Héctor Faúndez
Con absoluto desparpajo, y con bastante anticipación al Día de los Inocentes, el presidente de la República, Nicolás Maduro, denunció una nueva conspiración en contra de Venezuela, responsable de haber impedido que los bancos dispusieran de dinero en efectivo para atender las demandas de sus clientes, permitiendo que fluyeran las transacciones comerciales de todo tipo, y garantizando que los venezolanos contaran con los medios indispensables para adquirir los bienes y servicios que necesitan. Según nuestros gobernantes, el descalabro en la economía venezolana y el caos en el funcionamiento de sus instituciones solo se explican por la existencia de una conspiración permanente, que este año habría incluido al mismo San Nicolás, que esta vez siguió su camino sin llamar a la puerta de muchos de los habitantes de esta sufrida nación.
Al escuchar a nuestro ilustrado y muy ocurrente jefe del Estado, da la impresión de que quien le ha aconsejado retirar de circulación los billetes de cien bolívares cuando aún no tenía con qué sustituirlos ha sido uno de sus asesores antipatriotas, al servicio de la CIA. Si así fuera, ese lacayo del imperio debe estar muerto de la risa con las protestas y los saqueos que su produjeron como consecuencia de tan genial idea.
Siguiendo la tesis de Maduro, habría que concluir que los tentáculos de esta conspiración se extienden por toda la administración del Estado, incluido el Ministerio de Educación que, por sugerencia de otro agente extranjero, ha propuesto eliminar de los programas de estudio las asignaturas de biología, química y física. Es difícil imaginar tanta estupidez para desmejorar todavía más la calidad de nuestra educación. Pero, según nuestro presidente, eso también es parte de una conjura internacional, empeñada en destruir los logros de la “revolución bonita” y en sugerir, injustamente, que este es un gobierno de tarados.
Para ser consecuentes con la tesis de Maduro, habría que atribuir a agentes extranjeros, infiltrados en la dirección del PSUV y en el gobierno, la responsabilidad de todas las medidas encaminadas a coartar la libertad de expresión, a reprimir las manifestaciones públicas pacíficas, y a encarcelar al alcalde Ledezma y a otras figuras de la oposición, a fin de que esta pueda decir ante el mundo que vivimos en una tiranía. ¡Qué canallada!
Da la impresión de que este régimen está firmemente comprometido con la democracia y es respetuoso de la voluntad popular; quienes han escamoteado el referéndum revocatorio y han suspendido indefinidamente las elecciones regionales previstas en la Constitución son unos agentes extranjeros, infiltrados en la cúpula del CNE, que nunca consultaron con Diosdado Cabello o con Nicolás Maduro. Tal vez, hay que entender que eso también es parte del complot para difamar al gobierno de Venezuela, tildándolo de dictadura.
No es una intriga del imperio el que hayan comenzado a aparecer narcotraficantes, incluso en el seno de la familia presidencial, y que haya hechos, no desmentidos, que permiten afirmar que Venezuela se ha convertido en un narcoestado. Tampoco es la oligarquía la que debe dar explicaciones por las cuentas millonarias, en bancos extranjeros, a nombre de connotadas figuras del oficialismo; son los hechos los que señalan a estos como unos sinvergüenzas.
No hay ninguna conspiración internacional, señor Maduro. Aquí los únicos conspiradores son los que están cómodamente instalados en el Palacio de Miraflores, en el Banco Central de Venezuela, en el CNE y en el TSJ; aquí los únicos conspiradores son los que, desde la televisión del Estado, llaman a desconocer la Constitución nacional. Ellos son los responsables de haber conducido al país a una crisis humanitaria y de haber devaluado el nombre de Venezuela en el exterior.
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