JOSÉ TORO HARDY| EL UNIVERSAL
martes 28 de mayo de 2013 12:00 AM
La situación del país ha sobrepasado los límites de tolerancia. ¿Qué va a pasar? Retrocedamos algunas páginas en la historia:
Después de décadas de afianzamiento de la democracia, prevalecía la desilusión. Muchos venezolanos evocaban con añoranza la época de Pérez Jiménez, donde se produjo una gran prosperidad económica a costa de un alto precio en materia de libertades. Había ventajas: empleo, seguridad, no había inflación, se estaba construyendo una infraestructura envidiable, la moneda venezolana era tan sólida como el franco suizo, desde el exterior Venezuela era percibida como el país del futuro y tuvimos una afluencia de inmigrantes dispuestos a apostar por el país.
Detrás de aquella prosperidad existían algunos elementos que el grueso de los venezolanos no conocían. Venezuela estaba capitalizando su importancia petrolera. Veamos:
Pocos años atrás había concluido la Segunda Guerra Mundial en la cual los aliados triunfaron en buena medida gracias a Venezuela. Nuestro país había suministrado cerca del 60% del petróleo que los aliados usaron en los frentes de batalla.
Algunos años después estalla la guerra de Corea en la cual las Naciones Unidas se enfrentaban al avance del comunismo hacia el sureste asiático. Era Irán quien estaba abasteciendo los requerimientos petroleros de la ONU en aquel conflicto; pero en 1953, el Sha de Irán es derrocado por su primer ministro Mossadegh, interrumpiéndose su producción petrolera.
Coincide el triunfo electoral de Pérez Jiménez en 1953 con el golpe de Mossadegh en Irán. Nuevamente el petróleo venezolano desempeñó un rol primordial para Occidente.
En 1954 Nasser nacionalizó el canal de Suez. Estalla la guerra entre Egipto contra Israel, Francia y Gran Bretaña. Sin el canal el petróleo del Golfo Pérsico no tendría como llegar a los mercados occidentales. Todas las miradas se volcaron en Venezuela.
Aprovechando la situación el gobierno otorgó en 1956 concesiones petroleras a cambio de las cuales obtuvo más de 3.000 millones de dólares, suma inimaginable para la época.
En medio de los trascendentales eventos geopolítico mencionados, nuestra producción e ingresos petroleros aumentaron sustancialmente y el país se benefició de grandes inversiones, no sólo en el área petrolera, sino también en los demás sectores de la economía. Por eso los años de Pérez Jiménez fueron de gran prosperidad.
Pero llegó un momento en que Venezuela ansiaba recuperar sus libertades. El 23 de enero de 1958 la historia rugió y el país comenzó a transitar una nueva fase.
Casi desde el principio, la democracia tuvo que enfrentar a un temible adversario: Fidel Castro.
Rómulo Betancourt inaugura la nueva etapa democrática que habría de durar unas cuatro décadas durante las cuales Venezuela ratificó su importancia como abastecedor de petróleo seguro y confiable, obteniendo a cambio los recursos económicos que requerían las transformaciones sociales del país. Siempre estuvimos dispuestos a demostrar nuestra confiabilidad en cada una de las periódicas y recurrentes crisis petroleras que estallaban en el mundo islámico.
Pero ya a principios de 1998 los principales partidos políticos del país lucían agotados. La historia crepitaba. Aprovechando esa situación, un militar de tradición golpista logró ganar las elecciones: Hugo Chávez. Los electores creyeron ver en Chávez a un nuevo Pérez Jiménez; sin embargo, sin saberlo, le entregaron el país a Fidel Castro.
Chávez se mantuvo en el poder hasta su muerte valiéndose de recursos más autocráticos que democráticos. La situación ha cambiado. Hugo Chávez ya no está.
Aunque el CNE le dio la victoria el 14-A a Maduro, este luce débil. Sus partidarios están divididos y el país enfrenta una crisis económica épica caracterizada por escasez, falta de dólares, fuerte devaluación, elevada inflación y déficit fiscal inmanejable, todo ello en medio de niveles de inseguridad sin precedentes. Maduro carece de legitimidad para enfrentar la situación.
Además la base política del partido de gobierno siempre se afincó en los sectores populares; pero en las elecciones del 14-A, Henrique Capriles ganó en los sectores D y E en las áreas urbanas del país.
En cambio el liderazgo de la oposición en cabeza de Henrique Capriles quedó sólidamente legitimado.
