ROBERTO GIUSTI | EL UNIVERSAL
martes 19 de marzo de 2013 12:00 AM
El lugar común se ha convertido casi en inamovible matriz de opinión: montado sobre la ola del mito Chávez, Nicolás Maduro saldrá triunfante en las elecciones del 14 de abril. Los argumentos abundan: sería muy estrecho el margen de acción del cual dispondría Henrique Capriles para liberarse de esa especie de ley de hierro, asentada sobre el concepto, acuñado por Luis Vicente León, del "velorio como campaña". Las cosas están definidas de manera que todas las ventajas están a favor de Maduro, cuyo origen de clase media baja y su leyenda de chofer de Metrobús, trocado en estadista por obra y gracia del designio presidencial pre mortem, lo convierten en la inescapable encarnación del líder eterno.
Se añade, además, razones como el obvio ventajismo oficialista, cuyo pilar central son los poderes de Maduro, devenido, como su maestro y progenitor político, en presidente y candidato a la vez. Otro factor citado son los tiempos: por muy inepto que pueda ser Maduro en el ejercicio de gobierno y por muy flagrante que se muestre la brecha abierta entre su liderazgo balbuceante y el de Chávez, el brevísimo lapso concedido por la ley al desarrollo de la campaña electoral será insuficiente para poner de bulto sus inconsistencias y limitaciones.
También se da como un hecho la transferencia automática de votos y se considera que Maduro es el dueño absoluto de la voluntad de los 8 millones de venezolanos que sufragaron por Chávez el 7-O y eso implica considerar, a más de la mitad de los votantes, como un masa ciega y carente de todo sentido crítico lo cual, evidentemente, no es así.
Pero las cosas se definen en el terreno y ya se comienza a vislumbrar como Capriles ha logrado empalmar el espíritu dinámico y envolvente de los últimos días de la campaña del 2012 con esta brevísima y atípica del 2013. Así, parece estar intacto un hilo de continuidad que se ha mantenido durante estos cinco meses, de manera que Capriles aparece como trabajando para una suerte de segunda vuelta, no ya en la conquista del voto obtenido, sino en procura de aquel que se le hizo esquivo para el primer episodio.
Frente a un candidato presidente que teóricamente parte de cero, Capriles lo hace desde una base de 6 millones y medio de votos. Pero, además de eso, el sorprendente inicio de su actividad, con actos de masas imprevistos, que superan con mucho las expectativas de los organizadores, contrastan con los de un candidato presidente desmovilizado, concentrado en actividades burocráticas y montado sobre una campaña virtual que depende de las cadenas, actos oficiales y el ritornelo, ya rancio, de la herencia y el legado. Así están las cosas y el período de un mes escaso, hasta el día de las elecciones, promete ser intenso, cambiante, duro y rudo.
Se añade, además, razones como el obvio ventajismo oficialista, cuyo pilar central son los poderes de Maduro, devenido, como su maestro y progenitor político, en presidente y candidato a la vez. Otro factor citado son los tiempos: por muy inepto que pueda ser Maduro en el ejercicio de gobierno y por muy flagrante que se muestre la brecha abierta entre su liderazgo balbuceante y el de Chávez, el brevísimo lapso concedido por la ley al desarrollo de la campaña electoral será insuficiente para poner de bulto sus inconsistencias y limitaciones.
También se da como un hecho la transferencia automática de votos y se considera que Maduro es el dueño absoluto de la voluntad de los 8 millones de venezolanos que sufragaron por Chávez el 7-O y eso implica considerar, a más de la mitad de los votantes, como un masa ciega y carente de todo sentido crítico lo cual, evidentemente, no es así.
Pero las cosas se definen en el terreno y ya se comienza a vislumbrar como Capriles ha logrado empalmar el espíritu dinámico y envolvente de los últimos días de la campaña del 2012 con esta brevísima y atípica del 2013. Así, parece estar intacto un hilo de continuidad que se ha mantenido durante estos cinco meses, de manera que Capriles aparece como trabajando para una suerte de segunda vuelta, no ya en la conquista del voto obtenido, sino en procura de aquel que se le hizo esquivo para el primer episodio.
Frente a un candidato presidente que teóricamente parte de cero, Capriles lo hace desde una base de 6 millones y medio de votos. Pero, además de eso, el sorprendente inicio de su actividad, con actos de masas imprevistos, que superan con mucho las expectativas de los organizadores, contrastan con los de un candidato presidente desmovilizado, concentrado en actividades burocráticas y montado sobre una campaña virtual que depende de las cadenas, actos oficiales y el ritornelo, ya rancio, de la herencia y el legado. Así están las cosas y el período de un mes escaso, hasta el día de las elecciones, promete ser intenso, cambiante, duro y rudo.
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