Cuando Chávez dispuso que el ejemplo a seguir no era “el que Caracas dio”, sino el que en La Habana puso Fidel con las políticas de austeridad –que comportaban la abolición de la Navidad, el Carnaval, la Semana Santa y otros feriados religiosos y republicanos–, con que enmascaró su propósito de implantar jornadas permanentes de trabajo intensivo (incluyendo los fines de semana), “para liberar las fuerzas creadoras del pueblo”, instauraba en realidad un régimen esclavista.
Arbeit macht frei (El trabajo os hará libres), podía leerse en la entrada de los campos de concentración nazis,publicitado como voluntariado, a fin de enrolar a la internacional de tontos útiles en empresas fallidas como la cacareada zafra de los 10 millones de toneladas de caña de azúcar que apenas llegó a 7 millones, un récord, pero no la meta y, por tanto, un fracaso.
De tan malograda experiencia sacó el cósmico e inmarcesible comandante su repulsa por Papa Noel –a quien llamaba Santa Claus para no confundirlo con ustedes saben quién– y el resto del ornato decembrino, de origen, según él, burgués y capitalista. Quería belenes a los que reputaba de vernáculos.
Chávez era un ignorante y de haber tenido un mínimo de coherencia hubiese rechazado los pesebres y nacimientos como artificios importados de la metrópoli para el adoctrinamiento colonial y, siendo más riguroso, debió repudiar las hallacas, cuya esencia no son las hojas de plátano y el maíz, sino el guiso elaborado con ingredientes que llegaron de ultramar en navíos españoles (transculturación, pues).
No tuvo tiempo ni necesidad el comandante de llegar a esos excesos. Un tío llamado Nicolás, a quien ungió con los óleos del poder, se encargó de ello por la vía rápida –¡come yuca que no hay hallacas, pero sí presos políticos!–, tal como se desprende de noticias que informan de la defunción de la otrora “feliz Navidad” y su conversión en objeto de nostálgica añoranza.
“A inicios de noviembre, el gobierno importó 50 millones de dólares solo en juguetes, así como alimentos y adornos. Pero en Petare, un muñeco de plástico cuesta casi tres sueldos básicos”, destacó el lunes 21 este periódico en la introducción a una nota de la agencia AFP de la que se colige que la escasez y el elevado costo de los alimentos se reflejarán en frugalidad de la cena navideña y moderación extrema en los intercambios de regalos y aguinaldos.
Y es que, como afirmó una humilde mujer de barrio, desempleada y atribulada por obligaciones de postergado cumplimiento, “la plata no alcanza. La Navidad está muerta en Venezuela”.
Sí. La Navidad ha muerto como lo hizo en Cuba hace más de medio siglo. Es cierto que con la reciente victoria de la concertación democrática soplan vientos de esperanza a los que los tres chiflados (así los llamó Chúo Torrealba) –el tocayo del viejito regalón, el pithecanthropus monaguense y el loquero de la esquina caliente– buscan poner fin, ¡como sea! Y, como sea, tendrán que poner los pies en tierra… o en polvorosa, si siguen poniendo la cómica.
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