solo era necesario ser mayoría. Aún celebramos la victoria de la oposición en las elecciones legislativas de diciembre. El régimen acababa de tomar por asalto el TSJ, y aunque creímos que serían capaces de todo, nunca pensamos que violarían la Constitución. Su propia Constitución. Pecamos de ingenuidad entonces.
Animados por nuestras propias expectativas de lograr un cambio democrático de gobierno dentro del marco constitucional, y alentados por un liderazgo opositor altisonante y desafiante, nos embarcamos en la legítima causa de convocar el referéndum revocatorio para sacar a Maduro por las buenas.
Por supuesto, también creímos que el CNE, “el más eficiente de todo el mundo”, podría organizar el referéndum revocatorio y a su vez las elecciones de gobernadores, tal como legalmente estaban pautadas para 2016. Y aunque los “ultrosos” de siempre y los inefables “guerreros del teclado” nos advirtieron una y mil veces que para este régimen no hay salida democrática, no les creímos. Ni siquiera disimulamos el fastidio que nos producía recibir en nuestro celular a cada momento el famoso video de Orlando Urdaneta. “No vale, yo no creo. Hasta cuando con el pesimismo, ¡por Dios!”, reclamábamos en las redes sociales.
Con el paso de las semanas la situación económica y social del país se deterioraba a niveles que amenazaban la estabilidad del régimen. El gobierno articuló una estrategia para desmontar a la MUD, que venía holgada y victoriosa, y a su vez desmovilizar la protesta social. La siniestra táctica del diálogo fue concebida para neutralizar la presión internacional sobre Venezuela y, a su vez, darle largas al revocatorio y a las elecciones de gobernadores.
Pasaron los meses y llegamos a diciembre. El revocatorio quedó cancelado. Las elecciones regionales no se hicieron. La crisis se agudizó para los venezolanos. Contrariamente a la prédica oficial, continuó la escasez de comida y de medicinas. Hoy 80% del país rechaza con rabia a Maduro. Somos mayoría, pero aun así nos embarga un sentimiento de impotencia. Excusa tras excusa, se desvanecieron todas las ilusiones de un cambio político por la vía electoral. Hoy ya nadie duda que mientras el régimen sienta que puede perder, jamás habrá elecciones en Venezuela.
Nos tomó un año entender y aceptar que fuimos engañados. Hemos sido víctimas de la estafa política más grande que se haya conocido en la historia de Venezuela. No solo el chavismo oficialista nos ha hecho más pobres, traicionando su promesa de redención social, también se ha burlado de la Constitución y las leyes para mantenerse en el poder.
Como si esto no fuese suficiente y para completar la estafa política, el régimen logró, a finales de año, perpetrar con éxito una estafa de naturaleza eminentemente criminal: Bajo engaño, el gobierno sacó de los bolsillos de millones de venezolanos el dinero efectivo para que no compraran mucho en Navidad y así bajar los precios a la fuerza. Se quedaron con la plata y se echaron a reír. La gente no lo podía creer. Miles de venezolanos expresaron su frustración en la calle: “Nos volvieron a j…”.
La estafa ejecutada por el régimen contra millones de venezolanos en 2016 deja muchas lecciones. Una de ellas, quizá la más importante, es que para sacar del poder al chavismo oficialista no basta ser mayoría. Esta mayoría tiene que ser capaz de invocar sus derechos constitucionales y hacerlos valer, a pesar del régimen. De lo contrario seguirán gobernando por una década más. O hasta que se cansen de estafar.
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