FABIO RAFAEL FIALLO| EL UNIVERSAL
domingo 23 de febrero de 2014 12:00 AM
Para nadie es un secreto que el cociente intelectual del inquilino de Miraflores nunca ha estado por las nubes. Si hoy empuña el cetro presidencial de Venezuela, se debe al hecho de haber sido designado por Hugo Chávez y a su consabida docilidad al régimen castrista.
Lo que sí ha ido más allá de la imaginación son los estragos que en tan poco tiempo ha causado. Todos los indicadores económicos muestran en efecto que Venezuela se encamina a un colapso espectacular.
Ante tan lúgubre escenario, Nicolás promete radicalizar el desastre, perdón, "la revolución". Militariza la economía. Intenta acallar la disidencia. Declara la "guerra económica" al empresariado. Censura arbitrariamente las redes sociales y los medios de comunicación.
Dicho de otro modo, en vez de tratar de apagar el fuego del malestar que se propaga en Venezuela, Maduro tranca las salidas de emergencia.
A la prensa independiente le advierte que "les va a llegar su hora", sin pensar que en este siglo de expansión de medios sociales y sitios electrónicos, podrá negarle papel a las imprentas, cerrar programas de televisión, golpear a periodistas y expulsar corresponsales extranjeros, pero nada de eso impedirá a los venezolanos y al mundo enterarse de la aciaga realidad del país.
Al empresariado lo amenaza con incrementar las expropiaciones, le impone controles de precios asfixiantes y lo somete a una política cambiaria absurda y desfasada, sin comprender que es ese tipo de medidas lo que ha llevado a Venezuela al caos.
Con respecto a la oposición, son palabras al viento lo que de vez en cuando le lanza. Una ministra le anuncia a Capriles que le tiene una celda preparada. Pero luego Maduro invita al mismo Capriles a Miraflores a fin de dar la impresión de que está dispuesto a dialogar con la oposición. Retrocede más tarde y habla de Capriles como si fuese un subalterno ("Allí lo tengo trabajando"), olvidando que los gobernadores son electos por el pueblo y no designados por el Poder Ejecutivo. Y cuando le cae encima la protesta del 12F, anuncia un cosmético "plan de pacificación" e invita a Capriles a participar en el mismo.
Bandazos ha dado también, frente a Leopoldo López. Lo responsabiliza injustamente de las muertes y disturbios perpetrados por las tropas de choque del gobierno. Pero percatándose de la simpatía y admiración que genera ese opositor, cambia de música y declara que le "pasó por la mente" suspender la búsqueda del líder de Voluntad Popular.
Y como en la mente de Maduro, amén de pajaritos que silban, siempre hay cabida para una conspiración imaginaria, se atrevió a decir que le salvó la vida al "prófugo fascista" –como había calificado a Leopoldo López – frente a un complot de la "ultraderecha". Luego, da marcha atrás, y usurpando las prerrogativas del poder judicial, declara: "Yo dije Leopoldo López va a una cárcel, y así fue".
Mientras tanto, los maduristas de la Asamblea Nacional no vislumbran mejor solución que despojar de su inmunidad parlamentaria a la diputada María Corina Machado y otros representantes de la oposición. Por su parte, Maduro declara que intenta inhabilitar "de por vida" a algunos de sus enemigos.
¿Qué piensan los maduristas que van a ganar con sacar a sus rivales políticos de la Asamblea Nacional? Ya inhabilitaron a Leopoldo López, lo que no le ha impedido convertirse en la figura cimera de los movimientos de protestas.
En medio de la ira popular, la autoridad de Maduro se derrite como el hielo bajo el sol.
No sólo son Juan Manuel Santos, Sebastián Piñera y Ollanta Humala quienes, importándoles un bledo las pestes que Maduro echa consuetudinariamente, han mostrado preocupación por el vertiginoso deterioro de la situación política de Venezuela.
La propia Celac, creada por Hugo Chávez, instó al gobierno venezolano a "propiciar un diálogo entre todas las fuerzas políticas del país" y abogó por "el pleno respeto de todos los derechos humanos".
Tan mal van las cosas para Maduro en el plano internacional, que su canciller Jaua optó por modificar, cuando lo leyó en público, el comunicado oficial en que Unasur expresa su preocupación por la situación en Venezuela.
Añádase a todo eso que tras los bastidores de la diplomacia, hay cancillerías latinoamericanas que tratan de convencer al cabecilla del régimen venezolano de la necesidad de restaurar la convivencia política y el respeto de los derechos humanos.
A ojos vistas, a Maduro le ha quedado grande el cargo que le ha sido dado ejercer.
La muerte a tiros de Génesis Carmona, Miss Turismo Carabobo 2013, y de tres jóvenes más en las recientes manifestaciones de protesta, el apresamiento y tortura de decenas de estudiantes, así como el deterioro de la autoridad de Maduro, acabarán por tener profundas repercusiones en el círculo que lo rodea o lo acorrala. ¿Pues qué interés podría tener un líder chavista o jerarca militar en hipotecar su destino político empecinándose en apoyar a un presidente represivo y tambaleante?
