Fernando Mires
Desde que la estructura política de España dejó de ser bipartidista ha terminado el periodo de las mayorías absolutas y ha comenzado el de las mayorías relativas. Sin embargo, el país parece no estar política ni constitucionalmente preparado para cursar la transición de la democracia binaria a la democracia multipartidista. Ésa es tal vez la razón por la cual España enfrenta hoy la peor forma que puede asumir una crisis política. Se trata nada menos que de una crisis de gobernabilidad.
Sólo en las manos de los partidos democráticos se encuentra la posibilidad de superar la crisis. Eso será posible si ellos logran reconocer las particularidades que conlleva la segunda y nueva transición (la primera fue la que llevó de la dictadura a la democracia). En el siguiente texto intentaré explicar y fundamentar esa tesis.
1. Guste o no, España es hoy un país cuyas tendencias mayoritarias son de derecha y centro. Así fue demostrado en las elecciones del 26 de Junio. El PP es partido mayoritario. Además, en perjuicio de Ciudadanos (leve bajada en votos pero fuerte caída en escaños), el PP aumentó su votación con respecto a los comicios anteriores.
Nada nuevo. PSOE sufrió por segunda vez la derrota más grande de su historia. Esa derrota fue celebrada como un triunfo por sus dirigentes al haber fracasado el intento de la combinación Unidos Podemos (U/P) por convertirse en segunda mayoría. Lo dicho significa que nuevamente las llaves de la puerta las tiene el PSOE. La responsabilidad no deja de ser grande. Es también un dilema.
Si los socialistas apoyan a un gobierno PP en sus dos posibilidades —tolerancia sin participación, o asumiendo directamente funciones de co-gobierno— o si reiteran su posición de no apoyar a un gobierno donde esté presente el PP, deberán enfrentar en cada uno de esos casos una definición existencial.
Si el PSOE apoya al PP será cuestionado por una fracción de su militancia que ve en Rajoy un enemigo total. Pero si no lo hace, el PSOE será cuestionado por otra fracción para la cual la tarea del PSOE no es impedir que el PP gobierne sino convertirse en su oposición (y para eso el PP debe gobernar).
La alternativa del “apoyo condicionado y crítico” es por cierto viable. Pero lo es solo desde la perspectiva de una razón de estado. El problema es que el PSOE no es un estado sino un partido y por lo mismo debe atender en primer lugar a sus intereses partidarios.
En menor medida, el dilema de C’s es similar. Si apoya a un gobierno PP, todos sus esfuerzos para aparecer como una alternativa situada más allá del clásico esquema izquierda/derecha —vale decir, como portador de un liberalismo democrático y transversal— quedarían completamente desdibujados. Más aún, un apoyo directo al PP, además de ser insuficiente, llevaría a confirmar la política de Podemos tendiente a empujar a C’s hacia la derecha a fin de hacerlo aparecer como “la otra cara del PP”. Pero por otra parte, si C’s no apoya a la mayoría que representa el PP, será acusado de boicotear la gobernabilidad de la nación. Esa es la razón por la cual C’s, para apoyar la opción PP, necesita de la intermediación del PSOE. Por lo tanto, al igual que el PSOE, C’s se enfrenta a dos razones políticas: La razón de estado y la razón de partido.
Un apoyo condicionado de C’s a una combinación U/P-PSOE no dejaría bien parado a C’s frente a sus electores de centro-derecha (justamente, su base). Un apoyo de U/P a una combinación PSOE – C’s, es casi imposible. Un gobierno PSOE-C’s- U/P es más lógico, pero sería visto como un indecente golpe electoral al PP (¿y bajo qué programa?).
2.- En una democracia pluripartidista los partidos políticos deben, bajo ciertas condiciones, concertar alianzas para alcanzar la gobernabilidad. Cuando la posibilidad de coaliciones en aras de la gobernabilidad ya no es posible, significa que la razón de partido se ha impuesto por sobre la razón de estado. Si eso ocurre estamos frente a una crisis de gobernabilidad. El problema dista de ser irrelevante. Pues sin la hegemonía del principio de gobernabilidad desparece el sentido de la política.
Paradoja del caso es que las alianzas entre el PP, PSOE y C`s habrían sido mucho más fácil de realizar si UP hubiese obtenido la altísima votación pronosticada por las erráticas encuestas españolas. Los partidos democráticos habrían encontrado así un enemigo común del que defenderse como ha sido el caso de los demócratas franceses ante el avance del Frente Nacional. Pero Podemos no pudo.
En fin, por donde miremos el problema vemos que el principio de gobernabilidad en España sólo puede ser rescatado por el PSOE. Ahora, si con eso puede rescatarse a sí mismo, es otro tema.
3.- La crisis política española no es sólo española. En cierto modo es una crisis política de dimensiones europeas. Ella se expresa en el descenso de los partidos tradicionales frente a la formación de partidos políticos emergentes. En España dicha crisis tiene lugar con el fin del bipartidismo y, consecuentemente, con en el fin del periodo de las mayorías absolutas.
Si bien la ciudadanía hispana parece haberse adaptado perfectamente a la nueva transición no ha ocurrido así con los dirigentes de los partidos quienes en su gran mayoría continúan actuando con la mentalidad bi-polar impuesta por la estructura bi-partidaria.
El aumento de las ofertas políticas y el fin del bi-partidismo obliga a todos los partidos sin excepción a concertar pactos y alianzas en aras de la obtención de mayores cuotas de poder. Bajo esas nuevas condiciones es perfectamente posible, desde un punto de vista matemático, que una coalición de partidos minoritarios pueda dejar fuera del juego al partido que ha obtenido la mayoría relativa, en el caso español, el PP. Sin embargo, hay diferencias entre la lógica matemática y la política.
