Gonzalo Himiob Santomé
Estas líneas son en principio para usted, pero podrían perfectamente ser leídas y tomadas en cuenta por todos y cada uno de los fiscales y jueces que durante tantos años se han prestado, como usted lo hizo, al juego tenebroso y perverso del uso del sistema de justicia, del poder del Estado en pleno, como herramientas de persecución política y de intolerancia.
He visto sus entrevistas y he leído y escuchado con detenimiento sus declaraciones. Le confieso que, como decimos por acá, me “entra un fresquito” al reconfirmar, no solo por nuestra experiencia diaria en los estrados sino además por boca de alguien que hasta hace nada militaba y actuaba, con plena conciencia, en el bando del absurdo y la opresión, lo que tantas veces hemos denunciado en Venezuela y el mundo. No se crea, a veces uno se sumerge tanto en esa oscuridad, la misma que usted avaló y protagonizó, que de tanto golpe y tanto dislate seguido, uno llega hasta a creer que el loco, por empeñarse en que las aguas de la justicia y la razón retomen su cauce, es uno.
Su testimonio, que sí lo es y que tiene pleno valor probatorio hasta que sea desvirtuado, pese a lo que diga el Defensor del Pueblo, es muy importante, y lo es aunque usted no está diciendo nada que uno, que tiene que lidiar a diario con personas como usted, no sepa, y aunque el pueblo, que no es bobo, hoy por hoy también tenga una idea muy clara de cómo es que se “bate el cobre” en el sistema judicial venezolano, especialmente en los casos políticos. Su demostración no ha sido la única, por cierto, ya desde el 2009 la Juez Yuri López, luego el ex fiscal Hernando Contreras, y más recientemente los ex magistrados del Tribunal Supremo de Justicia, Eladio Aponte Aponte (que llegó a ser presidente de la Sala Penal del TSJ) y Luis Velásquez Alvaray, nos habían dicho, tras marcharse del país, lo mismo que usted hace poco nos ha confirmado. Hablaron de otras causas, de otros juicios, de otros seres humanos a los que la ignominia, incapaz de quitarles la vida, les quitó la libertad injustamente, pero al final la historia que todos nos han contado es la misma.
No se preocupe, no quiero su cabeza a costa de lo que sea. Muchos, como usted mismo lo ha dicho, “le han caído encima” por haber hablado ahora y no antes, y algunos han hasta aventurado que no quieren compartir con usted ni el mismo aire. Yo no soy de esas personas. No le excuso, pero conozco, como usted, al monstruo desde adentro, y sé que de nada hubiera valido su testimonio antes y que cualquier atisbo de inconformidad previa hubiera sido inmediatamente conjurado por el poder, que con neutralizarlo sacándole de su puesto, metiéndolo preso o hasta “dándole de baja”, tenía. Usted sabe que es así. Como abogado, es mi obligación interpretar los hechos con objetividad, sin dejarme llevar por las tripas, y sé que ahora, cuando por fin se animó a decir la verdad, podremos utilizar la información que nos da para tratar, al menos tratar, de traer un poco de luz a las negras cuevas de la injusticia a las que tantos han sido arrojados, durante todos estos años, por la indignidad. No seré yo, ni mi ONG, la que le cerrará el paso a la verdad que, como es terca y siempre prevalece, ahora sale paradójicamente de los labios de quien fue durante mucho tiempo uno de sus más férreos enemigos; si antes fue usted voluntariamente un instrumento de la maldad, séalo ahora, con el mismo empeño, de la justicia… pero asuma, eso sí, las consecuencias.
Lo primero que va a pasar, y ya pasa, es que la maquinaria de terror y de miedo de la que usted fue parte y actor principal no le va a perdonar el afán. Créame, no hay acto de contrición ni vuelta atrás que pueda devolverlo a las mieles perdidas. Usted es ahora un “enemigo de la revolución”, un “apátrida”, un “traidor”, así de fácil se ponen las etiquetas en este país, y a los ojos de los que hasta ahora manejaban sus hilos siempre va a quedar como tal. Usted violó la omertá, y en estructuras como las que manejan al Poder Judicial en Venezuela en los casos políticos, para eso no hay perdón posible. Hasta el momento en el que escribo esta nota no hay noticias de ello, pero tenga por seguro que, con la misma saña con la que usted lo hizo en su momento, no está lejos la apertura contra usted de alguna investigación penal por “conspiración”, “traición” u otra lindeza similar. Lo más triste es que si se da, estará dirigida seguramente por sus antiguos compañeros, por sus dizque “amigos”, por aquellos en los que usted más confiaba. Así le tocará aprender que el que está ciego de poder no cree en nadie ni en nada, mucho menos en la amistad.
Después, va a pasar, y también pasa, que muchos de los que están en este otro lado de la acera querrán verlo colgado de los pulgares (y digo “los pulgares” para no restar elegancia al escrito) pagando con lágrimas y dolor las miles de lágrimas y el inmenso dolor que usted mismo contribuyó a causar en tantas personas. Acostúmbrese, no se amilane, pero acostúmbrese. Al final del día, pese a que algunos se crean mitos encarnados, no somos más que simples seres humanos, con sentimientos, virtudes y defectos, y el daño causado ha sido mucho. Usted, según entiendo, tiene esposa e hijas. Si en algún momento le exaspera la ira contra la que chocará en este bando, imagine por un instante cómo reaccionaría si las víctimas de estos abusos hubieran sido ellas, imagine lo que para tantas esposas e hijas ha significado el que personas como usted les hayan privado, a veces hasta por años, del abrazo cotidiano de sus esposos o de sus padres, montados para ello en la falsedad, que usted mismo acredita, en el abuso, del que usted fue instrumento, y en la injusticia, que usted mismo propició.
Pero usted debe seguir adelante. Le llegó la hora de poner en su balanza un contrapeso. Sea ejemplo para los otros fiscales y jueces que, usted lo sabe, hoy también se debaten entre seguir siendo marionetas del poder o decir al mundo la verdad; sea ejemplo para sus compañeros, los que aún tienen conciencia y tienen en sus manos el destino de tantas personas, para que por una vez dejen de estar pendientes solo de su “quince y último”, o de sentirse “infalibles” y “todopoderosos” y comiencen a pensar en cómo quieren ser recordados cuando la oscurana, que pasará se lo aseguro, pase.
Por último, más allá de las responsabilidades que ya no podrá eludir y que tendrá que afrontar, esas que no prescriben y para las que no hay indulto ni amnistía posible, piense usted también en sus hijas. Ya dio usted un inmenso paso al frente, que por mi parte valoro como positivo de cara a la pelea pendiente por los que aún siguen presos de la indignidad, pero aún le queda luchar más para que la verdad se imponga sin bemoles y para el día de mañana sus pequeñas, al escuchar al vuelo el nombre de su padre, no muestren vergüenza ni le reprochen cobardía en el inapelable tribunal de sus miradas. Quizás esa sea, para usted, la única redención posible.
@HimiobSantome
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