Trino Márquez
30 Mayo, 2013
Durante catorce años el régimen ha tratado de montar una hegemonía comunicacional que transita por dos canales distintos, aunque complementarios. El primero se orienta hacia la construcción de un aparato propagandístico e informativo propio. El segundo se dirige hacia la liquidación o neutralización de los medios existentes. En este segundo plano, la fase inicial concluyó con el cierre de RCTV. Ahora, la meta es liquidar Globovision.
El régimen ensayó varias fórmulas hasta que, finalmente, trazó la estrategia definitiva. El ladrillo clave de este andamiaje era la asfixia económica. Había que convertir la emisora en un proyecto financiero inviable. Conatel sería el brazo ejecutor. El Consejo aplicaría multas permanentes, amenazas de cierre y prohibición de incorporar la tecnología digital a la infraestructura de la emisora. Había que completar el círculo en torno a Globovisión para que sus dueños la vendieran. Algunos de los jerarcas del régimen la comprarían por interpuestas personas y Conatel aprobaría, sin contratiempos, la operación. La faena quedaría redondita. No habría que cambiarle el nombre, tal como sucedió con RCTV, que parió ese engendro soporífero llamado TVES, que duerme a la audiencia hasta cuando transmite los juegos de la Vino Tinto.
Consumada la venta comenzó la nueva fase. Durante los primeros días había que mantener la imagen de neutralidad frente al Gobierno. Lo que ocurre es que resulta demasiado cuesta arriba que profesionales que nacieron y crecieron en Globovisión, que le dieron la imagen guerrera que el canal posee, acepten interpretar el papel modosito y asexuado que la nueva Junta Directiva pretende imprimirles a ciertos espacios comprometidos con la denuncia y la crítica de los continuos desmanes de una capa de filibusteros que se entronizó en el poder para enriquecerse y eternizarse. Con Buenas Noches la táctica fracasó. Kico, Carla y, probablemente Roland no transigieron con esta línea. Pedro Luis Flores se solidarizó con sus compañeros noctámbulos. A Ismael García sencillamente lo botaron. Con el dirigente opositor fueron implacables.
Los nuevos propietarios no podrán transformar Globovisión en una especie de Canal I, desdibujado e insípido, que no transmite emoción porque no está comprometido con ninguna línea editorial definida. Esa “neutralidad” no es posible sostenerla en Venezuela por la sencilla razón de que en el país se está con la defensa de la democracia y la libertad o se apoya el avance del autoritarismo, el comunismo y la subordinación frente a Cuba. Los medios de comunicación forman una parte medular de esa confrontación. El régimen lo entendió desde 1999, aunque solo tomó plena conciencia de su significado luego de los sucesos de abril de 2002.
Chávez, a pesar de las constantes amenazas contra Globovisión, soportó al canal. Podía coexistir en tensión con él porque su liderazgo y su gobierno eran fuertes. Los herederos resultan demasiado débiles, inseguros y paranoides para convivir con una planta de televisión crítica, comprometida con la democracia y con un tipo de periodismo incisivo, que no le hace concesiones a la mediocridad, ni carantoñas al despotismo.
Es temprano aún para saber cuál será el destino de Globo. Seguramente las figuras emblemáticas que todavía quedan no harán concesiones, ni se humillarán. Queda claro que la oposición entró en una fase en la que deberá aprender a desenvolverse si ese amplificador. No es la primera vez que se enfrentan situaciones adversas. Cuando Pérez Jiménez, no existió nunca nada parecido a Globovisión, sin embargo, el tirano cayó. Tampoco en Túnez, Libia o Egipto hubo nada similar a esa heroica estación, y, no obstante, se produjo la Primavera Árabe. No hablemos de la URSS y Europa oriental. En Venezuela no será diferente.
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