Claudio Nazoa
26 DE DICIEMBRE DE 2016 12:36 AM
No hay que ser adivino para hacer predicciones en Venezuela. Aquí, todo el mundo sabe y no sabe lo que va a pasar.
Nos acostamos con una cosa y nos levantamos sin ella, bien sea porque nos la chorearon en la noche o porque el gobierno declara ilegal, lo que antes había decretado legal.
En Venezuela, esto ocurre hasta con los presidentes. ¿Recuerdan cuando le dieron el golpe a Chávez? Esa noche, exhaustos por tanta angustia, nos acostamos tarde. Lo último que supimos antes de dormir, era que Chávez estaba preso.
No sé si a todo el mundo le pasó, pero a la mañana siguiente me levanté, encendí el televisor, ¿y adivinen? ¡Chávez era presidente otra vez! Toda una pesadilla kafkiana en un teatro de lo absurdo.
Estamos en la Navidad del año 2016. El presidente declara ilegal los billetes de cien, los de más alta denominación. Nos da tres días para depositarlos en los bancos. Transcurrido ese lapso, no tendrán valor. Irónicamente, el día anterior hicimos cola para sacarlos. Ahora, reanudamos las colas, pero para devolverlos.
Venezuela, desesperada, madruga. Nuevamente hacemos colas de varias cuadras para depositar. El dinero no se puede cambiar porque los bancos no tienen otra denominación. Sólo entregan un certificado de depósito. Tampoco se puede retirar efectivo del cajero, ya que sólo da billetes de 100 bolívares, la denominación de la que debemos deshacernos.
Molestos, pero satisfechos por haber logrado depositar, descansamos. En la noche encendemos el televisor. El presidente, ante la cara atónita de sus ministros, legaliza nuevamente pero por dos semanas los vapuleados billetes. Nadie los quiere ni los tiene, ya que, transcurrido ese tiempo, hay que volver a depositarlos. El banco tampoco otorga billetes de menor denominación ¡No hay! Ni millonarios ni pobres tienen efectivo. ¡Qué Navidad tan de pinga! ¡Y ni les cuento el año nuevo que vamos a tener!
Por eso, yo no cambio a Venezuela. ¿Ustedes creen que en Suiza, Japón o en Estados Unidos se divierten como nosotros? Noooo… Allí la moneda es estable y aunque usted sea limosnero, siempre tendrá dinero.
Nos convirtieron en un país de indigentes y de mendigos, sin la posibilidad siquiera de pedir limosna porque aunque hay gente bondadosa, ninguna tiene efectivo.
Por cierto, ¿qué será de la vida del Papa quien nos metió en este berenjenal y se quedó calladito?
Se supone que el Papa es el representante de Dios en la tierra. Al parecer, Dios está en todas partes, menos en Venezuela.
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