LUIS VICENTE LEÓN | EL UNIVERSAL
domingo 12 de mayo de 2013 12:00 AM
Es evidente que los resultados de las elecciones presidenciales no fueron halagadores para el chavismo. En apenas un mes, pulverizaron la ventaja que Chávez les había dejado en herencia, lo que pese a dejarlos formalmente en el poder, se convirtió en una derrota perceptual que impidió a Maduro disfrutar de la luna de miel que suele suceder después de un triunfo electoral.
Maduro se convirtió en el primer presidente chavista, pero también el primero de nuestra democracia que no ha sido reconocido por sus adversarios (la mitad del país) y que ha despertado dudas sobre su legitimidad de origen en una parte importante de la comunidad internacional, irrelevante si éstas son justas o no.
Me atrevería a decir que nada de lo que ha sido criticado es novedoso o sorprendente. La mayoría de las denuncias sobre abuso de poder, uso indiscriminado de los recursos públicos, manipulación institucional o inconsistencias en el Registro Electoral han sido una constante en el pasado y el tema del voto múltiple y de personas fallecidas acompañó siempre el debate, más bien podríamos decir que ahora es mucho menos en cantidad potencial de hechos de lo que era en el pasado. No tengo idea si la magnitud del problema es suficiente para justificar una reversión de resultados como plantea la oposición, pero lo que está claro es que sin poder realizar una auditoría integral que contraste los votos electrónicos con los libros de votación y las huellas es imposible responder esa pregunta clave. Incluso quienes creen que no hay espacio real para un fraude determinante en la elección, se quedan sin argumentos sólidos sin una auditoría de ese tipo, lo que deja mal parado al Gobierno frente al mundo moderno.
Pero si el tema del abuso y el ventajismo estuvo siempre presente en el pasado, ¿por qué afecta a Maduro más de lo que afectaba a Chávez?
Pues precisamente porque Maduro no es Chávez y los resultados de las elecciones lo dejaron clarito. Su carisma no es comparable. Su capacidad para convencer a las masas de que acepten sacrificios y posterguen gratificaciones bajo la promesa de que les resolverá la vida en un futuro (incierto) es muy baja. Su conexión con la población independiente es débil. Su mensaje no tiene la fuerza ni la potencia del líder original. Su capacidad para integrar a los diferentes grupos de poder e intereses que conforman el chavismo se limita a la necesidad que tienen todos ellos de unirse para defenderse de una fuerza opositora que súbitamente representa un peligro para todos. Su inexperiencia de gobierno es notoria y la necesidad de cogobernar hace más difícil la articulación del Gobierno para empezar a dar respuestas concretas a las infinitas demandas que tiene la población y el sector productivo, y éstos comienzan a ponerse nerviosos. Su intento de copiar la estrategia de "carrito chocón" que usó Chávez en algunas oportunidades para las relaciones internacionales no le ha lucido a Maduro "ni un poquito" y le ha puesto en situaciones embarazosas de estira y encoge que le restan peso específico para convertirse en un líder internacional. Nadie puede ni imaginar a Maduro como el sustituto de Chávez en el liderazgo mundial de la lucha antiunipolaridad.
Algo de esto explicó el resultado estrecho, pero sobre todo explicó porqué los elementos del entorno electoral sesgado, que antes Chávez capoteó con su gigante capital político, le han pegado mucho más duro a Maduro y lo ponen en una situación defensiva que lo presiona a una radicalización en el plano político que, paradójicamente, podría complicar más su gobernabilidad. ¿Hacia dónde puede ir todo esto? De eso estaremos hablando en las próximas semanas.
Maduro se convirtió en el primer presidente chavista, pero también el primero de nuestra democracia que no ha sido reconocido por sus adversarios (la mitad del país) y que ha despertado dudas sobre su legitimidad de origen en una parte importante de la comunidad internacional, irrelevante si éstas son justas o no.
Me atrevería a decir que nada de lo que ha sido criticado es novedoso o sorprendente. La mayoría de las denuncias sobre abuso de poder, uso indiscriminado de los recursos públicos, manipulación institucional o inconsistencias en el Registro Electoral han sido una constante en el pasado y el tema del voto múltiple y de personas fallecidas acompañó siempre el debate, más bien podríamos decir que ahora es mucho menos en cantidad potencial de hechos de lo que era en el pasado. No tengo idea si la magnitud del problema es suficiente para justificar una reversión de resultados como plantea la oposición, pero lo que está claro es que sin poder realizar una auditoría integral que contraste los votos electrónicos con los libros de votación y las huellas es imposible responder esa pregunta clave. Incluso quienes creen que no hay espacio real para un fraude determinante en la elección, se quedan sin argumentos sólidos sin una auditoría de ese tipo, lo que deja mal parado al Gobierno frente al mundo moderno.
Pero si el tema del abuso y el ventajismo estuvo siempre presente en el pasado, ¿por qué afecta a Maduro más de lo que afectaba a Chávez?
Pues precisamente porque Maduro no es Chávez y los resultados de las elecciones lo dejaron clarito. Su carisma no es comparable. Su capacidad para convencer a las masas de que acepten sacrificios y posterguen gratificaciones bajo la promesa de que les resolverá la vida en un futuro (incierto) es muy baja. Su conexión con la población independiente es débil. Su mensaje no tiene la fuerza ni la potencia del líder original. Su capacidad para integrar a los diferentes grupos de poder e intereses que conforman el chavismo se limita a la necesidad que tienen todos ellos de unirse para defenderse de una fuerza opositora que súbitamente representa un peligro para todos. Su inexperiencia de gobierno es notoria y la necesidad de cogobernar hace más difícil la articulación del Gobierno para empezar a dar respuestas concretas a las infinitas demandas que tiene la población y el sector productivo, y éstos comienzan a ponerse nerviosos. Su intento de copiar la estrategia de "carrito chocón" que usó Chávez en algunas oportunidades para las relaciones internacionales no le ha lucido a Maduro "ni un poquito" y le ha puesto en situaciones embarazosas de estira y encoge que le restan peso específico para convertirse en un líder internacional. Nadie puede ni imaginar a Maduro como el sustituto de Chávez en el liderazgo mundial de la lucha antiunipolaridad.
Algo de esto explicó el resultado estrecho, pero sobre todo explicó porqué los elementos del entorno electoral sesgado, que antes Chávez capoteó con su gigante capital político, le han pegado mucho más duro a Maduro y lo ponen en una situación defensiva que lo presiona a una radicalización en el plano político que, paradójicamente, podría complicar más su gobernabilidad. ¿Hacia dónde puede ir todo esto? De eso estaremos hablando en las próximas semanas.
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