Saturday, January 28, 2017

Millán-Astray, Unamuno y el Palacio de las Academias

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Eddy Reyes Torres

José Millán-Astray (1879-1954) es un hijo de la España autocrática. Aunque el padre lo presionó para que estudiara Derecho, sus impulsos naturales lo condujeron por el camino de la milicia. En 1921 participó en la Guerra de Marruecos, en la que sufrió varias heridas que le ocasionaron la amputación del brazo izquierdo y la pérdida del ojo derecho. Según un especialista que lo trató, Millán fue un gran psicópata y padeció fuertes dolores por las heridas recibidas que lo llevaron a utilizar alcaloides del opio; adicionalmente, siempre temió sufrir un atentado o que lo envenenaran. Durante su periplo existencial, este atrabiliario personaje ejecutó un papel secundario. Sus méritos apenas llegaron a solamente ser fundador de la Legión y de Radio Nacional de España. Las escasas líneas que ocupa en la historia se las debe a su papel de contraparte de Miguel de Unamuno en los hechos acaecidos en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, el 12 de octubre de 1936, a los que aludiremos más adelante.
A diferencia de Millán, Miguel de Unamuno (1864-1936) fue destacado escritor y filósofo español, además de guía indiscutido de la Generación del 98 que estuvo integrada por las también reconocidas figuras de Pío Baroja, Antonio Machado, Azorín y Ramón del Valle-Inclán, entre otros. En sintonía con su condición de hombre con una cultura muy vasta, sus obras literarias discurrieron por géneros diferentes como la novela, el ensayo, el teatro y la poesía. A los 36 años fue nombrado rector de la Universidad de Salamanca, siendo destituido del cargo, por razones políticas, en 1914. Es designado vicerrector de la misma universidad en 1921, pero es removido tres años más tarde por sus continuos ataques al rey y al dictador Primo de Rivera. Luego de la caída del dictador, la República lo nombra rector de la Universidad salmantina en 1931, cargo que ocupó hasta 1933. Al año siguiente se retira de toda actividad docente y por sus méritos es nombrado rector vitalicio, con carácter honorífico, y se crea una cátedra con su nombre. Poco después, Unamuno comienza a distanciarse del régimen republicano, criticando su política religiosa y la reforma agraria que llevaba a cabo. Al mismo inicio de la guerra civil española decide apoyar a los rebeldes y hace un llamado a los intelectuales de Europa para que se pongan del lado de los sublevados por ser los verdaderos defensores de la civilización occidental y la tradición cristiana. Muy pronto, sin embargo, vuelve sobre sus pasos, ante la represión desatada por Franco y sus seguidores.
La eclosión se origina el 12 de octubre de 1936, con ocasión de la celebración del descubrimiento de América en el paraninfo de la Universidad de Salamanca. Al evento concurrieron el gobernador civil, el obispo de la ciudad, la esposa de Franco y Millán-Astray. Lo que allí ocurrió fue narrado en sus detalles por Hugh Thomas, en su libro sobre la guerra civil española. Unamuno había decidido no intervenir. Acudió al acto por puro compromiso, pues sus críticas al nuevo régimen ya se hacían sentir. Pero su carácter decidido se interpuso cuando oyó el discurso incendiario de un profesor anodino contra vascos y catalanes, a los que tildó de “cánceres en el cuerpo de la nación”, que serían exterminados por el régimen franquista. Las palabras anteriores estuvieron acompañadas de arengas por parte del entonces general Millán-Astray.
Don Miguel se levantó pausadamente y dio un discurso para la historia.
“Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia (…) Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es solamente una guerra incivil. Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión”.
Refiere Thomas que en ese momento del discurso de Unamuno, Millán-Astray entra en estado de cólera e insulta a la intelectualidad diciendo: “¡Muera la Inteligencia!”. De inmediato sus seguidores lanzan al aire el lema atroz de los legionarios: “¡Viva la muerte!”. Sin inmutarse, Unamuno sigue hablando:
“Acabo de oír el necrófilo e insensato grito “¡viva la muerte!”. Esto me suena lo mismo que “¡muera la vida!” (…) Como ha sido proclamada en homenaje al último orador, entiendo que va dirigida a él, si bien de una forma excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. El general Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más (…) Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un súper hombre, viril y completo, a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como he dicho, que no tenga esta superioridad de espíritu es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor. El general Millán Astray desea crear una España nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por eso quisiera una España mutilada”.
Millán-Astray hace entonces el amago de amenazar con su arma al filósofo, pero Unamuno no se amilana y sigue su intervención:
“Este es el templo de la inteligencia y yo soy su sumo sacerdote. Vosotros estáis profanando su sagrado recinto (…) Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho”.
A raíz del incidente Unamuno fue relegado y confinado en su domicilio, donde murió dos meses y medio después, el 31 de diciembre de 1936. Su intervención, sin embargo, quedó grabada para la eternidad.
Tenía pensado referirme también al reciente asalto que hubo en el Palacio de las Academias, pero creo que después de evocar lo dicho por don Miguel de Unamuno en España, en momentos de gran oscuridad, no es necesario abogar por el corazón de la inteligencia de nuestro país.

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