Impregnados por el dulce aroma de las velas, esencias e inciensos de mandarina, fruta de la riqueza según el Feng Shui, los creyentes en la ceremonia litúrgica se engalanaron para acoger el “espíritu de la Navidad” por todo lo alto en Pembroke Pines. Debían sacudir las malas energías y activar el bienestar y la armonía; consolidar las relaciones positivas en el hogar, y vaticinar la prosperidad para el año venidero. Después de degustar platillos típicos como hallacas, ensalada de gallina y pan de jamón, escribieron 21 deseos, siete por la humanidad, siete por el núcleo familiar y otros siete personales.
De influencia nórdica y celta, el ritual ha sido adoptado como práctica propia de la sandunguera época navideña en Venezuela. Y al igual que muchas otras expresiones sincréticas religiosas, culturales, gastronómicas y musicales muy arraigadas y asentadas en el alma de los venezolanos, algunas como esta empiezan a penetrar con ímpetu los vecindarios del sur de la Florida, una manifestación de la transformación demográfica y social devenida del gran influjo migratorio de los últimos años.
Para muchos emigrados, la separación de la patria, de sus familias, de sus amigos, de sus entornos y de sus raíces, los acerca a la práctica religiosa y espiritual en este nuevo suelo de ilusiones y esperanzas, especialmente en Navidad. Y la de este jueves encarnó una renovada sensación de optimismo por los recientes resultados electorales en la tierra natal.
UNA DE LAS COSAS BONITAS DE TENER ESA FAMILIA ESPIRITUAL ES QUE VA DESARROLLANDO EN NOSOTROS EL SENTIDO DEL AGRADECIMIENTO, POR LO QUE SOMOS Y POR LO QUE TENEMOS
Padre Israel Mago, de la Iglesia Nuestra Señora de Guadalupe
En el caso específico de la comunidad venezolana católica romana, sus fieles son muy activos a nivel parroquial, afirma el Padre Israel Mago de la Iglesia Nuestra Señora de Guadalupe, en Doral. Al respecto, observa: “Una de las cosas bonitas de tener esa familia espiritual es que va desarrollando en nosotros el sentido del agradecimiento, por lo que somos y por lo que tenemos. Muchas veces en nuestro país no nos enseñan ese concepto”.
Este párroco de 45 años nacido en Caracas y ordenado sacerdote en Miami explica la tendencia sociológica: “El acercamiento de los venezolanos a la Iglesia responde a un vacío interior, a una necesidad afectiva, a un deseo de pertenencia; de saber que pertenecemos a un grupo y a una comunidad de fe. Eso nos ayuda mucho a integrarnos en esta sociedad, porque si no es así, lamentablemente nos sentimos como huérfanos, nos sentimos desarraigados de nuestras costumbres”.
Dichas tradiciones están a flor de piel por doquier en la ciudad – una cruzada por rescatar aquella incontenible alegría caribeña y el espíritu festivo distintivo del pueblo venezolano, un colectivo que celebra sus raíces mestizas y perceptible influencia española en estas efemérides decembrinas.
Con la patria en el corazón y desde este horizonte lejano, evocaron durante la cena navideña la belleza de sus paisajes, y desbordaron vigorosos afectos. Gaitas, hallacas, aguinaldos, villancicos, pesebre, intercambio de regalos... son algunas de las tradiciones folklóricas recreadas con fruición en el exilio.
En la mesa reinó con supremacía la hallaca, alimento que bajo sus hojas de plátano atesora la transculturación étnica de la que Venezuela no puede escapar. Alexis Ortiz, intelectual venezolano radicado en Miami, destaca los componentes indígenas (masa de maíz y envoltorio), africano (originalmente las hicieron los esclavos con el excedente de los banquetes en las haciendas), e hispánico-semita-germánico (el guiso).
“Es muy importante que la gente mantenga las conexiones con sus creencias independientemente de que esté o no en sus planes regresar a su país, de manera de ir transmitiéndolas a las nuevas generaciones nacidas aquí, pero que mantienen nostalgia histórica”, afirmó. Estas tradiciones –apuntó– “hay que tratar de reproducirlas en perfecta convergencia con las tradiciones locales, y no hacerlas contradictorias, sino recíprocas; eso se apega a la dualidad a la cual estamos sometidos aquí. Conservamos nuestras tradiciones, pero no rechazamos lo norteamericano”.
La separación del lugar o medio donde se han criado, ha avivado entre los venezolanos de la diáspora un giro hacia la elevación espiritual y la interioridad, a la vez que ha propiciado un alto grado de compenetración familiar.
La activista y empresaria Maritza Casas, quien a menudo se relaciona con compatriotas emigrados en olas recientes, da fe de este efervescente despertar. “Mucha gente ha venido sola y esta muy ávida de amistades. También llegan familias y no aguantan el sistema de vida por las dificultades, indicó. Uno en Venezuela compartía más con los vecinos, con los amigos; visitaba más a la familia en la época de diciembre. Eso hace que nos unamos más, buscamos más actividades para compartir, nos volvemos más espirituales, nos acercamos más a las religiones, para sentir un poco más de alivio y menos nostalgia. Esto no era así en Venezuela, donde había más frivolidad entre muchas personas”.
Si bien en la Florida se reproducen las tradiciones aprendidas allá, al menos en el aspecto culinario, se pueden desplegar con más esplendidez en la península, debido a la escasez de insumos en la nación petrolera. “De alguna manera, aquí podemos ser los testaferros del acervo gastronómico y como conseguimos todos los ingredientes, estamos preparando aquí todo lo que no se puede hacer allá”, aseveró Enriqueta Lemoine, una reconocida y apasionada bloguera que en estos días ha compartido diversas recetas navideñas condimentadas con las enseñanzas que recibió de su abuela margariteña en la niñez.
En el aspecto religioso, el Padre Mago hace un llamado a los creyentes para que “como venezolanos, en estos momentos difíciles , ahora es cuando más necesaria es nuestra confianza en Dios y, sobre todo, nunca perder ni la paz ni la esperanza, porque es Dios quien está en control de todo”.
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