Vladimiro Mujica
30 Mayo, 2013
La generosidad de la MUD Francia y la organización Diálogo por Venezuela me permitieron compartir un espacio de reflexión sobre Venezuela con Fernando Mires en la Casa de América Latina en París. Para alguien como yo, que siente una profunda admiración por el intelecto y la trayectoria de Mires, el asunto es un delicado privilegio que disfruto junto con Mercedes Vivas, Juan Rafael Pulido (Chipilo para todos) y Mayela Rivero, los otros anfitriones de la jornada.
Mires, de suyo un hombre notable, se ha convertido en uno de los estiletes intelectuales más agudos en contra de las nuevas formas de autoritarismo con camuflaje democrático que se han ido instalando en América Latina. Sorprende su profundo e íntimo conocimiento de la historia y la circunstancia venezolanas y se pasea con soltura por nombres y episodios específicos, una combinación que mucha gente agradece especialmente por el hecho de que el caso venezolano es difícil de entender y excepcionalmente difícil de explicar, de modo que contar con voces como la suya, a la cual se le suman las de gente como Mario Vargas Llosa y Enrique Krauze es una luz en la densa oscuridad de complicidades que el imperio petrolero manirroto y corrupto en que se ha convertido Venezuela ha comprado en todo el orbe.
Una parte de la intervención de Mires y la mía propia tienen que ver con los retos de la alternativa democrática y los escenarios que pueden presentarse en Venezuela. Menciono especialmente la reflexión sobre la eventual emergencia de un sector del chavismo que pueda alzarse como referencia frente al esquema mafioso de conducción del poder y entrega de la soberanía venezolana a Cuba cuya última evidencia fueron las confesiones, voluntarias o involuntarias, de Mario Silva. Un elemento de crucial importancia que solamente se tocó de modo tangencial, pero que exige una reflexión muy de fondo, es hasta qué punto el futuro de cualquier proceso de apertura y reconciliación que pueda darse en Venezuela está indisolublemente amarrado a lo que ocurra en Cuba. Mires es también un profundo conocedor de la realidad cubana pero este vínculo fundamental entre los dos países y el dominio que Cuba ejerce sobre las decisiones del gobierno venezolano no fue suficientemente explorado.
Otro tema capital que emergió en estas conversaciones fue el destacar la necesidad que tiene Venezuela de que el liderazgo pre-chavista, y los ciudadanos en general, lleguen a término con la responsabilidad que les corresponde en haber propiciado las condiciones, por acción u omisión, para que un liderazgo tóxico de gran calado en el pueblo como el del fallecido presidente Chávez se abriera paso frente a la mirada atónita de una parte del país que se había permitido ignorar la existencia de este fenómeno político y social. La imposibilidad e inconveniencia de cualquier proceso de restauración en Venezuela del orden pre-Chávez y la naturaleza de los cambios irreversibles que catorce años de revolución bolivariana han introducido en el país fueron explícitamente mencionadas.
Mires avanzó una tesis intelectualmente provocadora que señala la existencia de un hilo conductor entre los liderazgos de Rómulo Betancourt, Hugo Chávez y Henrique Capriles, y que este último tiene un ideario, en buena parte explicitado en el programa de la MUD, socialmente mucho más de avanzada que el chavismo. La idea resuena en mis oidos y se conecta con un pensamiento que he expresado en otras oportunidades sobre la naturaleza del liderazgo de Chávez y su condición de producto legítimo, no de accidente, del deterioro de los partidos políticos y el alejamiento del liderazgo pre-chavista del creciente problema de la pobreza y la exclusión.
La tarde se convierte en noche, y el tiempo transcurre rápidamente sin darnos oportunidad de explorar muchas cosas que se quedan sin expresión entre los asistentes y los expositores. Refresca el haber participado en una jornada donde las gríngolas de la polarización y la descalificación de la diversidad de posiciones nunca afloraron. Ya la excelente crónica de Andreína Mujica en El Diario de Caracas dio cuenta del episodio del reencuentro de Fernando con un viejo amigo suyo chileno de nombre Osvaldo. Ambos se daban por muertos, sobre todo después que Osvaldo se sepultó en la clandestinidad profunda del Chile de Pinochet, y descubrieron su error 40 años después. El abrazo de los dos viejos amigos, con las frentes en íntimo contacto por unos largos instantes, dejó sin palabras a todos los que presenciaron el reencuentro.
Lo único que me queda por lamentar es que nadie del chavismo se presentó al evento o si lo hizo no alzó su voz para disentir. Ya vendrán otros tiempos cuando sea nuevamente posible discutir con firmeza, profundidad y serenidad el futuro de la Venezuela posible. Ese país que se equivocó profundamente al elegir el camino de la aventura hace 14 años pero que ha ido acumulando entereza y madurez para cambiar. Aunque, parafraseando a Fernando, probablemente haga falta una rebelión pacífica y democrática para terminar de lograr la anhelada reconciliación.
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