Ricardo Escalante
Los hechos de violencia que ocurren en la Asamblea Nacional de Venezuela no son fortuitos, sino realizados con premeditación, ventaja y alevosía, para intimidar a quienes denuncian el fraude electoral del 14 de abril.
El atropello ha llegado a límites insospechados que ponen en evidencia que la democracia venezolana es apenas una farsa, que desvirtúa la naturaleza de la institución parlamentaria y la validez legal de sus actos.
El diputado Diosdado Cabello no atina a comprender que los miembros de la AN son primus inter pares escogidos por voluntad popular, y que en el ejercicio de su función gozan de inmunidad. No pueden ser coartados. Sin embargo, al impedir el derecho de palabra a los opositores, él procede como lo que es: Un militar de baja graduación, golpista, soez, intemperante.
Cabello piensa que la condición de presidente de la casa de las leyes y del debate político por excelencia, es un cuartel y que los diputados son reclutas sin derecho a la crítica. Por eso hace patear mujeres, tal como le ocurrió a María Corina Machado, y propinar salvajes palizas a todo aquel que levante la voz en su contra o contra el gobierno. Por eso William Dávila y Julio Borges fueron agredidos.
¿Cómo entender el comportamiento de Diosdado Cabello? Es un teniente que estuvo implicado en uno de los golpes de 1992 contra el Presidente Carlos Andrés Pérez, que en el gobierno de Chávez iba pasando por distintos cargos, acusado más de treinta veces por esquilmar el Erario. Hubo ocasiones en las cuales dejó ver su ambición, tratando de insinuar que calzaba los mismos zapatos de su jefe.
Ante esas circunstancias totalitarias no cabe otra posibilidad que gritar: Anda Diosdado, hazlo. ¡Disuelve la Asamblea Nacional! ¡Saca la ametralladora!
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