RUTH CAPRILES | EL UNIVERSAL
jueves 14 de febrero de 2013 12:00 AM
Creso fue un déspota de Lidia, Asia Menor, del 560 al 547 a.C. Se creía el más feliz de los mortales pues había obtenido inmensas riquezas y territorios, ejercía un dominio despótico sobre sus súbditos y había conquistado las ciudades griegas más importantes de la región de Anatolia.
Cuando el sabio Solón pasó por la ciudad de Sardes, capital de Lidia, Creso lo invitó a recorrer sus dominios y visitar las estancias llenas de los tesoros pillados en sus conquistas. Luego, Creso preguntó a Solón quién creía era el más afortunado de los hombres, esperando los halagos debidos a su poderío. En vez de adularlo, el sabio mencionó varios nombres de personas que habían realizado grandes hazañas y luego habían llevado vidas tranquilas y gozosas, muriendo entre los suyos. Indignado, el déspota le preguntó por qué no apreciaba la dicha Lidia y Solón respondió: "no se conoce de la dicha de un hombre hasta que no se conoce su final". Creso dejó ir a Solón con desprecio, considerándolo un ignorante.
Pocos años después empezaron las desdichas de Creso. Primero perdió a su querido hijo y heredero; luego Lidia es atacada por los persas, bajo el comando de Ciro II quien en vez de matarlo lo mantuvo vivo como consejero para que lo ayudase a terminar de conquistar sus dominios. De Rey pasó así a ser esclavo de los persas y traidor a su patria, teniendo un final de deshonra. Para los antiguos, una muerte heroica era preferible a un fin indigno de servidumbre y traición a los propios. Por eso advertía Herodoto a los gobernantes soberbios: "... si has asumido que hombre también tú eres y gobiernas sobre otros semejantes, aprende en primer lugar que en los asuntos humanos existe un movimiento cíclico y que, al girar, no permite que siempre los mismos sean los afortunados".
Cuando el sabio Solón pasó por la ciudad de Sardes, capital de Lidia, Creso lo invitó a recorrer sus dominios y visitar las estancias llenas de los tesoros pillados en sus conquistas. Luego, Creso preguntó a Solón quién creía era el más afortunado de los hombres, esperando los halagos debidos a su poderío. En vez de adularlo, el sabio mencionó varios nombres de personas que habían realizado grandes hazañas y luego habían llevado vidas tranquilas y gozosas, muriendo entre los suyos. Indignado, el déspota le preguntó por qué no apreciaba la dicha Lidia y Solón respondió: "no se conoce de la dicha de un hombre hasta que no se conoce su final". Creso dejó ir a Solón con desprecio, considerándolo un ignorante.
Pocos años después empezaron las desdichas de Creso. Primero perdió a su querido hijo y heredero; luego Lidia es atacada por los persas, bajo el comando de Ciro II quien en vez de matarlo lo mantuvo vivo como consejero para que lo ayudase a terminar de conquistar sus dominios. De Rey pasó así a ser esclavo de los persas y traidor a su patria, teniendo un final de deshonra. Para los antiguos, una muerte heroica era preferible a un fin indigno de servidumbre y traición a los propios. Por eso advertía Herodoto a los gobernantes soberbios: "... si has asumido que hombre también tú eres y gobiernas sobre otros semejantes, aprende en primer lugar que en los asuntos humanos existe un movimiento cíclico y que, al girar, no permite que siempre los mismos sean los afortunados".
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