Dejar fuera del poder a un partido que ha obtenido una gran mayoría relativa en dos elecciones consecutivas puede ser evaluado por la mayoría de la nación, si no como una asonada electoral, como una falta de respeto a la decisión ciudadana. Ello contribuiría a profundizar el pozo de la crisis política con la consiguiente deslegitimación de sus actores, principalmente del partido portador de la segunda mayoría: el PSOE.
Llamar a una tercera elección con la intención de forzar a la ciudadanía para que vote por los candidatos más deseados por los partidos, no sería una opción ética ni democrática. Una maniobra de ese tipo sólo llevará a convertir al “partido de los abstencionistas” en primera mayoría.
Naturalmente, puede darse una situación en la cual todos los partidos democráticos de un país deben unirse para impedir el acceso al poder de un partido anti-democrático. En ese caso los partidos se unen para preservar el espacio de convivencia común. Así ocurre y así seguirá ocurriendo en Francia ante el persistente crecimiento del FN, portador de una política destinada a cambiar al sistema político, a las relaciones internacionales, y a los principios heredados de largas luchas democráticas. Pero Francia no es España y el PP no es el FN de la familia Le Pen.
Tampoco se trata de hacer aquí una apología del PP. Todo el mundo sabe que el PP es un partido de la economía, proclive a defender intereses empresariales y por lo mismo susceptible de cometer vergonzantes actos de corrupción (aunque los socialistas no son precisamente ángeles del cielo). Desde el punto de vista cultural el PP sigue siendo para muchos el partido del pasado, representante de esa “España de charango y pandereta” que denostara el gran poeta Antonio Machado.
Para otros, sin embargo, el PP es el partido de la estabilidad, el que ha salvado a España de convertirse en una desbarrancada Grecia y, no por ultimo, un partido firmemente opuesto a las autonomías disgregadoras que amenazan a la unidad nacional. Ese último punto hay que tenerlo muy en cuenta. A corto plazo definirá el destino de España. Ese es el punto, además, en el cual PP coincide con gran parte del PSOE y, por supuesto, con C’s. Si eso no lo entienden los dirigentes de los partidos españoles, nunca entenderán nada.
Más allá de cualquiera evaluación, el PP, al igual que el PSOE, es un partido histórico y por lo mismo miembro tradicional del sistema político de la nación. Ese lugar lo ganaron ambos partidos, no está de más recordar, después que en España tuvieron lugar alianzas políticas muy complejas y difíciles.
Imaginemos que Adolfo Suárez durante la pre-historia de la España post-dictatorial —o primera transición— hubiese desde su partido, la UCD, tabuizado a comunistas y socialistas con el mismo encono como hoy lo hacen los partidos españoles con el PP. Probablemente España no habría recorrido el camino de ninguna transición y tal vez sería todavía franquista hasta en sus huesos. Todo indica, en consecuencias, que un futuro gobierno —en un nuevo (y segundo) periodo de transición como es el que está atravesando España— debería contar con la presencia del PP. Guste o no.
La política no se inventó al fin para satisfacer todos los gustos y mucho menos los gustos de todos. Lo que está en juego aquí es el principio de gobernabilidad. Nada menos.
Por supuesto, nadie va a pedir a un partido como Podemos que se sacrifique en aras del principio de la gobernabilidad. Podemos es “un partido anti-sistema dentro del sistema” y Pablo Iglesias nunca lo ha ocultado. Su objetivo es alterar radicalmente el orden político, insertar a España en un nuevo contexto internacional fuera de la UE y, no por último, hacerse eco de las demandas segregacionistas, sobre todo de las que provienen de Cataluña. Para cumplir esos objetivos Podemos requiere convertirse en la fuerza hegemónica de la izquierda española y esa alternativa pasa —no hay otra vía— por la destrucción del segundo partido histórico de la nación, el PSOE. Ese objetivo no lo logró el 26 de Junio. Pero nadie dice que no pueda lograrlo en un futuro próximo.
En las elecciones del 26 de junio el PSOE salvó su vida por un pelo. Pero el peligro de muerte no ha desaparecido del todo. Hoy como antes, PSOE se ve enfrentado a las mismas disyuntivas. O sigue el llamado de su ala izquierda que lo llevará a claudicar frente a Podemos o levanta una política que permita la expresión de las mayorías, incluyendo al PP, en una coalición gubernamental, exigiendo naturalmente —es su derecho— algunas condiciones, entre otras que PP abandone por lo menos una parte de ese economicismo anti-social que ha caracterizado su gestión gubernamental.
Por último, si una gran coalición funcionó en Alemania, ¿por qué no puede suceder lo mismo en España? Pregunta legítima que se hacen tantos observadores. Es cierto, en Alemania tuvo que irse Helmuth Kohl y llegar Angela Merkel. Lamentablemente Rajoy no es Merkel. Pero afortundamente tampoco es Kohl.
En otras palabras, no se trata de salvar al PP sino de asegurar la persistencia de un espacio de sobrevivencia política común a todos los partidos democráticos. Sólo dentro de ese espacio podrá el PSOE curar sus heridas para después tomar un camino que pueda llevarlo a convertirse en portador de demandas sociales muy diferentes a las de la “sociedad industrial” desde donde emergió. En ese espacio podrá recomponer alianzas, principalmente con C’s, partido emergente con el cual mantiene un programa de coincidencias comunes e incluso con Podemos, pero desde posiciones de fortaleza y no de debilidad.
El hecho decisivo es que España no puede darse el lujo de convertirse en un país ingobernable. Mucho menos ahora, frente a tantas fuerzas disgregadoras —internas y externas— cuyo evidente objetivo es pulverizar a la unidad geográfica y política de esa gran nación
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