Tuesday, April 1, 2014

La salida democrática

En: http://www.eluniversal.com/opinion/140401/la-salida-democratica

RICARDO COMBELLAS| EL UNIVERSAL
martes 1 de abril de 2014 12:00 AM
En alguna oportunidad escribió Fernando Mires una frase sencilla pero profunda, llena de sabiduría, que es pertinente transcribir nuevamente aquí: "El arte de la política consiste en convertir a los enemigos en adversarios. El arte del dictador consiste en convertir a los adversarios en enemigos". La verdad sea dicha es que estos quince años nos revelan un esfuerzo denodado del régimen por intentar convertirnos a los venezolanos en enemigos, lo cual afortunadamente no se ha definitivamente logrado, por lo menos hasta ahora... La sociedad está dividida, una división alimentada por el odio y el resentimiento. La gran tarea del momento es volver a la política y regresar a nuestro rol de adversarios, donde la victoria y el éxito de unos no signifiquen la destrucción del oponente. Para ello la única fórmula de éxito es el diálogo, que pasa por el reconocimiento del "otro", abrirse con tolerancia y racionalidad a deliberar con el adversario, reconocer sus puntos de vista y llegar a acuerdos, que se irán fortaleciendo de manera incremental con su cumplimiento cabal, para avanzar con justicia en el logro de la paz y la reconciliación.

En la Venezuela actual el cumplimiento de tan caro objetivo tiene afortunadamente su hoja de ruta en la Constitución, nuestra carta magna genuinamente democrática, dentro de la cual podemos marchar, como si se tratara de una plataforma dura, por el camino fortificado que nos conduzca al entendimiento y la reconciliación nacional. Apreciémosla como un bastión al que debe recurrirse, tanto por parte del gobierno como de la oposición, internalizando sus valores y principios, para zanjar fundamentales diferencias y recurrir a la civilidad del comportamiento ciudadano que implica el arte de la política.

En este sentido la tarea primordial del régimen es volver a la letra y el espíritu de nuestra ley superior, cumplir su normatividad, desechando la praxis del abandono de la Constitución, y asumir definitivamente el Estado de derecho tan golpeado en estos quince años, donde el derecho se ha degradado hasta límites indecibles, para superar los tortuosos caminos de la injusta arbitrariedad, característica del autoritarismo y antítesis del comportamiento democrático. No significa ello el abandono ni mucho menos de sus ideales socialistas, para no hablar del ineludible deslastre de su componente militarista, sino el de reconocer que su praxis debe desenvolverse dentro de los cauces constitucionales, que tienen en el pluralismo político y en el reconocimiento y garantía de los derechos humanos dos barreras de contención. En suma, reconciliarse con una vía socialista democrática y definitivamente abandonar el oscuro sendero del socialismo autoritario.

La tarea de la oposición democrática en estos difíciles momentos no se torna tampoco nada fácil. Se encuentra dividida en radicales y moderados. Los primeros, que disfrutan de una momentánea gloria, rechazan la legitimidad del régimen, lo conciben como una dictadura irreversible y han adoptado la peligrosa senda de la insurrección extra constitucional. Los segundos, mucho mejor centrados en sus convicciones profundas, tienen el formidable desafío de convencer a los radicales de volver al redil de la sensatez y la racionalidad, para a partir de allí construir una plataforma estratégica sólida y creíble, donde la lucha social y la conquista de las grandes mayorías, el pueblo llano, supere la estrechez de miras que se reduce al auto convencimiento de la exclusividad de las virtudes de las clases medias, por lo demás absolutamente legítimas en sus demandas y aspiraciones ante el sistema político.

El diálogo debe pues efectivamente iniciarse, con el encuentro sin complejos, abierto, sin precondiciones mineralizadas, guiado por un lenguaje sin epítetos hirientes y destemplados, donde prive la razón sobre la pasión, y donde la mediación internacional, en su rol de testigos de buena fe, preferentemente bajo la batuta de nuestros hermanos latinoamericanos, sin desdeñar el papel profundamente reconciliador de la Iglesia Católica, privilegiada en la conducción de nuestro Papa Francisco, pueda ayudarnos a retomar el sendero de la justicia y la paz , y así conjurar la violencia fratricida que nos toca cotidianamente la puerta con su nefasta carga de muerte, dogmatismo, odio e incomprensión.

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