FRANCISCO OLIVARES| EL UNIVERSAL
sábado 22 de febrero de 2014 12:00 AM
El Gobierno ha mostrado nuevamente su verdadero rostro dictatorial y represivo que sin escrúpulos para asesinar, enfilar una tanqueta contra una residencia, disparar bombas contra hogares, violar o caerle a patadas a una jovencita. Igualmente para armar grupos paramilitares y utilizarlos para controlar protestas y mantener al pueblo sometido.
Tal es el arma necesaria para mantener a raya a un pueblo descontento. A la clase media y al movimiento estudiantil lo hace con la fuerza militar. Cientos de testimonios registran lo ocurrido el miércoles en la noche con disparos a quema ropa. Las acciones son escondidas cada noche por Maduro y la cúpula en sus cadenas.
Dos temas encendieron la chispa de la protesta: la inseguridad y la crisis económica. Los primeros días del año mostraban un presidente descontrolado que en lugar de tomar medidas razonables para corregir el desastre heredado de Hugo Chávez, profundizó los controles, le hizo la guerra a empresas y comercios, terminó de quebrar las empresas socialistas, y reinstaló en el poder a los boliempresarios execrados por Chávez, les puso en la mano medios de comunicación y negocios que los volvió más ricos.
El escenario estaba servido para que líderes opositores ampliaran su base de 7 millones de seguidores convocando protestas masivas y entrando en las zonas populares con organización y políticas hacia esos sectores ocupadas por el chavismo.
Pero nuevamente el desconcierto ocupó el escenario. El primer error fue entregar gobernaciones como Táchira y Zulia a punta de abstención a lo que siguió la explosión buscando una "salida" sin luz al final del túnel.
El chavismo, que sufría internamente un desconcierto al ver como se resquebrajaba la economía con Maduro al frente, logró cohesionarse momentáneamente frente al enemigo superior que se rebelaba. Para ello ahoga a los medios de comunicación y masacra a los estudiantes.
Si bien en las zonas populares el chavismo mantiene mayoría, allí también el descontento aumenta, pero no hay quien lo capitalice. Los sectores descontentos están vigilados y sometidos por los colectivos armados a quienes no les tiemblan las manos para asesinar a quien proteste, o excluido de cualquier programa de ayuda.
La dirigencia opositora en conjunto no tiene una lectura clara del nuevo escenario. Protestar es una herramienta legítima frente a un Gobierno todo poderoso, pero deben ser masivas. Las acciones aisladas terminan afectando a los propios manifestantes. Mientras no se tenga una política hacia los sectores populares los avances logrados se mantendrán en el mismo círculo. Aquellos que logren romperlo, esos sí será un líderes.
Tal es el arma necesaria para mantener a raya a un pueblo descontento. A la clase media y al movimiento estudiantil lo hace con la fuerza militar. Cientos de testimonios registran lo ocurrido el miércoles en la noche con disparos a quema ropa. Las acciones son escondidas cada noche por Maduro y la cúpula en sus cadenas.
Dos temas encendieron la chispa de la protesta: la inseguridad y la crisis económica. Los primeros días del año mostraban un presidente descontrolado que en lugar de tomar medidas razonables para corregir el desastre heredado de Hugo Chávez, profundizó los controles, le hizo la guerra a empresas y comercios, terminó de quebrar las empresas socialistas, y reinstaló en el poder a los boliempresarios execrados por Chávez, les puso en la mano medios de comunicación y negocios que los volvió más ricos.
El escenario estaba servido para que líderes opositores ampliaran su base de 7 millones de seguidores convocando protestas masivas y entrando en las zonas populares con organización y políticas hacia esos sectores ocupadas por el chavismo.
Pero nuevamente el desconcierto ocupó el escenario. El primer error fue entregar gobernaciones como Táchira y Zulia a punta de abstención a lo que siguió la explosión buscando una "salida" sin luz al final del túnel.
El chavismo, que sufría internamente un desconcierto al ver como se resquebrajaba la economía con Maduro al frente, logró cohesionarse momentáneamente frente al enemigo superior que se rebelaba. Para ello ahoga a los medios de comunicación y masacra a los estudiantes.
Si bien en las zonas populares el chavismo mantiene mayoría, allí también el descontento aumenta, pero no hay quien lo capitalice. Los sectores descontentos están vigilados y sometidos por los colectivos armados a quienes no les tiemblan las manos para asesinar a quien proteste, o excluido de cualquier programa de ayuda.
La dirigencia opositora en conjunto no tiene una lectura clara del nuevo escenario. Protestar es una herramienta legítima frente a un Gobierno todo poderoso, pero deben ser masivas. Las acciones aisladas terminan afectando a los propios manifestantes. Mientras no se tenga una política hacia los sectores populares los avances logrados se mantendrán en el mismo círculo. Aquellos que logren romperlo, esos sí será un líderes.
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