Leopoldo López Gil
Cuando se siente un profundo dolor, una tristeza del alma, casi siempre tienden a saltar las gotas del líquido de la amargura que empaña la visión y con esfuerzo contenemos en su recinto como expresión externa del sufrimiento interno.
Cuando a diario leemos nuestros periódicos, oímos nuestra radio o vemos la televisión, no pertenecientes a la cadena hegemónica del gobierno, sentimos el desaliento por noticias de las muertes por la violencia criminal, o por la insufrible perorata de insultos descalificadores e injurias que los gerifaltes cuarteleros utilizan para referirse a sus opositores.
Hablan de un “monstruo”, cuando las monstruosidades tienen todas certificado de origen y partida de nacimiento, son órdenes del gobierno. Pretenden condenarnos a “comer piedras” o “morir de hambre” para mantener la revolución o robolución como hoy se le conoce vulgarmente.
Siempre se creyó que las revoluciones se hacían para dar el pan al pueblo. Esta versión del siglo XXl es tan original que pretende quitarle el pan y sustituirlo por piedras. Esto me hace crujir de solo pensarlo, pero no soy revolucionario.
Contenemos las lágrimas cuando conocemos de primera mano a alguna víctima de la inseguridad en medio de la cual existimos. Secuestros frecuentes, balaceras de fin de semana, asaltos en la calle y a plena luz del día, los golpeados impunemente para quitarles los realitos ganados en una quincena de esfuerzo y trabajo, o para quitarles sus zapatos o su teléfono.
Contenemos las lágrimas cuando vemos a la mujer que llora porque la asaltaron en la camionetica, a la madre que le robaron su mercadito, a la anciana que no podrá reponer lo que le robaron porque se han diluido los ahorros que tenía para las emergencias.
Contenemos las lágrimas al pasar frente a un Mercal o un Bicentenario, con esos cinturones infinitos de hombres, mujeres y niños bajo el sol inclemente sin moverse; solo por guardar el puesto, puesto que les costó levantarse de madrugada en una barriada azotada por malandros. Una jornada que casi siempre termina en la decepción, por el fracaso de no haber podido conseguir el producto deseado.
Contenemos las lágrimas cuando visitamos al que fuera modelo de hospital, como lo fueron orgullosamente el Clínico Universitario, el Pérez Carreño, el Pérez de León, el Domingo Luciani, el mismo Hospital Militar, donde nos tropezamos con los pacientes, cual animales tirados en el piso, sin posibilidad de tratamiento. Su cura se aleja con terror a las consecuencias por venir a causa de la falta de medicamentos, reactivos o simplemente elementos básicos para las suturas de sus operaciones.
Contenemos las lágrimas, día tras día, conociendo del éxodo de médicos, ingenieros, profesores, enfermeros, administradores, todos muy competentes que hacen su maleta y emprenden el camino a otros países en busca del futuro que hoy les niega su patria.
Contenemos las lágrimas cuando nos damos cuenta de que nuestras leyes y nuestra Constitución se han convertido en falacias judiciales, farsas y armas para el terrorismo judicial en nuestra vejada nación. La impunidad es la reina de lo ilícito, la injusticia es el imperio del togado.
Contenemos las lágrimas al escribir estas líneas y oír la más grande estulticia cuando se afirma: Tenemos patria.
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