Baltazar Porras
El adviento y la navidad rememoran los primeros años del Niño Dios, y son a la vez, un retrato al carbón de la vida de la humanidad. En breves pinceladas el evangelista Lucas retrata la realidad del poder y las angustias de los pobres. El emperador Augusto queriendo conocer el origen y número de las personas de su vasto imperio ordenó que todos los habitantes debían trasladarse a sus lugares de origen para empadronarse. Cada quien debía hacerlo por su cuenta y riesgo, sin que se decretara ninguna ayuda a quienes lo necesitaran. José y María embarazada se encontraban en Nazaret y debían ir hasta Belén, lugar de sus mayores. Llegaron como pudieron y se le aceleraron los dolores de parto a la Virgen. Pobres como eran no encontraron lugar en la posada pues no tenían dinero para pagar lo estipulado. Tuvieron que refugiarse en una cueva, y allí, nació Jesús.
Esta escena se repite a lo largo de los siglos de múltiples formas. Los que detentan el poder hacen decretos y crean obligaciones sin tomar en cuenta a los más débiles de la sociedad, a quienes les toca pasar penurias y estrecheces sin que sean tomados en cuenta. La Venezuela actual es escenario de situaciones muy parecidas, porque nunca habíamos tenido un momento tan difícil, de tanta crisis, social, económica y política como ahora. El haber puesto la confianza en un hombre y una ideología materialista, origen de todos los males que estamos sufriendo, nos pone en una coyuntura de precariedad que clama al cielo, pues este sistema nos tiene sumidos en la carencia de lo más elemental para vivir, con un quiebre de la calidad de vida que tiene a miles de personas en riesgo de sobrevivencia. El profeta Jeremías nos advirtió: “maldito el hombre que confía en un hombre” (17,5).
La mayor parte de la población no tiene acceso a los alimentos y medicamentos que necesita. La restricción de las libertades mantiene en zozobra a quienes se atreven a disentir pues la represión y el abuso del poder generan miedos porque las sanciones, cárceles y hasta la muerte acechan por doquier. La corrupción y la impunidad se enseñorean, la falta de empleo y de producción convierte a muchos en dependientes de una dádiva que llega como migajas y obligan a colas interminables para obtener cualquier producto. El dinero no alcanza por la inflación y en estos días navideños una absurda medida, sin aviso y sin protesto, obliga a deshacer en pocos días de los billetes de cien. El dolor, la incertidumbre y la desesperación se apoderan de los que no tienen más capital que los billeticos que tenían guardados para las fiestas decembrinas, convertidos ahora en papel inservible. Se repite la escena de María y José rumbo a Belén.
Pero no estamos solos. Los creyentes tenemos unas claves para entender la vida y el mundo. No estamos solos. Nuestro Dios no es un ídolo de barro, sino un Dios que tiene ojos para ver, oídos para escuchar, labios para hablar y corazón para amar. La debilidad y el vacío que experimentamos a diario nos muestra la fuerza que viene de Dios. El Emmanuel, el Dios con nosotros, asume nuestra debilidad, para convertirla en motor de la transformación de nuestro mundo. No es la violencia, ni el odio, no es el poderío de las armas y el dominio de los poderes públicos al servicio de una ideología los que nos harán perder la paciencia y la creatividad para cambiar este sistema injusto. No podemos vivir sin esperanza, pero la esperanza está amenazada, destruida por las muchas formas de sufrimiento, angustia, violencia y muerte que nos imponen los que gobiernan.
Desde el nacimiento de Jesús en Belén, estamos vinculados con lo pequeño, lo marginal, el desecho, que nos exige hacer presencia en las periferias existenciales y geográficas, metidos en Dios y con olor a oveja. No nos dejemos robar la alegría, no nos dejemos robar la esperanza, no nos dejemos robar la fuerza transformadora del evangelio para seguir luchando con tenacidad y coraje, en paz interior y sin odios, para recobrar lo que nos han robado: la paz, la fraternidad, el trabajo y la honradez. Navidad es la clave para armarnos de constancia en la seguridad de que la verdad y el bien pueden más que el secuestro de la libertad y el gozo de vivir en paz. Dejemos la cara de velorio y de cementerio y revistámonos de la coraza que nos haga trabajar por el bien común, animados por el Jesús del pesebre. El imaginario navideño con sus costumbres populares, solidarias, entrañables, con sus tradiciones religiosas nos llevan a trabajar para “vivir bien en la tierra sin males”. Feliz navidad.
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