Editorial El Nacional
No le gustó al impresentable troglodita que, con antediluviano garrote, reparte mazazos desde esa cloaca máxima en que devino el canal que no pinta ser de todos los venezolanos –y menos bajo este régimen que confunde gobernar con usufructuar y se adueña de lo que no le pertenece, pero ¡ay! de quien ponga reparos–, el editorial de este periódico (“Preaviso anticipado”, 3-11-2015) en el cual se hizo referencia a una transacción que involucraba a la más alta autoridad electoral de la nación y que, a juzgar por el rasgado de su roja vestidura, le afectó tanto como a ella el hecho de que la propietaria del inmueble objeto del deseo de Tibisay considerase que, por un millón de dólares, no valía la pena desprenderse de una vivienda que, además de su importe pecuniario, tiene como es lógico un alto valor sentimental.
Pegó el grito en el cielo el capitán. Un vez más enfiló sus baterías contra el amor de sus amores, Miguel Henrique Otero, al afirmar que no retiraría sus demandas –¿y por qué habrá de hacerlo si con ellas abona su pestilente programa, pues discurso, lo que se llama discurso propio, no tiene y los que toma prestados son tan anacrónicos como su modo de pensar?– y aprovechó para asentar que no se reuniría con los parlamentarios de la Eurocámara de visita en el país.
“El día que la rana eche pelos los voy a recibir. No son bienvenidos para mí esos diputados. Que se entere El Nacional que yo no los voy a recibir, y ningún diputado los va recibir”, dijo como si este periódico necesitase de las boutades de semejante personaje.
Aparte de sus dicterios, que ya no sorprenden a nadie –tres lustros de ordinariez nos han vacunado contra su procacidad– llama la atención su inquietud por quienes están a su servicio y, comportándose como un patrón generoso y bonachón, hace pública su solidaridad con Tibisay, subordinada de total confianza y pieza fundamental de su nefasto organigrama continuista, cuya lealtad la hace más que acreedora, porque sí, de la solariega y lujosa quinta cuya compra no pudo concretar.
No porque no tuviese los churupos, que al parecer le sobran, sino que para despejar dudas y, de ser cierta esta conjetura, la funcionaria debería explicar de dónde salió tanto real ya que ahorrando de su sueldo sencillamente no puede ser. Es difícil creer que los haya conseguido cantando en un orfeón.
Se nota que está molesta porque no quisieron vendérsela, de modo que al lanzar sus emponzoñados dardos contra los medios críticos y sus editores, el capitán defensor de causas opacas debería indagar en su patio antes y no apostrofar al voleo –“Qué cosa más miserable …meterse con la extraordinaria mujer que es Tibisay Lucena … Hay que ser bien miserable, Miguel Henrique”–, sobre todo, decimos en retrueque, tergiversando lo que aquí se publicó.
Nadie le ha negado a Tibisay su derecho de tener residencia decente y permanente, pero su nivel de aspiraciones contradice el igualitarismo que predica el capitán. ¡Qué pena con este señor… y con esa señora!
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