Todo indica que el país ya no quiere transitar la ruta cubana. Venezuela está cansada. El maderamen político de la revolución está crujiendo y la historia se apresta a anunciar cambios.
Después de décadas de afianzamiento de la democracia, prevalecía la desilusión. Muchos venezolanos evocaban con añoranza la época de Pérez Jiménez, donde se produjo una gran prosperidad económica a costa de un alto precio en materia de libertades. Había ventajas: empleo, seguridad, no había inflación, se estaba construyendo una infraestructura envidiable, la moneda venezolana era tan sólida como el franco suizo, desde el exterior Venezuela era percibida como el país del futuro y tuvimos una afluencia de inmigrantes dispuestos a apostar por el país.
Detrás de aquella prosperidad existían algunos elementos que el grueso de los venezolanos no conocían. Venezuela estaba capitalizando su importancia petrolera. Veamos:
Pocos años atrás había concluido la Segunda Guerra Mundial en la cual los aliados triunfaron en buena medida gracias a Venezuela. Nuestro país había suministrado cerca del 60% del petróleo que los aliados usaron en los frentes de batalla.
Algunos años después estalla la guerra de Corea en la cual las Naciones Unidas se enfrentaban al avance del comunismo hacia el sureste asiático. Era Irán quien estaba abasteciendo los requerimientos petroleros de la ONU en aquel conflicto; pero en 1953, el Sha de Irán es derrocado por su primer ministro Mossadegh, interrumpiéndose su producción petrolera.
Coincide el triunfo electoral de Pérez Jiménez en 1953 con el golpe de Mossadegh en Irán. Nuevamente el petróleo venezolano desempeñó un rol primordial para Occidente.
En 1954 Nasser nacionalizó el canal de Suez. Estalla la guerra entre Egipto contra Israel, Francia y Gran Bretaña. Sin el canal el petróleo del Golfo Pérsico no tendría como llegar a los mercados occidentales. Todas las miradas se volcaron en Venezuela.
Aprovechando la situación el gobierno otorgó en 1956 concesiones petroleras a cambio de las cuales obtuvo más de 3.000 millones de dólares, suma inimaginable para la época.
En medio de los trascendentales eventos geopolítico mencionados, nuestra producción e ingresos petroleros aumentaron sustancialmente y el país se benefició de grandes inversiones, no sólo en el área petrolera, sino también en los demás sectores de la economía. Por eso los años de Pérez Jiménez fueron de gran prosperidad.
Pero llegó un momento en que Venezuela ansiaba recuperar sus libertades. El 23 de enero de 1958 la historia rugió y el país comenzó a transitar una nueva fase.
Casi desde el principio, la democracia tuvo que enfrentar a un temible adversario: Fidel Castro.
Rómulo Betancourt inaugura la nueva etapa democrática que habría de durar unas cuatro décadas durante las cuales Venezuela ratificó su importancia como abastecedor de petróleo seguro y confiable, obteniendo a cambio los recursos económicos que requerían las transformaciones sociales del país. Siempre estuvimos dispuestos a demostrar nuestra confiabilidad en cada una de las periódicas y recurrentes crisis petroleras que estallaban en el mundo islámico.
Pero ya a principios de 1998 los principales partidos políticos del país lucían agotados. La historia crepitaba. Aprovechando esa situación, un militar de tradición golpista logró ganar las elecciones: Hugo Chávez. Los electores creyeron ver en Chávez a un nuevo Pérez Jiménez; sin embargo, sin saberlo, le entregaron el país a Fidel Castro.
Chávez se mantuvo en el poder hasta su muerte valiéndose de recursos más autocráticos que democráticos. La situación ha cambiado. Hugo Chávez ya no está.
Aunque el CNE le dio la victoria el 14-A a Maduro, este luce débil. Sus partidarios están divididos y el país enfrenta una crisis económica épica caracterizada por escasez, falta de dólares, fuerte devaluación, elevada inflación y déficit fiscal inmanejable, todo ello en medio de niveles de inseguridad sin precedentes. Maduro carece de legitimidad para enfrentar la situación.
Además la base política del partido de gobierno siempre se afincó en los sectores populares; pero en las elecciones del 14-A, Henrique Capriles ganó en los sectores D y E en las áreas urbanas del país.
En cambio el liderazgo de la oposición en cabeza de Henrique Capriles quedó sólidamente legitimado.
Todo indica que el país ya no quiere transitar la ruta cubana. Venezuela está cansada. El maderamen político de la revolución está crujiendo y la historia se apresta a anunciar cambios.
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