Saturday, December 3, 2016

Ni celebro ni lamento la muerte de Fidel

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ADOLFO P. SALGUEIRO / @APSALGUEIRO1

Murió Fidel. No lo celebro porque soy cristiano. No lo lamento porque soy demócrata. No estoy sorprendido –pero sí disgustado– con la cobertura que muchas personalidades y medios de comunicación han dado al asunto. Pinochet fue malo, Fidel fue bueno siendo que ambos utilizaron la misma receta y siendo que el chileno por fin dio elecciones mientras el segundo jamás. ¿No habrá allí un doble rasero lleno de inconsistencias? Entiendo que jefes de Estado, el Papa y otros dignatarios tienen obligaciones protocolares derivadas de sus investiduras que les exigen actuar con “corrección política” que en muchos casos requiere de la hipocresía, a veces tan necesaria en el quehacer político. Pero “ni tan calvo ni con dos pelucas” como para que el juvenil primer ministro canadiense, Justin Trudeau, se haya flagelado de dolor ante la pérdida de quien fue “amigo” de su padre.
En lo que a mí respecta, precisamente por ser un ciudadano de a pie, no tengo atadura alguna que me impida afirmar que –por insólito que parezca– me hago solidario con las palabras de Donald Trump (quien no es el santo de mi mayor devoción) que llamó las cosas por su nombre describiendo al fallecido como lo que fue: un dictador implacable, cruel, que sumió a su país y a su pueblo en una prolongada y penosa miseria que todavía requiere ser sustituida por progreso y desarrollo.
No quiero ni imaginar la función que hubiera montado el héroe del Cuartel de la Montaña desplazándose seguramente a pie por toda la geografía cubana acompañando en su viaje final las cenizas de quien fue consejero de él y abusador de Venezuela.
Por mi edad pertenezco a la legión de jóvenes que cuando se desarrollaba la lucha en la Sierra Maestra soñábamos con participar física o idealmente de aquella aventura que lucía como el preludio para la redención de los hasta entonces olvidados. Mi padre –relacionado por alguna razón con la familia Guevara Lynch (la del Che)– olfateaba que detrás de aquella aventura vendría el comunismo y la influencia de la Unión Soviética. Recordemos que era 1959/60, plena Guerra Fría. Como era de suponerse entonces y ahora también nuestra actitud fue la de: “El viejo no sabe nada”. A veces los viejos sí saben algunas cosas, según pudimos comprobar en esa y otras ocasiones más.
Al poco tiempo de asumir el poder Fidel se apersonó en Caracas para solicitar al entonces presidente electo Rómulo Betancourt un préstamo por 300 millones de dólares y apoyo en materia petrolera. No consiguió ni uno ni otro y a lo mejor fue por eso que eligió a Venezuela como uno de los primeros objetivos para la expansión de su “revolución” concretado no solo en el financiamiento de la subversión interna sino con la invasión militar a nuestra patria en 1967 por la costa mirandina en Machurucuto que se saldó con la muerte de varios soldaditos venezolanos en el preciso lugar donde hoy se erige un monumento de reconocimiento a Cuba y a los invasores que –aunque Ud. no lo crea– ¡lo levantó nuestra Fuerza Armada Nacional! Y después hablan de imperialismo, respeto a la soberanía y demás gramíneas que suelen adornar el discurso populista y el comunismo de salón.
No conozco si Fidel tuvo virtudes. Sí reconozco que tuvo habilidades y en el marco de estas últimas destacó siempre su agudo olfato para saber dónde ir a “chulear” con éxito. Primero la Unión Soviética, después halagando al Comandante Eterno cuando aún era un Don Nadie para lograr ordeñar con inusitado y prolongado éxito la ubre venezolana hasta el día de hoy con todo y las carencias que se viven en nuestra patria. Tampoco tuvieron ni él ni sus secuaces incomodidad alguna para arrojarse en brazos de un nuevo “Tío Rico”, Estados Unidos, sin que hasta ahora se haya visto cambio o apertura alguna que huela a democracia.
Dirán que Castro supo afrontar el embargo norteamericano con “dignidad y estoicismo”. La verdad es que quien lo soportó fue el pueblo cubano a fuerza de privaciones, “período especial”, cartilla de racionamiento, fusilamientos, mentiras, presos políticos y pare Ud. de contar. Es cierto que el tal embargo causó dificultades pero también proveyó una extraordinaria excusa por más de medio siglo. Algo así como la “guerra económica” que solo existe en el discurso de los “héroes bolivarianos” de hoy sin especificar que dicha guerra son ellos quienes la desataron.
Carlos Alberto Montaner, en su artículo “La historia no lo absolverá” publicado en estas mismas páginas el pasado 29 de noviembre afirma lo que el título de su escrito anuncia. Quien esto escribe comparte plenamente esa opinión y hará lo posible para que así sea. Los pueblos tienen memoria frágil y los mercaderes de la política suelen ser eficientes en explotar esa debilidad, por lo que a veces repiten sus errores históricos.
Dr. Castro: allá donde Ud. esté luego de haber sido sometido al juicio del Hacedor (no de sus comilitones en esta tierra) seguramente tendrá oportunidad de comparar notas con algunos de los que en ese mismo lugar se encuentren. Cada quien piense los nombres de los que en esa dimensión darán continuidad al partido de beisbol iniciado en Caracas hace mas de tres lustros.

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