CARLOS A. ROMERO.| EL UNIVERSAL
domingo 23 de febrero de 2014 12:00 AM
Los recientes acontecimientos ocurridos en Venezuela expresan de forma dramática cuál frágil se encuentran las instituciones y la vida misma. Nos referimos a un país que no ha logrado la reconciliación de sus habitantes a pesar de algunos y ocasionales esfuerzos. La polarización, la violencia y el miedo reflejan la confrontación permanente entre un Estado controlado por unas elites que han querido imponer un modelo revolucionario peculiar y excluyente y unos opositores que cada día se hacen más importantes y que se niegan a aceptar a que la democracia y la empresa privada desaparezcan del entorno nacional.
Este nuevo ciclo de perturbación política se ha dado junto con una generalizada crisis económica que se nota en el aumento de los indicadores negativos de la inflación, el desabastecimiento, el desempleo y la escasez de divisas. En segundo lugar, si bien los gobiernos extranjeros y algunas organizaciones internacionales han manifestado su preocupación por lo acontecido, no han tomado partido por uno de los dos factores en pugna, excepción hecha por los amigos del gobierno o de algunas personalidades y actores globales que apoyan abiertamente a la oposición.
Ahora bien, esta situación no debe entenderse como una especie de hecatombe final que vaya a sacar del medio al gobierno de Maduro en muy pocos días. El gobierno y el oficialismo han dado muestras claras que controlan el poder de fuego, que no van a tolerar un "contra-poder" y que van a seguir reprimiendo a quienes pretendan subvertir el orden establecido, así sea por vías irregulares.
En síntesis, en el oficialismo se profundiza la pugna entre diversos sectores internos, en la oposición aumenta el nivel de fragmentación, en el país no se detienen el descalabro económico, la inseguridad y el malestar político y lo que es peor: no se encuentra la salida inmediata y concreta a una situación que se torna cada día más endeble y contradictoria.
Este nuevo ciclo de perturbación política se ha dado junto con una generalizada crisis económica que se nota en el aumento de los indicadores negativos de la inflación, el desabastecimiento, el desempleo y la escasez de divisas. En segundo lugar, si bien los gobiernos extranjeros y algunas organizaciones internacionales han manifestado su preocupación por lo acontecido, no han tomado partido por uno de los dos factores en pugna, excepción hecha por los amigos del gobierno o de algunas personalidades y actores globales que apoyan abiertamente a la oposición.
Ahora bien, esta situación no debe entenderse como una especie de hecatombe final que vaya a sacar del medio al gobierno de Maduro en muy pocos días. El gobierno y el oficialismo han dado muestras claras que controlan el poder de fuego, que no van a tolerar un "contra-poder" y que van a seguir reprimiendo a quienes pretendan subvertir el orden establecido, así sea por vías irregulares.
En síntesis, en el oficialismo se profundiza la pugna entre diversos sectores internos, en la oposición aumenta el nivel de fragmentación, en el país no se detienen el descalabro económico, la inseguridad y el malestar político y lo que es peor: no se encuentra la salida inmediata y concreta a una situación que se torna cada día más endeble y contradictoria.
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