06:03 PM - 23 / Febrero / 2013
Resulta que es improbable que la palabra “coroto” provenga del nombre del pintor francés Jean-Baptiste-Camille Corot. No fue Antonio Guzmán Blanco, ni ningún otro presidente, quien –cuidando sus valiosos cuadros– les gritó a los que lo ayudaban con una mudanza “cuidado con los corotos”. La voz es de origen indígena y designaba un recipiente para tomar agua. En 1823, cuando el artista parisino era apenas un aprendiz, el abogado dominicano Núñez de Cáceres la utilizaba en el libroMemoria de Venezuela y Caracas como sinónimo de “cosa”.
Esa es una de las 100 palabras que Francisco Javier Pérez presenta en su Diccionario histórico del español en Venezuela. El volumen de 1.000 páginas traza la evolución filológica de una centena de vocablos típicos de la tradición nacional, junto con un conjunto de voces que ascienden a 3.000 registros léxicos –esto es: las derivaciones de cada palabra– y 5.000 registros semánticos, en los que se estudian los diversos significados que cada uno ha adquirido a lo largo del tiempo. Los registros expanden el ámbito descriptivo del libro, lo cual causó la necesidad de agregarle un índice, algo raro en un diccionario, pero una herramienta que también permite al usuario tener acceso fácil a las voces y sus derivados. La intención es que la publicación sea accesible a la mayor cantidad de lectores.
“Nadie debe pensar que este es un diccionario para los especialistas o los lexicógrafos o aquellos que se interesan por la lengua. El asunto es que la lengua es todo y de todos”, apunta Pérez, que espera presentar un segundo tomo de su trabajo a finales de año.
El lexicógrafo adelanta también un Glosario de glosarios de obras literarias venezolanas, en el cual recoge más de una centena de piezas anexas a obras literarias venezolanas como ensayos, novelas, cuentos y poemas y en el que está descrita la lengua venezolana desde el español regional hasta el juvenil. “Creo que esta obra puede ser de utilidad para los interesados en la literatura, porque yo difiero de otros académicos que piensan que un lexicógrafo no debe tocar el terreno de la creación: en términos de léxico hay una enorme riqueza en los diversos géneros nacionales, porque los escritores tienen la agudeza de ver realidades e identificarlas con palabras”.
Logros. Gracias al exhaustivo trabajo, al cual el presidente de la Academia Venezolana de la Lengua dedicó una década, ahora se puede saber que el “tequeño” que nunca falta en una fiesta es de creación reciente, probablemente originario de una cocina de la ciudad mirandina de Los Teques, y que el primer recetario que reconoció su existencia fue La cocina de Casilda (1953). Se trata del primer diccionario de su estilo, pues combina lo analítico y lo histórico, ofreciendo nuevas perspectivas sobre la manera cómo se habla en el país y cómo se hizo en el pasado.
El primer tomo del diccionario recoge palabras típicas del habla nacional de la “a” a la “z”. Se incluyen vocablos de origen colonial que han llegado al léxico de la actualidad, así como aquellos cuyo uso se perdió hace dos siglos. Además, para que el conjunto tuviera significación, el investigador añadió voces de la jerga coloquial, recientes y del lenguaje juvenil.
En general, los diccionarios son aglutinadores de las épocas en las que se publican, de las costumbres de una cultura y de las formas de pensamiento de determinadas sociedades. La particularidad del que presenta Pérez ahora es justamente proclamarse como “histórico” y no “de uso”, que es el tipo más común del diccionario, que tradicionalmente ofrece definiciones. Estudiando el origen y los usos de las voces a través de los tiempos, el compilador hace valiosos aportes a la comprensión de la cultura contemporánea del venezolano.
El objetivo que de un trabajo así, explica, es llamar la atención sobre la manera de hablar en Venezuela: “Dejar nuestra lexicografía asentada en un solo libro es un recordatorio permanente de que, más allá de las transformaciones de nuestra lengua, acá hay un haber, un saldo que nos da identidad y que siempre estará allí”.
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