Sunday, December 4, 2016

Maduro y el diálogo

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ELÍAS PINO ITURRIETA / EPINOITURRIETA@EL-NACIONAL.COM

En el área de la comunicación de los asuntos que incumben a sus funciones de presidente de la república, Maduro destaca por su descarada irresponsabilidad. Dice lo que lo conviene, sin pensar realmente en lo que dice. O, al contrario, pensándolo bien, sin detenerse en el respeto que merecen los que todavía se detienen a escucharlo, lo cual convierte sus palabras en una burla permanente de la dignidad de los gobernados. Si alguien, porque está mal de la cabeza o porque no le importa que se burlen de él, quiere bañarse en una cascada de mentiras o en un chorro de irresponsabilidades sin tasa, en la sintonía de los discursos del jefe del Estado encuentra dosis abundante. Ni siquiera pronuncia sus enormidades con propiedad, es decir, con la cobertura retórica a la cual acuden habitualmente los embaucadores para traficar sus contrabandos sin que se les note. Simplemente las desembucha, en una exhibición de impudicia y piratería que envidiarían los copiosos demagogos que hemos tenido, incluyendo a su maestro en estas lides, el comandante eterno.
Ahora ha incluido el tema del diálogo con la oposición entre sus cotidianas patrañas, pero de una manera tan desenfadada que no deja de ser insólito que los aludidos por el discurso, es decir, los líderes de la MUD y los llamados mediadores, no le hayan dado en las narices con la puerta. Fue obligado a sentarse a conversar con sus adversarios porque el agua le llegaba hasta el cuello y porque sentía el crecimiento de la repulsa popular, pero ahora se proclama como promotor de los encuentros. No deja de atacar a los opositores, ni de encarcelar a los más aguerridos, ni de vapulear a la AN, ni de valerse de las instituciones que maneja a su antojo para profundizar el monopolio de poder al cual se aferra, ni de castigar al pueblo con hambre y muerte sin procurar una mínima rectificación, pero se proclama campeón de unos coloquios llamados a desenlaces constructivos. Todos nos hemos dado cuenta de la maniobra, seguramente, en especial los perspicaces políticos que se sientan a hablar con sus muchachos de mandados, pero llama la atención el hecho de que no hayan reaccionado con énfasis frente a la modalidad que ha agregado para alimentar la farsa.
Viene afirmando en los últimos días que mantendrá la mesa de diálogo hasta 2020 o hasta 2021, y que evitará que los interlocutores la abandonen. ¿Puede caber una mofa de mayor estatura? ¿Se puede uno imaginar una befa más grande? Si los encuentros se han buscado para cambiar la catástrofe del régimen en un plazo razonable, Maduro, con la mayor desfachatez, anuncia que los utilizará para seguir en el timón mientras convierte a los dialogantes en títeres para dar la impresión de que está dispuesto a alguna concesión a través de la cual prolongue su mandato hasta el término del período constitucional, o hasta más lejos. Disfrazado de campeón de la conversación y de la reflexión, proclama que se regodeará en ellas porque es el dueño exclusivo de los horarios y de los calendarios; y que los estirará según su conveniencia. Vengan a dialogar, niños de pecho, pero con toda la paciencia del mundo, porque esto va para largo. Cuando proclama semejantes fechas, confiesa su intención de emborrachar a la perdiz hasta que caiga al suelo desorientada y rendida para que la capture el taimado cazador. Acostumbrado a revelar sus oscuras intenciones, proclama la más perversa ante los venezolanos que claman por su salida, pero la proclama porque, hasta ahora, no le han fallado los planes de permanencia.
En suma, Maduro afirma que terminará su mandato, o que lo prolongará hasta las calendas griegas valiéndose de un simulacro de diálogo, es decir, emborrachando a las estúpidas perdices. La analogía con las perdices va con los líderes de la oposición que guardan silencio ante la descarada operación y que acudirán raudos a la próxima reunión, pero también con el señor a quien le toca repartir la baraja: el delegado pontificio. Rodríguez Zapatero y sus colegas deben estar felices de la vida, como partes esenciales de la jugada y como observadores de lo que ya parece idiotez establecida de nuestra sociedad. Nada nuevo bajo el sol venezolano, si nos atenemos a cómo nos miente sin consecuencias todos los días el embustero mayor de la comarca.

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