Vladimiro Mujica
Sin que él lo sepa, tengo una deuda de gratitud con mi amigo el Prof. Ángel Álvarez, académico y estudioso de las ciencias políticas, quien ha encontrado lo que para mí es la definición más precisa del régimen venezolano. Tarea compleja porque la discusión convencional basculaba entre democracia y dictadura, pasando por autocracia y autoritarismo. Ocurre pues, que existe un término, anocracia, que condensa apropiadamente las características híbridas de prácticas pseudo-democráticas, oclocráticas y autoritarias que caracterizan al régimen venezolano.
Un amigo me hace la observación de que resulta casi imposible oponerse a la tentación de vulgarizar la palabra anocracia y no darle la irresistible interpretación tropical de “gobierno del ano o del culo”, sobre todo viendo la forma en que se destruye un país. De modo pues que el término propuesto por el Dr. Álvarez, recogido en un enjundioso trabajo de investigación de Xavier Coscojuela en TalCual satisface simultáneamente las más altas exigencias académicas, al tiempo que se presta para el chascarrillo popular que nos es tan querido a los venezolanos.
Un trozo un poco largo, extraído del libro de Pinker “Los ángeles que llevamos dentro” es muy revelador:
“Al principio del capítulo (y en el capítulo 3, donde analizamos las muertes violentas en el conjunto del planeta), nos encontramos con el concepto de anocracia, una forma de gobierno que no es del todo democrática ni del todo autocrática. Entre los científicos políticos, las anocracias también se conocen como semidemocracias, regímenes pretorianos o (mi calificativo preferido, oído por casualidad en una conferencia) “gobiernos de ****”. Se trata de administraciones que no hacen nada bien. A diferencia de los estados policiales autocráticos, no intimidan a sus poblaciones para volverlas inactivas, pero tampoco cuentan con los sistemas más o menos justos de cumplimiento de la ley propios de una democracia presentable. En lugar de ellos, suelen responder a los delitos internos con represalias indiscriminadas contra comunidades enteras. Y conservan las costumbres cleptocráticas de las autocracias de las que evolucionaron, repartiendo los tributos recaudados entre sus clanes, que a su vez sobornan para conseguir protección policial, veredictos judiciales favorables o acceso a los innumerables permisos necesarios para cualquier cosa. Un empleo público es el único billete para salir de la miseria, y tener alguien del clan en el poder es el único billete para lograr un empleo público. Cuando en unas “elecciones democráticas” el control del gobierno está periódicamente disponible para cualquiera, los intereses son tan notorios como en cualquier lucha por un botín valioso e indivisible. Los clanes, las tribus, y los grupos étnicos intentan intimidarse unos a otros ante las urnas y luego se enfrentan para invalidar un resultado que no les resulta favorable. Según el Global Report on Conflict, Governance and State Fragility (Informe global sobre conflictos, gobernanza y fragilidad de los estados), las anocracias son “unas seis veces más susceptibles que las democracias, y unas dos veces y media más susceptibles que las autocracias, de experimentar nuevos enfrentamientos sociales”, como guerras civiles étnicas, guerras revolucionarias y golpes de estado.
Estamos pues, enfrentados a una anocracia. La pregunta ¿Cómo se enfrenta la gente a un régimen de estas características? surge entonces con mucha fuerza, especialmente a raíz de las declaraciones de Henrique Capriles Radonski, recogidas hoy en la prensa. Señala la nota en Tal Cual Digital:
El gobernador de Miranda pidió relanzar la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) a inicios de enero, y aseguró que es necesario que la plataforma le plantee al país una ruta que permita retomar el trabajo electoral.
“Espero que a partir del primero de enero, la Unidad se relance y para que ocurra eso debe existir autocritica. Que se depure lo que se tenga que depurar y que se amplíe lo que se tenga que ampliar. La Unidad no solo puede ser una plataforma electoral, debe plantear a los venezolanos una ruta que permita alcanzar el cambio. Hoy no hay ruta”, dijo Capriles el miércoles.
El gobernador aseguró que él había liderado el camino del referendo revocatorio: “no lo logré, lo asumo con toda responsabilidad. No defendimos el revocatorio como teníamos que hacerlo; luego caímos en la trampa del diálogo, porque nosotros somos actores de buena fe”, planteó.
La reestructuración de la MUD que plantea Capriles debe girar en dos puntos principalmente: reactivar la movilización social para activar la presión social y apalancar unas elecciones generales; y “declararle la guerra al hambre a partir del 1 de enero, porque la lucha no solamente debe ser política, sino social”.
Son muchas las inquietudes e interrogantes que quedan abiertas a raíz de estas declaraciones de uno de los principales líderes opositores. Las más importantes están relacionadas, por un lado, con el hecho de que se continúan ofreciendo metas para las cuales no necesariamente existen las fuerzas políticas suficientes: antes el RR-2016 y ahora unas elecciones generales. Y, por el otro, el señalar que el diálogo fue una trampa en que se cayó mansamente. En rigor, el diálogo, largamente pedido por la oposición democrática al igual que la participación de la Iglesia ha sido una instancia indispensable a transitar en momentos de conflicto, incluso entre enemigos en guerra. Malas señales discursivas, sobre todo si provienen de un líder del calibre de Capriles, para avanzar hacia una rectificación de la dirigencia opositora, que él mismo reconoce como indispensable.
Quizás sean estos los tiempos de recordar al león británico, Winston Churchill, quien dirigiéndose a su pueblo en la guerra contra los nazis les prometió “sangre, sudor y lágrimas”. La guerra, como la política contra un gobierno anocrático no admite más la siembra de falsa expectativas
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