Thursday, January 26, 2017

El muro de Maduro

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Editorial El Nacional

Algunos dicen que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha mostrado algunos gestos que recuerdan aquellos días ciegos en los que Hugo Chávez parecía ser el reformador tantas veces esperado que, no sabemos ni le vemos la razón para ello, iba colocar las cosas en su sitio.
En eso de “colocar en su sitio” había ingenua imaginación porque todos los presidentes que hemos conocido terminan colocando en el gobierno a su propia gente: sus amigotes, sus compañeros de estudio, los militares de su promoción, el tío y los sobrinos de su amante, los hermanos y sus cuñadas más queridas, los profesores de la Escuela Militar o del liceo donde cursaron secundaria.
Las promesas de un gobierno integrado “por los mejores” jamás se cumplen y cuando ello ocurre por error de la historia, de inmediato las cúpulas de los partidos, los grupos económicos afines y los oficiales de alto vuelo se dedican a impedir que alguien pueda hacer su labor de forma diferente y, digamos, eficiente. De allí que el círculo vicioso burocrático sigue dando su vuelta con la misma paciencia y con la rutina burocrática de siempre.
En Venezuela ocurre con más razón, siendo como es un país de promesas irritantes e interminables mentiras y engaños. De manera que la idea de hacer creer que míster Trump se inspira en ese desastroso político que dirigió los primeros días de la revolución bolivariana no es más que un intento (o una treta gastada por el tiempo y oxigenada por los cagatintas), para elevarlo a una altura que ni siquiera alcanza pero que, si así lo fuera, no le da brillantez sino oscuridad y hedor capitalista.
Trump llegó algo tarde pero quizás suficientemente a tiempo para recoger y arrinconar, con la extrema crueldad de los vencedores, los restos de unos aventureros y truhanes que insultaron la inteligencia de sus pueblos, tal como ocurrió con esa banda de populistas que hoy deambulan sin rumbo por el desierto latinoamericano en busca de un socio capitalista que hable con ellos sin llevarse el pañuelo a la nariz. El problema es que Trump no usa pañuelo.
Luego de haber dividido a América Latina entre grandes amigos y desechables enemigos, el madurismo bolivariano, la fase más fétida del chavismo, hoy ve como ante sus ojos todo el parapeto del Alba, el Mercosur, la Celac, etcétera, se viene abajo como un castillo de naipes.
Lula y Dilma son los grandes capos de los negocios sucios de Odebrecht en el continente, el regalo de dinero y petróleo a socios caribeños del Caribe constituye una vergüenza para los chavistas, el amorío económico y político con Nicaragua y El Salvador es los más parecido a un pozo séptico, el desplome del populismo argentino, la oscuridad en que ha caído la presidenta chilena, la huída de Correa a Europa para no ser derrotado en las próximas elecciones, son signos y enigmas que marcan hoy la incertidumbre de nuestros pueblos.
Que míster Trump levante un muro ante México no es sino la concreción total de lo que el populismo latinoamericano cree y practica. La división extrema y concreta como forma de poder, la separación de quienes son críticos e irreductibles, y pasan a ser ciudadanos excedentes, que sobran y estorban, que carecen de un lugar en el proyecto populista, sea este capitalista o socialista. Dígalo usted allí, Berlín.

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