Lo que sí ha ido más allá de la imaginación son los estragos que en tan poco tiempo ha causado. Todos los indicadores económicos muestran en efecto que Venezuela se encamina a un colapso espectacular.
Ante tan lúgubre escenario, Nicolás promete radicalizar el desastre, perdón, "la revolución". Militariza la economía. Intenta acallar la disidencia. Declara la "guerra económica" al empresariado. Censura arbitrariamente las redes sociales y los medios de comunicación.
Dicho de otro modo, en vez de tratar de apagar el fuego del malestar que se propaga en Venezuela, Maduro tranca las salidas de emergencia.
A la prensa independiente le advierte que "les va a llegar su hora", sin pensar que en este siglo de expansión de medios sociales y sitios electrónicos, podrá negarle papel a las imprentas, cerrar programas de televisión, golpear a periodistas y expulsar corresponsales extranjeros, pero nada de eso impedirá a los venezolanos y al mundo enterarse de la aciaga realidad del país.
Al empresariado lo amenaza con incrementar las expropiaciones, le impone controles de precios asfixiantes y lo somete a una política cambiaria absurda y desfasada, sin comprender que es ese tipo de medidas lo que ha llevado a Venezuela al caos.
Con respecto a la oposición, son palabras al viento lo que de vez en cuando le lanza. Una ministra le anuncia a Capriles que le tiene una celda preparada. Pero luego Maduro invita al mismo Capriles a Miraflores a fin de dar la impresión de que está dispuesto a dialogar con la oposición. Retrocede más tarde y habla de Capriles como si fuese un subalterno ("Allí lo tengo trabajando"), olvidando que los gobernadores son electos por el pueblo y no designados por el Poder Ejecutivo. Y cuando le cae encima la protesta del 12F, anuncia un cosmético "plan de pacificación" e invita a Capriles a participar en el mismo.
Bandazos ha dado también, frente a Leopoldo López. Lo responsabiliza injustamente de las muertes y disturbios perpetrados por las tropas de choque del gobierno. Pero percatándose de la simpatía y admiración que genera ese opositor, cambia de música y declara que le "pasó por la mente" suspender la búsqueda del líder de Voluntad Popular.
Y como en la mente de Maduro, amén de pajaritos que silban, siempre hay cabida para una conspiración imaginaria, se atrevió a decir que le salvó la vida al "prófugo fascista" –como había calificado a Leopoldo López – frente a un complot de la "ultraderecha". Luego, da marcha atrás, y usurpando las prerrogativas del poder judicial, declara: "Yo dije Leopoldo López va a una cárcel, y así fue".
Mientras tanto, los maduristas de la Asamblea Nacional no vislumbran mejor solución que despojar de su inmunidad parlamentaria a la diputada María Corina Machado y otros representantes de la oposición. Por su parte, Maduro declara que intenta inhabilitar "de por vida" a algunos de sus enemigos.
¿Qué piensan los maduristas que van a ganar con sacar a sus rivales políticos de la Asamblea Nacional? Ya inhabilitaron a Leopoldo López, lo que no le ha impedido convertirse en la figura cimera de los movimientos de protestas.
En medio de la ira popular, la autoridad de Maduro se derrite como el hielo bajo el sol.
No sólo son Juan Manuel Santos, Sebastián Piñera y Ollanta Humala quienes, importándoles un bledo las pestes que Maduro echa consuetudinariamente, han mostrado preocupación por el vertiginoso deterioro de la situación política de Venezuela.
La propia Celac, creada por Hugo Chávez, instó al gobierno venezolano a "propiciar un diálogo entre todas las fuerzas políticas del país" y abogó por "el pleno respeto de todos los derechos humanos".
Tan mal van las cosas para Maduro en el plano internacional, que su canciller Jaua optó por modificar, cuando lo leyó en público, el comunicado oficial en que Unasur expresa su preocupación por la situación en Venezuela.
Añádase a todo eso que tras los bastidores de la diplomacia, hay cancillerías latinoamericanas que tratan de convencer al cabecilla del régimen venezolano de la necesidad de restaurar la convivencia política y el respeto de los derechos humanos.
A ojos vistas, a Maduro le ha quedado grande el cargo que le ha sido dado ejercer.
La muerte a tiros de Génesis Carmona, Miss Turismo Carabobo 2013, y de tres jóvenes más en las recientes manifestaciones de protesta, el apresamiento y tortura de decenas de estudiantes, así como el deterioro de la autoridad de Maduro, acabarán por tener profundas repercusiones en el círculo que lo rodea o lo acorrala. ¿Pues qué interés podría tener un líder chavista o jerarca militar en hipotecar su destino político empecinándose en apoyar a un presidente represivo y tambaleante?
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