Federico Vegas
Cuando comencé a escribir una columna de arquitectura en El Nacional (gracias a William Niño Araque y compartida con él), trataba de imitar a Francisco Vera Izquierdo, José Ignacio Cabrujas e Ibsen Martínez. Los tres parecían seguir la máxima de Oscar Wilde: “La vida es demasiado importante para tomársela en serio”, al encontrar en el humor una fuerza que despeja y agudiza nuestra visión de la realidad.
Mi padre decía que en nuestro país los hombres serios son los que no se ríen. La seriedad se presta a una fatua falsedad pues sólo le exige al rostro inmovilidad. Es además pesada, propicia al anquilosamiento y a las grandes mentiras. Mi propuesta es entregar el poder a los humoristas. Si los que se toman en serio el poder lo han convertido en una broma tan grotesca, los que se lo toman a broma podrán hacerlo más liviano y competente.
Según Woody Allen, la vocación del político es convertir las soluciones en problema. Hombres como Cabrujas, Paco Vera e Ibsen Martínez van más por el planteamiento de Einstein: “Si no hay problema es que no hay solución”. Con sutil agudeza ellos nos han enseñado, una y otra vez, que no hay falta de soluciones sino problemas mal planteados.
Otro de los fanáticos de Ibsen era Hugo Chávez. Acabo de ver en Youtube una grabación de cuando sus inicios en la presidencia, donde confiesa que mientras estuvo preso veía todos los días la telenovela Por estas calles. Alaba también sus ensayos y más de una vez se refirió al escritor como “Mi amigo Ibsen”.
De plegarse a un poderoso que lo veneraba, Ibsen ha podido ser, mínimo, embajador en Londres, pero pronto el presidente iba a descubrir un espíritu al que sólo le interesa ser libre de escribir lo que quiera, tener la libertad de arriesgarse y equivocarse con dignidad y sin terquedades.
Es difícil saber si vivimos tiempos muy serios o muy ridículos. Hegel afirmó que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen dos veces. Marx agregó que una vez como tragedia y la segunda como comedia. Uno se pregunta en qué ranking de repetición está nuestra condición y cómo calificar lo que se encuentra varios puestos más allá de la farsa. No en balde la insistencia en llamar a nuestra república: “la cuarta”.
En un documental sobre la vida de la cantante Nina Simone, aparece la hija de Malcom X hablando de quien llamaba cariñosamente “tía Nina”: “Los artistas que en los años sesenta enfrentaron la segregación racial llegaron a un límite que trajo un caos en sus vidas individuales. Sacrificaban su salud, su bienestar, su familia, su vida”.
Los venezolanos conocemos este caos y estos sacrificios, “aún permaneciendo indiferentes”. Todos nos hemos convertido, para mal o para bien, en algo distinto a lo que creíamos ser, viviendo en otros países o dedicados a otros oficios, alejados de los hijos o de vuelta con los padres, deseando ansiosamente lo que antes ni siquiera percibíamos, temerosos del futuro y asqueados del presente.
Yo, sin darme cuenta, me he ido haciendo más religioso, como todos los que carecen de ubicación en el tiempo que les ha tocado vivir. Podría decir también que “creyente”, siempre que se acepten las dos versiones del verbo creer:
Considerar una cosa como verdadera o segura sin tener pruebas de su certeza.
Considerar una cosa como posible o probable, sin tener pruebas de su certeza.
De esta ecuación prefiero la segunda, pero con mesura. Jamás se le puede decir al ser amado que pregunta si lo amamos: “Creo que sí”.
Un amigo me decía:
—Yo creo en Dios, pero poco.
Cuando de Dios se trata, poco es muchísimo. Me inclino por la posición del escritor Julian Barnes: “No creo en Dios, pero cuánto lo extraño”. En general le temo a los creyentes que encuentran verdades en lo que tan sólo es posible. El poema “Gerontion”, de T.S. Eliot, me ayudará a explicar cómo me siento en una época donde “los signos se toman por maravillas”, mientras deseamos desesperadamente ver una señal, encontrar la “palabra entre las palabras”, aunque sea en medio de tinieblas. Estas son otras líneas del poema que quiero compartir:
Después de conocer tanto, ¿cómo perdonar?Ahora piensa que la historia tienemuchos y mañosos pasadizos,artificiales corredores y propósitos,y nos engaña con susurrantes ambiciones,mientras nos conduce entre vanidades.Ahora piensa que ella nos da cuando estamos distraídosy lo que da, lo da con tan sutiles confusionesque la entrega hambrea al ansioso.Nos da muy tarde aquello en que no se cree,o si aún lo crees, en tu memoria viene a ser sólouna apasionada reconsideración.Da demasiado prontoen débiles manos, lo que antes pensábamos podía ser desechado,hasta que el rechazo propaga el miedo.Piensa que ni el miedo ni el coraje nos salvan.Vicios poco naturales son engendrados por nuestro heroísmo,mientras las virtudes nos son impuestaspor nuestros descarados crímenes.Y estas lágrimas son sacudidas de un árbol iracundo.
En semejante estado de ánimo leí con avidez la última entrega de Ibsen: “Ciento once civiles”. Se trata de un llamado a votar por un país donde lo civil no esté dominado por lo militar. La actual relación de sometimiento a los militares el gobierno la disimula cuando gana y la exacerba cuando está por perder. Proponer una unión cívico-militar equivale a juntar hostias con monaguillos hambrientos.
El número 111 quedó resonando en mi alma como si agitara un recuerdo o un sueño olvidado. Lo asociaba con el sabor de un ponqué, el aroma de una colonia o una dirección en una ciudad donde alguna vez fui feliz. El azar, no la memoria, me llevó a donde necesitaba llegar, el Salmo 111, el cual comienza así:
¡Aleluya! Alabaré a Dios con todo el corazón en la asamblea, en compañía de los justos.Grandes son las obras del Señor: los que las aman desean comprenderlas.
Confieso haber sentido la epifanía que solo alcanzan quienes creen en verdades sagradas. Es tan posible y tan cierto alabar a Dios desde el corazón de una asamblea en compañía de los justos. ¿Qué significa esta justicia? Muy sencillo: representar adecuadamente los sentimientos y creencias de un país. Lo que hoy es cero para unos y todo para otros está por convertirse en la asistencia proporcional a un diálogo constructivo.
Creo también, aún con más fe, que el amor a las grandes obras de Dios y de los hombres surge al tratar de comprenderlas, no al insistir en imponerlas. Este propósito nos aleja de mañosos pasadizos y artificiales propósitos, de susurrantes ambiciones y fofas vanidades, de confusiones que convierten a genuinos deseos en más hambre, de rechazar lo bueno que se ha deshecho, de la propagación del miedo, de heroísmos viciosos, de virtudes impuestas e iracundos criminales.
Ese número y ese Salmo me ha devuelto la alegría de actuar en un ámbito más amplio que lo que me queda por vivir. Voy a votar por todos los diciembres que ha vivido Venezuela y los que están por venir. La religión se diferencia de la regresión, en que si bien es un retorno a un momento anterior a la propia historia, también puede ser una proyección a lo que está por ser reescrito, por las líneas que otros usarán para entender su propio tiempo. Así inicia Eliot su Gerontion:
Aquí estoy, viejo en un mes seco,mientras un niño me lee, esperando que llueva.
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