Tuesday, July 21, 2015

El mundo al revés de Donald Trump

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Donald Trump es quizás el primer precandidato presidencial de Estados Unidos que menosprecia al senador John McCain porque fue capturado durante la guerra de Vietnam. Pero no es el primero que vincula la inmigración al crimen. En 2007, cuando unos indocumentados asesinaron a tres jóvenes en Nueva Jersey, Tom Tancredo culpó a los líderes de la ciudad por promover la inmigración ilegal. Newt Gingrich declaró que la “guerra en casa” contra los indocumentados era más sangrienta que los campos de batalla en Irak, y el ex senador Fred Thompson, también entonces precandidato, asoció el surgimiento de “locos suicidas” y “asesinos de personas inocentes” a los 11 millones de inmigrantes que residen ilegalmente en EE UU.

Al igual que Trump, ninguno presentó evidencia que muestre una correlación entre la inmigración y el crimen. Y no lo hicieron por una simple razón: esa evidencia no existe. Los datos disponibles más bien apuntan en la dirección contraria. El gran declive del crimen en los años noventa coincidió con una ola masiva de inmigrantes. Y los inmigrantes de primera y segunda generación cometen menos crímenes que norteamericanos con el mismo nivel de ingreso. Más aún, algunos criminólogos piensan que, en vez de aumentar las tasas de crimen, la inmigración podría tener el efecto contrario: ayudar a reducirlas.

Y el argumento es persuasivo. En EE UU, el declive del crimen es una de las tendencias más alentadoras de los últimos 25 años.La reducción más sustancial ocurrió en los noventa, cuando el crimen violento se redujo un tercio. Entre 2000 y 2007 las tasas se nivelaron, pero en 2007 se inició otro declive importante que duró cuatro años. Desde 1990 el crimen ha caído casi un 50%. EE UU no había experimentado una caída tan larga y profunda desde la Segunda Guerra Mundial.

En los noventa el declive ocurrió en todo el país. Los homicidios disminuyeron en todas las grandes ciudades y regiones, y por eso muchos criminólogos decidieron descartar explicaciones locales y enfocarse en las tendencias macro, aquellas que afectaron a todos los rincones del país como la política de masivo encarcelamiento, los cambios demográficos y el fin de la epidemia del crack.

Pero el segundo gran declive, entre 2007 y 2011, no fue tan uniforme. Algunas ciudades tuvieron un mejor desempeño que otras. En Nueva York, por ejemplo, los homicidios se redujeron un 15% mientras que en Chicago aumentaron un 10%. Y por eso un grupo de expertos ha estado examinando las experiencias particulares de cada ciudad.

¿Y qué han encontrado? John Roman, analista del Urban Institute en Washington, dice que los vecindarios donde hay más crimen padecen problemas graves de segregación, despoblación y pobreza concentrada. Los inmigrantes ayudan a combatir estos problemas; son como un remedio natural para los lugares donde hace falta más gente, y más diversidad económica y racial. “El crimen es consecuencia del lugar”, dice Roman. Y, aunque los inmigrantes no desplazan a los criminales, si ayudan a transformar los vecindarios. Cuando se cambia positivamente la naturaleza de un lugar, el crimen tiende a bajar.

Roman añade que las ciudades que han logrado reducir más el crimen han impulsado políticas para combatir la segregación, incluyendo medidas para acoger e integrar a los inmigrantes. También han promovido la revitalización económica de vecindarios a través, por ejemplo, de incentivos tributarios. Yuxtaponer prosperidad y pobreza, y promover la diversidad racial, podría ser más efectivo que aumentar el número de policías y arrestos.

Ya algunas ciudades de EE UU han tomado nota. San Luis sigue teniendo unas de las tasas de homicidio más altas del país, sombría estadística que salió a la luz con los disturbios de Ferguson. También es la ciudad estadounidense que ha sufrido una mayor pérdida de población desde 1950. Para tratar de resolver estos problemas, las autoridades locales han impulsado programas de subsidios e incentivos fiscales para revitalizar partes de la ciudad y atraer a empresas y ciudadanos, sobre todo a inmigrantes. De hecho, San Luis tiene una meta para 2020: atraer más inmigrantes que cualquier otra área metropolitana de EE UU. La receta que aplica la ciudad es contraria a la que recomienda Trump: más inmigrantes para los sectores donde se cometen más crímenes.

 Por supuesto, el impacto que ha tenido la inmigración sobre el crimen es sumamente difícil de medir, al igual que ocurre con cualquier otra potencial causa del declive. Pero sí es posible determinar que no hay datos que sustenten las declaraciones de Trump, y que, si la inmigración ha tenido un efecto en el crimen, lo más probable es que haya sido positivo. A pesar de su ascenso en las encuestas, Trump no tardará en desinflarse, si no lo hizo ya con su último desplante sobre McCain. Sus ideas erradas sobre inmigración, sin embargo, serán más difíciles de derrotar.

Alejandro Tarre es periodista venezolano. Twitter: @alejandrotarre

Vía El País. España
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