Oswaldo Páez-Pumar
No tengo la más mínima intención de sustituir con el calificativo de bocón el de usurpador que le endilgo a Nicolás Maduro. Sin embargo, en esta oportunidad lo tomo porque su gritería del día de ayer lo amerita.
El bocón quiso aparentar que tiene poder y ordenó, esperando el aplauso de su audiencia, que a los gerentes de una planta que produce bienes para el consumo humano se los pusiera presos. “Me los ponen presos” fue la frase que salió de su boca, pero la que sus orejas querían oír de vuelta era la consigna ‘así es qué se gobierna’; que sin parar mientes en el impropio uso del qué donde va un cómo, representa el imperio de la arbitrariedad.
Confundir gobernar con mandar no es sino una variante de la confusión entre poder y fuerza. Esa es la confusión del bocón. Cuenta con un grupo armado, es decir con una fuerza, para hacer ejecutar la ilegal orden “me lo ponen preso”; que es como decir yo estoy por encima de la ley y en consecuencia no necesito del “debido proceso” para privar a cualquier ciudadano de su libertad.
“Me lo ponen” es desde luego una expresión que comporta el sentido de pertenencia. La pérdida de la libertad del ciudadano no se origina sino en la voluntad del mandón, que quiere que ese o esos presos sean suyos. Su propiedad. Quiere regresar al tiempo de la esclavitud porque su inmenso complejo de inferioridad, que se origina tanto en su ignorancia como en su coeficiente intelectual, no encuentra alivio sino cuando somete, cuando subyuga, cuando veja.
Paradójicamente él está sometido, subyugado y vejado por la personalidad del difunto en cuya imitación cree poder encontrar la tabla de salvación para ejercer la función. Hasta la entonación es remedo y por eso cuando sube a la tarima para representar el papel del difunto pierde contacto con la realidad y comienza a actuar.
No es fácil una representación en medio de la tragedia a donde han llevado al país, por eso necesita más culpables dignos de castigo, a los cuales pueda poner presos; y encontró al alcalde de Sucre, Ocariz, “que viaja mucho”; ‘cachicamo diciendo a morrocoy conchúo’; y en el éxtasis de su oratoria, le pide que trabaje, que no cobre sin trabajar. El reposero del metro.
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