Saturday, January 28, 2017

Trump, Irán y la estabilidad en Medio Oriente

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Javier Solanas

Desgraciadamente, no han sido muchos los acuerdos sobre desafíos globales que se han alcanzado en los últimos tiempos. Además del Plan de Acción Integral Conjunto, PAIC, sobre proliferación nuclear con Teherán, el acuerdo de París sobre Cambio Climático aparece como otro de gran importancia. Y poco más.
Han sido tiempos en los que la competición entre las grandes potencias ha predominado, desgraciadamente, sobre la cooperación. Sin embargo, estas dos excepciones proporcionan la esperanza de que aún es posible dominar los riegos globales con procedimientos de cooperación multilateral.
Pero la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estado Unidos, a tenor de sus declaraciones contrarias a los acuerdos pone de manifiesto la fragilidad de los mismos.
El que Estados Unidos retirara su firma o dejara de cumplir cualquiera de ellos sería un duro golpe para el sistema de gobernanza global, que debiera servir para resolver los problemas globales mediante acuerdos multilaterales.
El primer aniversario del acuerdo con Irán y los EU3+3 coincidirá en el tiempo con la toma de posesión de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. Refresquemos la memoria: las negociaciones con Teherán sobre su programa nuclear vienen de lejos. Los primeros contactos se iniciaron en el año 2003 por los europeos, negociando, con el consejero de seguridad iraní, a la sazón Hasan Rohaní. Se llegó a un acuerdo en 2004 que desgraciadamente duró poco. La llegada de Mahmud Ahmadineyad a la Presidencia de la República marcó un punto de inflexión –las negociaciones seguían formalmente abiertas pero los progresos fueron escasos–. Mientras tanto, y a pesar de las sanciones que hicieron sufrir a los iraníes, el desarrollo de su programa nuclear avanzó rápidamente.
En 2013 se celebraron elecciones presidenciales en Teherán. Las ganó Rohaní, el mismo con el que iniciamos las negociaciones en 2003, cuando Irán tenía un modesto programa nuclear que podía enriquecer –con mucha dificultad– uranio. Diez años después, en 2013, el número de centrifugadoras iraníes capaces de hacerlo superaba los tres dígitos. Afortunadamente, durante los dos años siguientes, con un esfuerzo diplomático admirable, se consiguió el acuerdo actual.
Es sabido que en Estados Unidos había personas que no veían con buenos ojos el acuerdo e incluso que no consideraban beneficioso negociar con Irán. También, en la región, había países a los que no les parecía oportuno un acuerdo que pareciera cambiar la relación de fuerzas.
Tres eran las razones fundamentales de los opuestos al acuerdo. Un grupo argumentaba que Irán no era un país fiable y que nunca cumpliría los compromisos adquiridos. Otro, que el acuerdo daría a Irán un estatus regional inaceptable. Un tercer grupo sostenía, y sostiene, que Irán no se merecía entonces, ni ahora, “ni agua”.
Tras un año de acuerdo, ¿ha cumplido Irán sus compromisos? A tenor de lo que nos dice la AIEA (Agencia Internacional de la Energía Atómica), la repuesta parece positiva. La AIEA afirma que ha podido inspeccionar todos los lugares solicitados –incluidos aquellos a los que antes del acuerdo estuvieron vetados–, y ha podido acceder a los sistemas electrónicos iraníes y a su cadena de enriquecimiento. La agencia insiste en que nunca ha habido un país más monitorizado.
Otras organizaciones como el International Crisis Group, que ha seguido el proceso, afirma en un reciente informe que “Donald Trump será el primer presidente de Estados Unidos en 20 años que no tendrá que preocuparse desde el primer día de su mandato por que Irán pueda cruzar sin ser detectado el umbral de enriquecimiento capaz de producir un arma nuclear”.
Cierto es que muchos esperábamos que, tras la firma del acuerdo, las relaciones entre Irán y Estados Unidos mejoraran de forma sensible. Pero no ha sido así. Y tampoco lo han hecho las relaciones de Irán con sus vecinos de la región. La oportunidad que presentaba el acuerdo para intentar estabilizar la región ha sido desaprovechada. La guerra en Siria continúa; la de Yemen también. Un acercamiento entre Arabia Saudita e Irán no parece estar cerca. Y la presencia de Rusia en la región es cada vez más patente.
Pero la responsabilidad de esta situación no es del PAIC, cuya implementación comenzó el 16 de enero de 2016. Las partes lo negociaron más bien como un acotado acuerdo de “control de armamentos”, ya que ir más lejos parecía hacer la tarea casi imposible.
Ante la actual incertidumbre, los europeos que coordinaron la negociación del PAIC deben asumir la responsabilidad de que se mantenga y proponer una iniciativa para avanzar seriamente hacia la estabilidad en la región. El tiempo apremia.
La reunión convocada en Kazajstán para buscar la paz en Siria debe ampliarse y ser un primer paso para encontrar unas bases de confianza regional. Todos nos beneficiaríamos si pusiéramos nuestras energías en ello más que en atacar el acuerdo con Irán. Imaginar la región con los problemas que tiene actualmente pero sin el PAIC produce escalofríos.
Arabia Saudita tiene problemas y uno no menor es la guerra en Yemen que quisiera ver terminada. Irán entra en campaña electoral para elegir presidente recordando la muerte de Rafsanjani. Turquía aspira a una paz en Siria que le libere de los riesgos kurdos. Rusia necesita sacar las tropas de Siria que sangran a su economía. Y la Unión Europea aspira a poder resolver el problema de los refugiados en un clima de estabilidad regional. El presidente Trump debiera pensar seriamente dónde están sus intereses y los de la región: contribuir a la estabilidad regional o que la región se convierta en una pesadilla aún mayor.
Copyright: Project Syndicate, 2017.
www.project-syndicate.org

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