OSWALDO PÁEZ-PUMAR | EL UNIVERSAL
lunes 25 de febrero de 2013 12:00 AM
Después de dos meses de ausencia se dice que llegó de nuevo. Sin embargo, a su llegada no hubo los honores militares de recepción como corresponde a su alta investidura. ¿Será acaso que debe interpretarse que no ha tomado posesión ya que no se ha juramentado, desmintiendo así la doctrina Maduro de la continuidad administrativa acogida por Luisa? El modo oculto y misterioso de su entrada en lugar de fortalecer la credibilidad de los voceros, la hace cada vez más pobre y opaca y por eso se ven en la necesidad de recurrir a la magia.
El supuestamente recién llegado ha dejado de ser un hombre para convertirse en un fetiche cuya presencia no puede ser advertida por la población del mismo modo que la de cualquier otro hombre, es decir, con su presencia pública, o al menos con la de su imagen transmitida públicamente. Elevado a la categoría de fetiche sirve a los usurpadores para el propósito de la usurpación y les permite fomentar entre los seguidores el objetivo de la adoración.
En efecto, se les ha dicho que ha regresado y aunque no lo han visto manifiestan su alegría, mientras que los usurpadores arremeten contra quienes nos negamos a aceptar que a los ciudadanos se les pretenda dar el tratamiento de súbditos sin derecho a información cuando el gobierno es constitucionalmente "responsable", es decir, que debe responder al titular de la soberanía que es el pueblo, como un todo, y no exclusivamente a los partidarios del fetiche ante quienes tampoco se responde, sino únicamente se les ningunea y ordena.
A través de la historia de la humanidad los pueblos en distintas manifestaciones religiosas han rendido culto a diversos dioses, todos ellos caracterizados como seres cuya entidad es la de un superior a los hombres que lo adoran. En el caso del cristianismo la encarnación del hijo en el insondable misterio de la Trinidad, no rebaja al Dios a escala humana, sino eleva la humanidad a la escala divina.
En el comunismo que predica que la religión es el opio del pueblo, se busca drogar al pueblo con la droga del fetiche, un ser humano igual que los demás pero convertido en Dios por el aparato de propaganda del Estado; y en ese altar figuran Stalin, Mao, Castro y Chávez.
El supuestamente recién llegado ha dejado de ser un hombre para convertirse en un fetiche cuya presencia no puede ser advertida por la población del mismo modo que la de cualquier otro hombre, es decir, con su presencia pública, o al menos con la de su imagen transmitida públicamente. Elevado a la categoría de fetiche sirve a los usurpadores para el propósito de la usurpación y les permite fomentar entre los seguidores el objetivo de la adoración.
En efecto, se les ha dicho que ha regresado y aunque no lo han visto manifiestan su alegría, mientras que los usurpadores arremeten contra quienes nos negamos a aceptar que a los ciudadanos se les pretenda dar el tratamiento de súbditos sin derecho a información cuando el gobierno es constitucionalmente "responsable", es decir, que debe responder al titular de la soberanía que es el pueblo, como un todo, y no exclusivamente a los partidarios del fetiche ante quienes tampoco se responde, sino únicamente se les ningunea y ordena.
A través de la historia de la humanidad los pueblos en distintas manifestaciones religiosas han rendido culto a diversos dioses, todos ellos caracterizados como seres cuya entidad es la de un superior a los hombres que lo adoran. En el caso del cristianismo la encarnación del hijo en el insondable misterio de la Trinidad, no rebaja al Dios a escala humana, sino eleva la humanidad a la escala divina.
En el comunismo que predica que la religión es el opio del pueblo, se busca drogar al pueblo con la droga del fetiche, un ser humano igual que los demás pero convertido en Dios por el aparato de propaganda del Estado; y en ese altar figuran Stalin, Mao, Castro y Chávez.
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