Winston Manrique Sabogal, Madrid, 23 de enero de 2013
De mitades armónicas. De raíces transnacionales, bilingües y multiculturales. De eso está hecha y a eso suena la literatura de Estados Unidos en los últimos sesenta años en la que ahora empiezan a sonar, cada vez con fuerza, los escritores de origen hispanohablante. El lunes pasado, medio mundo escuchó al autor de origen cubano Richard Blanco leer un poema en la posesión del segundo mandato presidencial de Barack Obama. Una elección que confirma una tendencia natural en un país mestizo étnica y culturalmente, donde la mitad de los recién nacidos son de origen hispano, con una población que ya alcanza los 50 millones de personas.
Es una renovación literaria que vivieron otros grupos o comunidades ya en el canon estadounidense. A mediados del siglo XX fueron los autores de origen judío, en los años sesenta los italianos y en los setenta y ochenta los afroamericanos. Ahora se suma una generación de escritores de abuelos cubanos o dominicanos, padres guatemaltecos o peruanos, o madres colombianas o de cualquier país hispanohablante.
“Ya no somos vistos como bichos raros. Somos ciudadanos estadounidenses de facto integrados en su vida social y cultural y el mundo editorial así nos ve”, afirma Francisco Goldman, de madre guatemalteca y padre de origen judío. Pero el autor del reciente Di su nombre (Sexto Piso) señala un tema pendiente: “Que nos quiten las etiquetas de hispanos y que nos vean exclusivamente como Escritores. Nuestros temas no son solo la identidad o la inmigración, sino todos aquellos puede interesar a cualquier lector”.
Prueba de que no son una anécdota ni una moda, como parecía en los años noventa, es la nómina de premios que han obtenido y su presencia relevante en publicaciones literarias y periodísticas. Desde Óscar Hijuelos, primer Pulitzer para un hispano en 1990 por la novela Los reyes del Mambo tocan canciones de amor; hasta Quiara Alegría Hudes, Pulitzer en 2012 por la obra de teatro Agua a cucharadas; pasando por Junot Díaz, Pulitzer 2008 por la novela La maravillosa vida breve de Oscar Wao. Entre medias, en revistas de referencia como The New Yorke o Esquire aumentan los artículos firmados por autores apellidados Alarcón, Cisneros, Manrique, Sellers-García, Pava, Álvarez, Mestre, Henríquez…
“No hacen más que reconocer la potencia de una cultura que hace tiempo que ha cambiado el rostro de la nación, punto de encuentro de las líneas maestras del universo panhispánico”, afirma Eduardo Lago, escritor español y exdirector del Instituto Cervantes de Nueva York. Sobre la presencia de Blanco en la posesión presidencial, Lago aclara que aunque es un gesto de generosidad intelectual que le honra, “Obama no ha hecho más que rendirse a la evidencia. Hoy los poemas de Richard Blanco inundan la red. El suyo es un verbo claro, sencillo y potente, que señala lo mucho que han cambiado tanto Cuba como los norteamericanos”.
Escritores que se han integrado al diálogo del país con una estructura narrativa, sensibilidades y concepción de la vida que suele ser en español pero contada en inglés. El decano de todos ellos, recuerda Julio Ortega, de la Universidad de Brown, es el chicano Rolando Hinojosa-Smith, y entre los cubano-americanos es más reconocido Hijuelos. El profesor Ortega sobrevuela veloz esta renovada cartografía literaria: “Junot Díaz, de origen dominicano, es hoy el de mayor impacto que puede personificar pasado y presente y futuro: su romance latino cuenta la zozobra emotiva de los habitantes recientes de un inglés contaminado de español juglaresco. Produce una sintaxis oral, sincrética y gestual: un habla a flor de piel. Daniel Alarcón, nacido en Perú, es el menos evidente y más sutil. Es más narrativo: su inglés es la orilla; el español, la memoria”. Para concluir que “esta encrucijada verbal está forjando la literatura del XXI, hija elocuente de la migración”.
Cervantes Street, la última novela de Jaime Manrique es eso. “Nos hemos imbricado en el flujo y la corriente cultural estadounidense y el sector editorial, críticos y lectores han superado los clichés”. Escritores latinos, pero también escritores del mundo fuera de etiquetas. Y sin una línea común más allá de eso, según ha dicho Quiara Alegría Hudes, de padre judío y madre puertorriqueña: “Si algo muestra nuestro trabajo es que no existe una estética latina uniforme”.
Una literatura presente desde los albores del propio país. Solo que ha costado aceptarla, afrima Edmundo Paz Soldán, escritor boliviano en la Universidad de Cornell. Y solo en el último medio siglo h allegado el reconocimiento, agrega, "gracias a voces como las de Piri Thomas, los Nuyorican Poets, Gloria Anzaldúa, Rolando Hinojosa-Smith, Sandra Cisneros, Francisco Goldman, Julia Alvarez, y escritores de la nueva generación como Junot Diaz y Daniel Alarcón". La mayoría de los autores de origen hispano, según Paz Soldán, "escribe en un inglés flexible, aderezado de palabras, giros idiomáticos e incluso algo de la sintaxis del español". Inevitable. Natural. Instintivo. Con un recorrido que el autor boliviano traza así: “El español se va filtrando de contrabando en el inglés y lo va cambiando desde adentro; en un país con una literatura tan oficialmente monolingüe —una literatura que no refleja la diversidad de la experiencia idiomática en los Estados Unidos—, se trata de un gesto notable que, gracias a estos autores, pronto dejará de serlo”.
Éxitos de crítica y público
Óscar Hijuelos (Nueva York, 1951) se convirtió en 1990 en el primer autor de origen hispano en obtener el Pulitzer, por Los reyes del mambo tocan canciones de amor.A este autor de origen cubano le interesa enmarcar sus relatos en un contexto histórico: “Siempre he sentido que tenía como misión enseñar la historia de Cuba”.Junot Díaz (Santo Domingo, 1968) de origen dominicano, obtuvo en 2008 el Pulitzer por la novela La maravillosa vida de Oscar Wao. Según aseguró el escritor entoces, “muchos estadounidenses se sienten amenazados ante el avance del español”.
Quiara Alegría Hudes, de origen puertrorrioqueño, logró el año pasado el Pulitzer por la obra de teatro Agua a cucharadas, segunda parte de una trilogía, recién estrenada con éxito en Nueva York.
Francisco Goldman (Boston, 1954), de madre guatemalteca y padre judio-estadounidense, ha logrado importantes premios por el ensayo El arte del asesinato político. ¿Quién mató al obispo? Asegura que “no hay que aislar al latino del resto del universo literario porque estamos haciendo simplemente novela contemporánea sobre nuestras experiencias
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