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Gustavo Coronel
Estoy
en los Estados Unidos desde 2003. En total he vivido en los Estados
Unidos por cerca de 25 años,
ya que en varias otras etapas de mi vida he estudiado y trabajado en
este país que nuevamente me ha recibido con suma generosidad y donde he
sido muy feliz, una felicidad diluida por la trágica situación en la
cual se encuentra la Venezuela que amo y en la
cual he vivido más de 50 de mis 83 años, el resto en otros países. Soy
un híbrido cultural, ya que siendo venezolano de nacimiento he recibido
influencias de este maravilloso país donde vivo hoy y de países
europeos y asiáticos donde he pasado algunos años
de mi vida. El difunto me hubiera llamado un “pitiyanki”, porque para
él no había nada genuino venezolano que no tuviera que ver con Elorza o
con Maisanta. O, al menos, así nos lo hacía creer. Yo me he liberado de
ese parroquialismo extremo y, paradójicamente,
se lo debo a haber vivido en una pequeña comunidad, como era Los Teques
en la década de 1940. Aquel Los Teques era un pueblo de maravillas,
donde había retretas, neblinas, muchachas hermosas y un permanente olor a
pino mojado, todo ello propicio para hacernos
soñar, para leer a Mann y a Hesse, para escuchar ópera y cultivar
nuestros deseos de integrarnos al mundo. Éramos aldeanos universales.
Con
el arsenal cultural obtenido en Los Teques pude irme a estudiar a Nueva
York y a Tulsa, Oklahoma
En Nueva York me encontré con las maravillas de las comedias musicales
de Broadway: Kiss me Kate, South Pacific, Oklahoma y The King and I,
cuyos finales generalmente felices me hicieron pensar que en la vida
real todo siempre termina bien, así como me encontré
en Oklahoma con gente decidida a resaltar lo mejor de mi personalidad,
hasta el punto de que aún mi acento a lo Cisco Kid era considerado
“atractivo”.
Lo
que quiero decir con esto es que no es malo llegar a ser un híbrido
cultural. El ser humano debe estar
abierto a recibir influencias beneficiosas, no importa de donde vengan.
Es que acaso todos no somos habitantes del planeta Tierra? Mezclé
mi modelo tequeño, sin temor, con los modelos imperantes en otras
comunidades, con otras culturas y ello me fue
de inestimable provecho Me convirtió en un optimista incurable.
Mi
transculturización me generó algunos problemas a mi regreso a
Venezuela. Me reencontré con un país
que tenía grandes obstáculos para progresar, obstáculos que ya habían
sido, en gran medida, resueltos en otros países. Pensé que era
relativamente fácil llevar a cabo un simple trasplante de actitudes y
costumbres, a fin de sembrar en Venezuela lo que había
aprendido en USA. Pero descubrí que sembrar y ver surgir nuevas
actitudes y costumbres es un proceso más lento que sembrar y cosechar
cotoperíes. Mi impaciencia de joven comenzó a prevalecer sobre la
paciencia con la cual esos procesos toman lugar (si es que
algún día toman lugar). El enfrentamiento con murallas de resistencia
cultural me convirtió en un rebelde (con causa), en un agente de cambio
social , no para destruir lo hermoso que tenemos sino para tratar de
introducir actitudes y costumbres que nos harían
mejores.
Esa
ha sido prioridad en mi vida, ser un agente de cambio social. Donde he
trabajado y donde he vivido
en Venezuela he tratado de introducir actitudes y métodos que
pudieran funcionar mejor que algunas de las costumbres y actitudes que
nos han mantenido en el atraso. Ya sé que esto no es soplar y hacer
botellas pero también sé que no estoy solo, que hay
miles de venezolanos empeñados en esta misma batalla por cambiar el
rostro atrasado y dependiente de nuestro país.
En
esa batalla hemos sufrido dolorosas derrotas y, en especial, los
últimos 17 años han sido terribles.
Y, sin embargo, es necesario que todos estemos seguros y confiados que
esta es una batalla que ganaremos. Venezuela será un país civilizado,
de gente empeñosa, honesta, trabajadora y socialmente solidaria. La
negra etapa que impera hoy, caracterizada por
la mendicidad como manera de sobrevivir, será superada. Seremos un país
de gente mayoritariamente digna y trabajadora, dueña de nuestro
destino, impermeable a las promesas necias de cualquier demagogo
acomplejado.
Sin
embargo, para llegar allá deberemos enfrentarnos con decisión a quienes
hoy o mañana pretenden convertirnos
en un país de esclavos. Nunca deberemos coexistir pacíficamente con
regímenes que combinan ineficiencia y corrupción con intentos de
perpetuarse en el poder. Contra esos intentos no caben diálogos,
negociaciones o acomodos que solamente tendrían el efecto
de rebajarnos en el plano moral al nivel de las pandillas.
La
diáspora venezolana de hoy, sin precedentes en nuestra historia, es
triste pero tiene una potencial
cualidad redentora. Los híbridos culturales tienen excelentes
posibilidades de regresar a Venezuela convertidos en agentes de cambio
social. Con su concurso el país podrá, algún día, dejar atrás la
mediocridad y su visión cómoda de la vida para convertirse
en un país de ciudadanos progresistas y responsables. Esa es mi apuesta
de hoy domingo, mientras escucho música de Francis Poulenc, oír aquí:https://www.youtube.com/watch?v=GETFcTMU1JA
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