MAURICIO DE VENGOECHEA| EL UNIVERSAL
miércoles 29 de mayo de 2013 12:00 AM
Contra todas las predicciones de quienes sonaron como los más expertos en los medios escritos radiales y televisivos durante las últimas semanas, los verdaderos enemigos del nuevo régimen de Venezuela que preside Nicolás Maduro no son ni el candidato de la oposición Henrique Capriles, ni los miembros de la mesa de la unidad, ni Estados Unidos y su presión para que se produzca el reconteo de los votos. Las principales amenazas son en realidad la inseguridad y el desabastecimiento de alimentos y productos de primera necesidad.
Para combatir la inseguridad en Venezuela, que ha llegado a niveles verdaderamente alarmantes, el nuevo gobierno anunció el Plan Patria Segura, asumiendo una estrategia parecida a la implantada en México en 2006 por el entonces presidente Felipe Calderón, como fue sacar el ejército a las calles para combatir el narcotráfico. En el caso de Venezuela, no se trata de combatir el negocio ilícito de drogas, sino la alta percepción de inseguridad ciudadana; de acuerdo a una encuesta reciente de Gallup 3 de cada 4 venezolanos se siente inseguro en su país.
A Calderón la medida no le sirvió para controlar la violencia generada por los carteles de la droga, la cual con el tiempo se incrementó, pero sí le permitió fortalecerse como Presidente, asumir un liderazgo en la lucha contra el narcotráfico, y dejar de ser ese mandatario débil que fue bautizado con el apodo de "ilegítimo" por su contrincante Andrés Manuel López Obrador, quien perdió los comicios por una diferencia porcentual menor a la de Henrique Capriles contra Maduro en Venezuela.
El desabastecimiento es sin embargo más complejo de manejar porque se trata de un monstruo de muchas cabezas que le será difícil dominar al gobierno de Maduro, ya que a quienes más afecta es a las propias bases del chavismo que terminarán por repudiarlo si no se encuentra rápido una solución efectiva.
Lo que ocurre hoy en los supermercados y tiendas de barrio en toda Venezuela es algo que se veía venir y que se origina en una política de excesivos y equivocados controles, impuestos por el régimen en un mundo globalizado donde el mercado y no el Estado, es quien regula las tasas y los precios. Veamos:
Control cambiario que trajo consigo la creación de un cambio paralelo del dólar que benefició a unos pocos y generó una presión monetaria sobre la economía, obligando al gobierno a producir una devaluación de casi el 50 por ciento. A pesar de ello, la tasa oficial es hoy de 6,30 bolívares por dólar cuando en el mercado paralelo se negocia a otro monto y más, en razón a la escasez cada vez mayor de divisas.
Control de precios en la venta de los productos de la canasta básica durante los últimos veinte meses, una medida populista y absurda económicamente en el mundo de hoy, que por cierto ya había fracasado en el pasado durante el gobierno del presidente Jaime Lusinchi. Esto no podía traer nada distinto que las alzas de 20 por ciento en el precio de alimentos básicos como sucedió recientemente con la autorización del nuevo gobierno.
Control de la producción agroindustrial, pues a pesar de lo positivo que nos parezca el nuevo entendimiento del gobierno de Nicolás Maduro con la empresa Polar a la que el difunto Hugo Chávez quiso sacar del juego, ésta apenas controla el veinte por ciento de la producción de alimentos del país. Los verdaderos productores son hoy las empresas que fueron confiscadas en los últimos años o que fueron creadas con incentivos del gobierno anterior, y que hoy están en manos del estado bolivariano produciendo con total ineficiencia como era de esperarse.
Y finalmente, control laboral, pues frente a la oferta de aumentar el salario de los trabajadores un 45 por ciento como ofreció Maduro en su campaña, no habrá empresa distinta al propio Estado que aguante los costos laborales para ser competitiva y rentable.
Si a esto le sumamos que mientras la inflación anualizada de los países de América Latina ha logrado bajar a un dígito, la de Venezuela este año se calcula por parte de la Cepal en más de 30 por ciento, las cosas se pondrán color de hormiga y estos dos enemigos pueden terminar siendo invencibles.
Para combatir la inseguridad en Venezuela, que ha llegado a niveles verdaderamente alarmantes, el nuevo gobierno anunció el Plan Patria Segura, asumiendo una estrategia parecida a la implantada en México en 2006 por el entonces presidente Felipe Calderón, como fue sacar el ejército a las calles para combatir el narcotráfico. En el caso de Venezuela, no se trata de combatir el negocio ilícito de drogas, sino la alta percepción de inseguridad ciudadana; de acuerdo a una encuesta reciente de Gallup 3 de cada 4 venezolanos se siente inseguro en su país.
A Calderón la medida no le sirvió para controlar la violencia generada por los carteles de la droga, la cual con el tiempo se incrementó, pero sí le permitió fortalecerse como Presidente, asumir un liderazgo en la lucha contra el narcotráfico, y dejar de ser ese mandatario débil que fue bautizado con el apodo de "ilegítimo" por su contrincante Andrés Manuel López Obrador, quien perdió los comicios por una diferencia porcentual menor a la de Henrique Capriles contra Maduro en Venezuela.
El desabastecimiento es sin embargo más complejo de manejar porque se trata de un monstruo de muchas cabezas que le será difícil dominar al gobierno de Maduro, ya que a quienes más afecta es a las propias bases del chavismo que terminarán por repudiarlo si no se encuentra rápido una solución efectiva.
Lo que ocurre hoy en los supermercados y tiendas de barrio en toda Venezuela es algo que se veía venir y que se origina en una política de excesivos y equivocados controles, impuestos por el régimen en un mundo globalizado donde el mercado y no el Estado, es quien regula las tasas y los precios. Veamos:
Control cambiario que trajo consigo la creación de un cambio paralelo del dólar que benefició a unos pocos y generó una presión monetaria sobre la economía, obligando al gobierno a producir una devaluación de casi el 50 por ciento. A pesar de ello, la tasa oficial es hoy de 6,30 bolívares por dólar cuando en el mercado paralelo se negocia a otro monto y más, en razón a la escasez cada vez mayor de divisas.
Control de precios en la venta de los productos de la canasta básica durante los últimos veinte meses, una medida populista y absurda económicamente en el mundo de hoy, que por cierto ya había fracasado en el pasado durante el gobierno del presidente Jaime Lusinchi. Esto no podía traer nada distinto que las alzas de 20 por ciento en el precio de alimentos básicos como sucedió recientemente con la autorización del nuevo gobierno.
Control de la producción agroindustrial, pues a pesar de lo positivo que nos parezca el nuevo entendimiento del gobierno de Nicolás Maduro con la empresa Polar a la que el difunto Hugo Chávez quiso sacar del juego, ésta apenas controla el veinte por ciento de la producción de alimentos del país. Los verdaderos productores son hoy las empresas que fueron confiscadas en los últimos años o que fueron creadas con incentivos del gobierno anterior, y que hoy están en manos del estado bolivariano produciendo con total ineficiencia como era de esperarse.
Y finalmente, control laboral, pues frente a la oferta de aumentar el salario de los trabajadores un 45 por ciento como ofreció Maduro en su campaña, no habrá empresa distinta al propio Estado que aguante los costos laborales para ser competitiva y rentable.
Si a esto le sumamos que mientras la inflación anualizada de los países de América Latina ha logrado bajar a un dígito, la de Venezuela este año se calcula por parte de la Cepal en más de 30 por ciento, las cosas se pondrán color de hormiga y estos dos enemigos pueden terminar siendo invencibles.
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