Rubén Monasterios
En la parla coloquial venezolana del pasado existía el refrán “Carga el turco atrás”, con el que se quería decir que una persona andaba perseguida por sus acreedores; los cuales solían ser turcos, dedicados a la venta a crédito domiciliaria de ropa y otros bienes. Hoy podríamos parafrasear esa frase diciendo: “El turco lo carga atrás”, en el sentido de ser Turquía una nación acosada por gravísimas tensiones; curiosamente, una de ellas, puesta de relevancia en estos días, la vincula a Venezuela.
En efecto, Turquía no acaba de superar lo que no está claro si fue un golpe o autogolpe militar del 5 de julio de este año; por ahora se habla de purga institucionales, de 6000 presos, de centenares de heridos y decenas de muertos. Y no crea ese golpe un acontecimiento insólito en su Historia; las Fuerzas Armadas turcas tienen cierta debilidad hacia esa clase de reacciones: se registran unos cinco de tal índole en un medio siglo de existencia del país, a partir de la fundación de la República de Turquía (29/10/1923) gracias a la Guerra de Liberación encabezada por quien es reconocido como Padre de la Patria, general Mustafa Kemal Ataturk (1881-1938). Geográficamente Turquía está en la que probablemente sea la zona más caliente del planeta en lo concerniente a actividad bélica, prácticamente colinda con pretendido Estado Islámico; este año ha sido víctima de varios atentados terroristas en Ankara y Estambul; mientras tanto, no cesa el conflicto armado con los kurdos. El gobierno de Recep Tayyip Erdogan es una de las características demoautocracias de las que hoy se ven por todo el mundo; esto es, esos mandatos provenientes de elecciones que ejercen el poder con criterio personalista y maniobrero, en un tufo de corrupción.
Y como si fuera poco, en fecha reciente SS Francisco puso el dedo en un punto sensible de la Historia del país, al referirse sin circunloquios ni medias tintas al Genocidio Armenio; su actitud crítica fue recibida con aprobación por la comunidad internacional.
Y como si fuera poco, en fecha reciente SS Francisco puso el dedo en un punto sensible de la Historia del país, al referirse sin circunloquios ni medias tintas al Genocidio Armenio; su actitud crítica fue recibida con aprobación por la comunidad internacional.
El Genocidio Armenio, también llamado Holocausto Armenio o Gran Crimen, fue la deportación forzosa y exterminio de un número indeterminado de civiles de ese pueblo, calculado entre l.5 y 2 millones de personas. Los armenios se hicieron sospechosos de albergar “sentimientos nacionales hostiles” al gobierno otomano. El 24 de abril de 1915 fue detenido un grupo de armenios notables, unos 600 dirigentes e intelectuales; el mes siguiente se iniciaron las deportaciones basadas en una ley de “seguridad interior”.
En rigor, no fue una, sino una serie sucesivas de masacres caracterizadas por su brutalidad inhumana. Las autoridades llevaron a cabo matanzas de miles de personas en las calles; arrasaron pueblos íntegros, saquearon y permitieron el saqueo de bienes de armenios; apresaron a los sobrevivientes y los obligaron a cavar sus tumbas, procediendo a fusilarlos o destriparlos a bayonetazo limpio, arrojando sus restos en ellas. El gobierno central ordenó la deportación de toda la población armenia, sin posibilidad de cargar recursos de subsistencia, obligándolos a marchas forzadas por cientos de kilómetros, atravesando zonas desérticas, en las que la mayor parte de los desplazados pereció víctima del hambre, la sed y las privaciones, a la vez que hombres, mujeres y niños eran violados por los guardias pretendidamente responsables de protegerlos, en complicidad con bandas de maleantes.
Precisamente esos acontecimientos, son un punto de cruce de las historias de Turquía y Venezuela.
Rafael Inchauspe Méndez, conocido como Rafael de Nogales Méndez (n. en San Cristóbal, 1879-1936) fue un mercenario al servicio de Turquía durante la Primera Guerra Mundial; sus victorias en diferentes frentes lo llevaron al rango de bey, general, y sus hazañas lo volvieron famoso. Por su vida y obra, se le parangona a Lawrence de Arabia. A la sazón del inicio de las matanzas se encontraba con su tropa en Van, el lugar de los hechos; los cuenta en sus memorias Cuatro años bajo la Media Luna (1925). El libro constituye uno de los importantes testimonios de ellos. Nogales expresa su repugnancia por los aconteceres, pero no pasó de ahí: siguió combatiendo a favor de los turcos y recibió homenajes y condecoraciones. Tampoco hizo nada el que después se convertiría en héroe nacional turco, Ataturk; comprensible, por cuanto era racista y fascista, al punto de que Hitler se declaró “discípulo” suyo. Fue partidario de la “limpieza étnica” turca, con particular animadversión hacia los armenios. Ataturk, si bien no participó en el genocidio, miró para otro lado mientras ocurría.
Digamos, al desgaire, que en Caracas existe una estatua de ese personaje, en una plaza de la urbanización Santa Sofía. El monumento se erigió por iniciativa de Ivonne Attas, actriz de ascendencia turca, destacada en la TV de los sesenta por sus roles de malvada. Atraída por la política, llegaría a ser Presidenta del Concejo Municipal de Baruta.
Apenas horas después haber pronunciado Francisco sus lapidarias críticas, los altos voceros de Ankara manifestaron su malestar; rebatieron las afirmaciones del papa y dijeron sentirse “contrariados”.
En un lenguaje menos eufemístico, el efecto de las palabras del Pontífice fue equivalente a poner candela bajo el trasero de los turcos ─por no decirlo en la forma más escatológica del habla vernácula─, a causa de las consecuencias tanto en su imagen como financieras, que el reconocimiento del genocidio eventualmente podría traer al país; las segundas, porque aportaría fundamentos a la exigencia de justas reivindicaciones de parte de los armenios.
Oficialmente, los turcos aceptan la muerte de miles de personas del pueblo armenio, aunque, desde su perspectiva, no fue un genocidio, sino lamentables consecuencias de las luchas interétnicas, las enfermedades y el hambre durante el confuso periodo de la I GM.
Con el genocidio ocurre lo mismo que con el terrorismo: todos sabemos en qué consisten dichos fenómenos, pero en el lenguaje del debate político internacional los interesados en que tal cosa ocurra, introducen matices, sutilezas… que sacan del concepto determinadas acciones.
Evitemos caer en las trampas de los manipuladores; un genocidio es el exterminio de un colectivo social motivado por supuestas razones de cualquier índole, realizado mediante cualquier procedimiento, sea asesinando masivamente a las personas, creando condiciones para originar su muerte o por disposiciones destinadas a evitar los nacimientos.
No por otra razón se hace evidente que en Venezuela se comete un genocidio, que por sus fatales consecuencias en la salud física y mental de la población, se extenderá por varias generaciones; ocurre con perversa lentitud y alevosía mediante el hambre, el deterioro progresivo de la salud y el asesinato callejero debido a delincuentes comunes y uniformados. Cinismo, vaciedades estúpidas, indiferencia y crueldad son las respuesta del gobierno y sus aliados ante el clamor desesperado de la gente.
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